El incesto en Nicaragua: crimen oculto
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Fuente: "Escucha sus voces y actúa. No más violación ni violencia sexual
contra niñas en Nicaragua. El no sufrir violencia sexual es un derecho
humano" de VVAA publicado por Amnistía Internacional en 2010.
"Mi
papá... mi papá de sangre fue el que me abusó. Yo fui violada desde los 9 años
hasta los 14... A veces me golpeaba tanto que al día siguiente no podía ir a
clase. Él sólo me quería tener en la casa y él abusó de mí tantas veces que él
quería. Yo no podía decir nada pues que tenía tanto miedo", Connie, 17
años, Managua.
Las
niñas y niños que sobreviven a la violación a veces sufren el rechazo de sus
familias o comunidades, que además les hacen sentir culpables por lo sucedido.
La falta de concienciación y el estigma social a que se ven sometidas las
sobrevivientes de abuso sexual condena a muchas niñas a un sufrimiento
constante, solas y en secreto. Y la violación a manos de familiares está
especialmente rodeada de secreto. Las sobrevivientes de violación se ven a
menudo sometidas a un ostracismo de tal magnitud que constituye una forma de discriminación
y, en la práctica, las priva de su derecho a la justicia y la rehabilitación.
El
gobierno nicaragüense tiene la obligación de romper el silencio que rodea la
violación y el abuso sexual, y de hacer frente a la cultura que culpa a las
sobrevivientes.10 Sin embargo, en varios niveles –desde la información a las
niñas y niños y a sus progenitores sobre los riesgos y sobre cómo protegerse, hasta
el respaldo y el fomento de un debate sobre cómo erradicar la violencia sexual
contra niñas– el gobierno no se ha mostrado dispuesto a cumplir con su obligación.
De hecho, algunas de las medidas que ha adoptado han servido para reforzar el estigma
y el silencio en torno a la violencia sexual.
Muchos
expertos que trabajan con niñas y adolescentes han manifestado a Amnistía Internacional
su preocupación por la falta de disposición de las autoridades, en el ámbito nacional,
a mantener un debate sobre el abuso sexual y la violación y sobre la ausencia
de un foro para el diálogo y la elaboración de políticas. En 2007, el gobierno
actual disolvió el Consejo Nacional de Atención y Protección Integral a la
Niñez y la Adolescencia (CONAPINA), con lo que, de hecho, cerró el único
espacio formal en el que las autoridades gubernamentales y las ONG podían
elaborar y coordinar respuestas a la violencia contra niños y niñas. No se ha
establecido ningún otro órgano que asuma esta función.
CULPAR
A LAS SOBREVIVIENTES
Yo he
conocido varios casos. Ayer una niña estaba jugando al Nintendo y el primo le
pidió agua y la metió al cuarto. La tenía ya desnuda, ella quería evitar. Le
tapaba la boca, y llegó el papá y le preguntó: “¿Te penetró?”. Ella dijo: “No”.
El papá la agarró y le pegó a la niña. La niña tiene siete años. La niña salió
corriendo. La mamá vino a mi casa y le dijo mi mamá: “Llévatela ahora mismo a
la comisaría”, Asistente social de un centro de mujeres de Managua, abril de
2010.
A
menudo, las niñas se ven presionadas para que no presenten una denuncia y
guarden silencio sobre el abuso sufrido. Los progenitores, tutores o personas
que las cuidan no reciben la información ni el apoyo que necesitan para
protegerlas de la violencia o responder de forma efectiva cuando las niñas les
dicen que están sufriendo abusos. Cuando los agresores son miembros influyentes
de la comunidad, como un maestro o un sacerdote, su posición de poder puede
hacer que para las niñas y sus familias resulte especialmente difícil presentar
una denuncia. Cuando tenía 10 años, Linda sufrió abusos sexuales a manos de un sacerdote.
Como dijo a Amnistía Internacional: “[La gente] me comentaba cosas, y como que era
un pastor no creían. Me dijeron, ‘¿por qué estás diciendo estas cosas?’.
Todavía me afecta esto”. El responsable de esos abusos fue procesado con éxito
y condenado a 30 años de prisión. Sin embargo, para muchas sobrevivientes, el
proceso judicial tiene un resultado muy diferente.
Estefany
fue violada cuando tenía 17 años por un miembro influyente de su familia, y
quedó embarazada. Varias personas, entre ellas el sacerdote local, la presionaron
para que no presentara una denuncia y para que diera a su bebé en adopción.
Pese a las intensas presiones, Estefany denunció a su agresor. Las vistas
judiciales fueron traumáticas para ella y el juez no impidió que el acusado la
insultara a gritos desde el otro extremo de la sala. Finalmente, no se dictó
una sentencia condenatoria, lo que sumió a Estefany en una angustia y un
ostracismo aún mayores. Éste fue su relato a Amnistía Internacional: “Divididas
nosotras las mujeres y él y el padre. Es difícil asimilar eso. Uno de mis
hermanos me ha agredido, bueno, los dos, física, verbal y moralmente. Yo me
tuve que ir de la casa porque mi hermano me dio golpes, casi me rompen la
cabeza […], y como yo no voy a soportar, ni a decir, ni a hacer las cosas como
ellos quieren, yo me largué […]. Me echan la culpa por todo lo que pasó […]. Me
llegaron hasta ofrecer dinero por el bebé, me llegaron a ofrecer dinero para
que lo diera en adopción. Lo peor que padre, sacerdote, familia, llegaron a
decirme que mejor me arreglara, mejor así porque no querían escándalo, estaba
afectando a mi familia y nadie me creyó. Toda mi familia se volvió en contra de
nosotros”.
Connie
fue violada repetidamente por su padre y, a los 14 años, quedó embarazada.
Cuando el embarazo y la violación llegaron a conocimiento de las autoridades,
la policía visitó la casa. Poco después de que la policía se marchara, el padre
de Connie intentó suicidarse con veneno, suplicándole a su hija su perdón
mientras caía inconsciente. Murió en el hospital poco después. Connie dijo a
Amnistía Internacional: “Yo sólo era llorar, esto era la sola cosa que me
sostenía, llorar, toda la gente me criticaban que yo era una cualquiera por
haberme acostado con mi papá, que era una sinvergüenza que quería quitar el
marido de mi mamá. Aun mis profesores me criticaban […]. Mis hermanos me
dijeron que les había dejado sin papá. Aun hasta el día de hoy se lo dicen.
Ellos me corrieron de la casa. Ellos no me hablan”.
Las
actitudes negativas hacia las niñas son habituales, especialmente hacia las
adolescentes, y existe la suposición general de que al menos parte de la culpa
es de la víctima, no del agresor. Expertas, madres de sobrevivientes y las
propias sobrevivientes hablaron de estos extendidos prejuicios. Una madre
explicó: “Yo cuando fui adolescente fui abusada y nunca comenté a nadie lo que
me pasó hasta mucho más tarde. Muchas personas dicen que las adolescentes son
culpables, pero yo no pienso así. La gente dice que las adolescentes son las culpables
por la forma de vestir, que usan faldas muy cortas, que usan camisas muy desnudas,
no es así. Yo pienso que es la persona [que comete el abuso] que es enferma”. Casi
todas las niñas entrevistadas por Amnistía Internacional describieron la manera
en que sus familias o comunidades las habían culpado en lugar de apoyarlas, y
el grave daño que esto les había causado, minando su recuperación y, en
ocasiones, obstaculizando su acceso a la justicia.
FALTA
DE INFORMACIÓN Y DE PROGRAMAS EDUCATIVOS
"Yo
cuando era pequeña tenía un primo que me besó y me besaba. Luego, me he dado
cuenta que era un abuso porque él era mayor que yo y yo estaba bien pequeña. En
los colegios no me decían, cuídate, no te toquen", Judy, que trabaja en un
centro de jóvenes de Managua, Nicaragua
Los
niños y niñas necesitan información que les ayude a protegerse de la violencia
y los abusos y a proteger su autonomía, salud y bienestar. Esto debe incluir
educación e información –adecuadas para su edad y género– sobre salud y
derechos sexuales y reproductivos. La comprensión de cuáles son sus derechos es
un primer paso importante para reconocer las violaciones de esos derechos,
denunciarlas y pedir reparación. A las niñas rara vez se les proporciona
información sobre qué tipo de conducta constituye delito y a quién acudir en
busca de ayuda.
No hay
ningún programa destinado a que los niños, y especialmente las niñas, de
Nicaragua conozcan su derecho a la autonomía e integridad física y psicológica,
y a no sufrir violencia u otras formas de abuso. Muchas de las personas
entrevistadas por Amnistía Internacional expresaron especial preocupación por
el hecho de que el gobierno nicaragüense no introduce programas educativos
nacionales para ayudar a los niños y niñas a comprender sus derechos. Sólo una
de las 35 sobrevivientes entrevistadas por Amnistía Internacional había
recibido información sobre qué constituía abuso y qué hacer si algo le sucedía.
En junio de 2009, Julie, de 13 años, finalmente contó a su madre que su padre
la había violado. Julie se decidió a contarlo después de que, en la escuela,
una profesora les impartiera una lección sobre qué era un abuso sexual y qué
hacer si lo sufrían. Tal como explicó la madre de Julie, Alondra: “Lo que a mí
me hizo venir acá fue que ella me dijo, pues, de que su papá había abusado de
ella, y me dijo que cuando estaba en el colegio la profesora habló de que abusaban
los padrastros, los tíos, los primos, hasta los vecinos. Y entonces llegó de la
escuela hacia la casa nerviosa y llorando. Le dije: ‘¿Qué tenéis? ¿Qué es lo
que te pasa?’. No me quería decir. Después se tomó un vaso de agua [...] y me
dice: ‘Fíjese, que cuando usted estaba en el hospital mi papá me tocaba’. ‘¿Te
tocaba? Pero, ¿sólo te tocaba?’ ‘No, también me hizo aquello.’ ‘¿Cómo aquello?’
‘Aquí todo me tocó cuando usted estaba en el hospital.’ De hecho, habló porque
la profesora lo mencionó. Ella dijo: ‘Si les toca el padrastro, el tío, el primo
[…]’, no habló del papá. Y ella se sentía mal porque no lo mencionó”.
Algunas
sobrevivientes dijeron a Amnistía Internacional que eran reacias a contar a sus
progenitores la violencia sexual y los abusos que sufrían porque temían que las
castigaran, incluso con castigos físicos, por plantear un tema tabú. Tanto los
agresores como las víctimas consideran normal un cierto grado de violencia
física y abusos psicológicos contra niños y niñas. En este entorno, a las niñas
y niños les resulta más difícil reconocer los abusos sexuales como algo que no
deben tolerar. Las sobrevivientes manifestaron repetidamente que querían que se
proporcionara más información a las niñas y niños sobre qué constituía un abuso,
y qué hacer si lo sufrían. La directora de un centro que presta asistencia
legal y psicosocial a las sobrevivientes de violación en Granada dijo a
Amnistía Internacional: “Es un problema de actitud y un problema de
sensibilización. El tema del abuso sexual y violencia intrafamiliar y violencia
hacia las mujeres, lo tienen como un problema meramente privado”.
Actualmente,
son las niñas o niños los que tienen que dar el paso de pedir ayuda, en lugar
de que las autoridades ofrezcan programas concebidos para llegar a quienes
necesitan apoyo. El debate público y la concienciación son importantes para
ayudar a sacar la cuestión de la violación y el abuso sexual fuera del ámbito
privado, donde puede silenciarse y ocultarse. Aunque algunas escuelas imparten
lecciones de concienciación, es preciso hacer más. Se necesita desesperadamente
un programa educativo nacional para que los niños y las niñas conozcan sus
derechos y sepan qué constituye delito y qué pasos deben dar si sufren violencia.
Deben abordarse los aspectos específicos de género del abuso sexual tanto para niños
como para niñas, explicando, por ejemplo, que los niños también sufren abuso
sexual. Además, a las niñas debe proporcionárseles información específica que
las empodere como titulares de derechos, no sólo como menores de edad, sino
también como niñas.
Los
defensores y defensoras que trabajan sobre los derechos de las mujeres y la
infancia se han enfrentado en los últimos años a un entorno cada vez más
difícil, y en ocasiones hostil. En 2007, una ONG respaldada por la Iglesia
católica presentó una denuncia contra nueve destacadas defensoras de los
derechos humanos. En ella se las acusaba de una serie de delitos, entre ellos
encubrir una violación. Las acusaciones estaban relacionadas con la presunta
participación de las mujeres en el caso de una niña de 9 años que había sido violada
en 2003 y había quedado embarazada a consecuencia de la violación. La niña
había obtenido un aborto, que por aquel entonces era legal, ya que aún no se
había promulgado la ley que tipifica como delito el aborto en todas las
circunstancias. La denuncia afirmaba asimismo que las mujeres eran culpables de
apología de un delito, instigación para delinquir y asociación para delinquir,
por haber expresado opiniones y haber organizado manifestaciones en favor del
acceso a servicios de aborto para las mujeres y niñas cuyo embarazo ponía su
vida o su salud en peligro, o era consecuencia de una violación (abortos terapéuticos).
En
abril de 2010, las nueve mujeres recibieron notificación formal de que la investigación
contra ellas se había archivado finalmente. La investigación había durado dos
años y medio, pese a que, en virtud de la legislación nicaragüense, la fiscalía
dispone de un máximo de tres meses para declarar formalmente si la
investigación se mantiene abierta o se archiva por falta de pruebas. Esa
declaración formal no se realizó, y la investigación no dio lugar a la presentación
de cargos contra las nueve defensoras. La larga investigación no sólo fue una fuente
constante de tensión y ansiedad para las nueve mujeres y sus familias, sino que
también alteró su trabajo de promoción y protección de los derechos humanos de
las mujeres y las niñas.
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