Susana Guzner: Que no cunda el pánico, soy lesbiana

* * delicioso artículo de Susana Guzner que acaba de pasarme una amiga vía email. Ni idea de dónde lo habrá sacado ella. Te recomiendo que visites la página web de la Guzner:
http://www.susanaguzner.com.


Hace un tiempo di una charla en un importante Auditorio. La llamé La Aventura lesbiana y trataba en clave de humor las opiniones, creencias y disposición de la sociedad hacia las lesbianas y de cómo nos percibimos y relacionamos entre nosotras mismas.

Desde el comienzo me llamó poderosamente la atención la presencia hosca de un hombre sentado en la segunda fila, el entrecejo fruncido, camisa blanca a listas verdes y pantalón de sarga, perennemente cruzado de brazos y escrutándome fijamente, sin pestañear, sin moverse, sin respirar, casi.

Mientras el resto de la concurrencia - tanto féminas como varones - se divertía con mi humorística diatriba el hombre no cambiaba un ápice su postura, y juraría que estaba a punto de estallar de puro retener la respiración. ¿Qué hacía en mi conferencia un caballero que tenía más pinta de leer el Marca entre partida y partida de mus, anís en mano y Farias en boca?

Cuando finalicé la charla y sugerí la clásica ronda de “ruegos y preguntas” comprendí de inmediato sus intenciones, porque no esperó ni un segundo para intervenir. Le cedí la palabra y por fin respirando, para mi alivio, escupió más que preguntó:

- ¿Y usted por qué se hizo lesbiana?

Angelito. Había soportado casi una hora en un sitio que jamás había pisado, eso era obvio, chequeando mi falda, mis pendientes, mi blusa negra de tela brillante y mis tacones asomando por debajo del púlpito, su cerebro aturullado por la contradicción entre el dicho y el hecho, o sea, una lesbiana que parecía una mujer, que hablaba con voz de mujer, que vestía como una mujer pero que inexplicablemente era…tortillera.

Una carcajada sonora acompañó su pregunta. Obviamente, la mayoría del público lo constituían lesbianas, gays, y heterosexuales progresistas. Yo también me tenté de la risa, pero opté por la más artera de las respuestas: el sarcasmo de alto voltaje.

- Interesante pregunta caballero - respondí con cortesía - le agradezco que ponga esa cuestión de vital importancia sobre la mesa.

Y sin más me embarqué en una sesuda perorata enumerando los intentos científicos por desentrañar las causas del lesbianismo. Con tono falsamente doctoral hablé del tamaño del encéfalo, de la Cisura de Silvio, del hipotálamo, de la circunferencia craneal. Cité presuntos artículos de presuntos premios Nobel de apellidos impronunciables publicados en presuntas revistas igualmente indescifrables, todos ellos dedicados a analizar nuestro metabolismo, el tamaño, morfología y anatomía de nuestros órganos genitales comparados con mujeres heterosexuales, hablé de mamografías, ecografías, scanners y cuanta palabrería científica me vino a la mente. Con tono falsamente doctoral cité la sociología, la biología, la psicología y todas las “ías” habidas y por haber.

Él, inmutable, los brazos aún más prietos sobre su pecho, me miraba, y me miraba, y me miraba. Era evidente que no entendí palabra de cuanto decía, pero le importaba un rábano.

Quería odiarme y yo le devolvía simpatía; quería despreciarme, pero fue tratado con toda consideración; intentaba explicarse por qué una mujer con vagina prefería a otra vagina despreciando a su inestimable y sin duda descomunal aparato, pero yo no daba la talla de una lesbiana como la que él tenía en su mente.

El público, a estas alturas, se tiraba debajo de las butacas riendo a mandíbula batiente y festejando mi rosario de encadenados disparates. La complicidad era deliciosa: yo recitaba, docta, toda la sarta de ridiculeces que en nombre de la ciencia se investiga sobre la homosexualidad y sus patéticos intentos por descubrir las causas orgánicas de lo que para nosotras, las lesbianas, es sencillamente una mirada sobre el mundo diferente a la norma establecida.

Cuando me harté de divertirme y divertir al personal me dirigí a él:

- No sé si mi respuesta ha aclarado sus dudas. Espero que sí.

Negó obstinadamente con la cabeza, la camisa arrugada a fuerza de apretarse el pecho con sus brazazos. No, por supuesto: su confusión era tan patente como su furia. Insistí.

- Lo que intento decirle es que se desconocen las razones de por qué una mujer es lesbiana, que se es o no se es como cualquier otro hecho natural ¿Me ha comprendido ahora?

Entre el clamor generalizado que el personal intentaba sofocar se puso en pie, cogió del brazo a la mujer que se sentaba a su lado obligándola a levantarse, y para que oyera todo el mundo dijo a voz en cuello mientras enfilaba por el pasillo.

- Vámonos, Antonia. Mucha labia, eso es lo que tienen los argentinos, mucha labia.

Todavía me estoy riendo, se los prometo.

Comments

Popular Posts