Lucy Ketterer Romero ,Verónica Zegers Balladares: “Violencia contra mujeres mapuche de la Región de La Araucanía: vivencias actuales, procesos permanentes”


© Lucy Ketterer Romero, Verónica Zegers Balladares, Red Chilena contra la Violencia Doméstica y Sexual
Fuente: “Mujeres y violencia: silencios y resistencias”
ISBN: 978-956-8759-03-2
Registro de Propiedad Intelectual: Nº 215.609

-          Lucy Mirtha Ketterer Romero es trabajadora Social, Magíster en Ciencias Sociales Aplicadas. Feminista, integrante del movimiento de mujeres de la Región de La Araucanía. Miembra del Núcleo Técnico del Observatorio de Equidad en Salud según Género y Pueblo Mapuche, y del Foro Red de Derechos Sexuales y Reproductivos de La Araucanía.

-          Verónica Zegers Balladares es trabajadora Social. Feminista, integrante del movimiento de mujeres de la Región de La Araucanía. Miembra del Núcleo Técnico del Observatorio de Equidad en Salud según Género y Pueblo Mapuche, y del Foro Red de Salud y de Derechos Sexuales y Reproductivos de La Araucanía.

Nosotras, las mujeres de los pueblos originarios del mundo, hemos luchado activamente en defensa de nuestros derechos a la libre determinación y de nuestros territorios que han sido invadidos y colonizados por naciones e intereses poderosos. Hemos sufrido y continuamos sufriendo las múltiples expresiones de opresión; como pueblos indígenas, como ciudadanos de países colonizados y neocoloniales, como mujeres, y como integrantes de las clases sociales más pobres. (...)

Declaración de Mujeres indígenas, Beijing, adoptada en el Foro de ONGs de la Cuarta Conferencia Sobre la Mujer, Huairou, 1995 (traducción no oficial).


La violencia tiene, en nuestras sociedades, distintas expresiones. Aunque mucho se ha escrito y teorizado sobre ella, la cuestión política de fondo es que constituye una forma de relación entre las personas –material y simbólica– que evidencia el cruce de relaciones de poder, donde el sexo es un factor determinante.

En este sentido, la violencia contra las mujeres se complejiza aún más cuando estas son parte de un grupo étnico particular. Es el caso de las mujeres indígenas de La Araucanía, en cuyas identidades se conjugan dobles o triples discriminaciones, referidas a su etnia o raza, clase y género.

Es así como a la discriminatoria cultura chilena se suman actualmente el estigma, la violencia y la criminalización de las demandas históricas generadas en el contexto del llamado “conflicto” mapuche5; la violencia institucional (policial, de Estado, entre otras); y además, la violencia doméstica y sexual reproducida tanto fuera como en el interior de la propia cultura. Constituyendo todas ellas expresiones de violencia patriarcal. En este artículo queremos aportar algunas reflexiones acerca de las distintas expresiones de violencia en contra de mujeres mapuche. No obstante, desde el principio queremos aclarar que quienes escribimos no pertenecemos a la cultura mapuche, sino que somos mujeres que nos relacionamos por distintas vías con personas mapuche, ya sea por relaciones de amistad, de participación y trabajo en organizaciones o investigaciones; y que desde nuestra mirada política estamos convencidas de la urgente necesidad de visibilizar y sensibilizar respecto de la violencia contra la mujer y sus distintas formas de expresión, ejercidas en los diversos contextos, identidades y realidades sociales de la Región de La Araucanía. No pretendemos tomarnos la voz de las mujeres mapuche, sino abrir la discusión de una realidad existente, dando cuenta de nuestras reflexiones en torno a los procesos sociopolíticos y de relaciones entre los géneros que como habitantes de dicho territorio también experimentamos.

Para exponer nuestras miradas utilizamos, además de bibliografía pertinente, algunas fuentes primarias como entrevistas, estudios y experiencias prácticas en materia de violencia contra la mujer. Estos últimos desarrollados en gran parte por una de las autoras en el marco de su participación en el Observatorio de Equidad en Salud según Género y Pueblo Mapuche de la Región de La Araucanía6, organismo en el cual actualmente ambas desempeñamos y desarrollamos nuestro trabajo profesional y político desde perspectivas feministas.

En este artículo nos remitiremos a exponer algunas formas de violencia de género que viven las mujeres de la cultura mapuche de la Región de La Araucanía, tomando para ello algunos ejes fundamentales como: violencia sexual y doméstica; violencia estatal; violencia de clase; violencia institucional; y violencia racial o étnica como eje transversal.


Breve contextualización acerca de la violencia en contra de mujeres mapuche de la Región de La Araucanía

La violencia contra las mujeres mapuche es un fenómeno aún poco estudiado y evidenciado porque social y políticamente no se la reconoce, reproduciendo así otra forma de violencia menos explícita: la simbólica7. Por otra parte, en lo que a marcos legales y políticas públicas en materia de violencia intrafamiliar (VIF) se refiere, las estadísticas respecto de las denuncias son bajas, no contándose aún con datos desagregados étnicamente que permitan estimar de forma precisa el número de denuncias correspondientes a mujeres mapuche dentro del grueso de denuncias por violencia de este tipo recibidas en los organismos pertinentes en la región.

Lo anterior, creemos, es evidencia de la implementación de una institucionalidad deficiente en materia de políticas de VIF, y de la ineficacia metodológica frente a una realidad regional que estadísticamente –según cifras oficiales– arroja la composición étnica como una de sus principales características sociodemográficas; concentrándose en La Araucanía el mayor porcentaje de población indígena a nivel nacional. Recordemos que los datos del Censo 2002 señalan que la población indígena mapuche alcanza un 23,4 por ciento de los habitantes regionales (203.221 personas); por su parte, la Encuesta Casen 2006 señala que, el 27,7 por ciento de la población regional afirma pertenecer o descender de un pueblo originario y que el 99,3 por ciento de dicha población corresponde a la etnia mapuche. Otros datos importantes se refieren a que el 70% de la población mapuche de la región habita en zonas rurales; y el 32% se encuentra bajo la línea de pobreza (Censo 2002). Por otra parte, en lo que a índices de pobreza regionales respecta, el 20,1 por ciento de los habitantes de La Araucanía se encuentra en situación de pobreza, observándose mayores niveles en las mujeres que en los hombres (Casen 2006).

Lo anterior revela antecedentes muy significativos si se piensa en la posibilidad de acceso a la información o en la generación de metodologías y redes de apoyo situadas culturalmente y orientadas a que las mujeres que viven en contextos de violencia logren salir o superar dichas vivencias.

A esto se suma el marco de una ley de violencia “intrafamiliar” que tipifica la violencia en contra de la mujer sólo en el interior de la familia tradicional y las relaciones conyugales y que, además, no reconoce oficialmente que la violencia ejercida en el interior de la familia a nivel nacional es cometida contra las mujeres en alrededor de un 80%. A lo que agregamos una reciente ley de femicidio que penaliza el homicidio cometido hacia mujeres sólo al interior de las relaciones de pareja y hasta tres años de haber cesado la relación.

En este sentido, cabe señalar que en materia de VIF, el año 2009 en la Región de La Araucanía, las denuncias recepcionadas por Carabineros y Policía de Investigaciones alcanzaron un número de 6.509, representando el 5,68 por ciento del total nacional. Respecto a los tipos de denuncias, las realizadas “contra mujer” corresponden al 81,44% y “contra hombre” al 12,3%.

En lo referido a la particularidad de los procesos sociopolíticos de las mujeres mapuche de la Región de La Araucanía, su denuncia permanente en términos discursivos se refiere a la violencia estructural ejercida por el Estado patriarcal desde la mal denominada “Pacificación de La Araucanía”, la que se expresa y reproduce actualmente en territorios sobreexplotados, medioambientalmente degradados y cercados por las actividades económicas para el desarrollo, donde la explotación forestal se convierte en una prioridad productiva tanto estatal como privada. En este contexto, la violencia policial que sufren algunas comunidades situadas en las llamadas zonas de “conflicto”, se transforma en una vivencia cotidiana.

Por otra parte, en lo que a relaciones de género se refiere, observamos que en la actualidad las nociones sobre relaciones entre hombres y mujeres en el interior de la cultura mapuche se enarbolan sobre una imagen más bien romántica y estática de la cultura, remitida a la representación de roles tradicionales y expresada en los discursos referidos a la ‘complementariedad’; ideas que además subyacen en los discursos de algunas mujeres mapuche profesionales y dirigentas, así como también en los de mujeres no mapuche, que lejos de poner en el centro del debate el problema de la violencia contra las mujeres como una realidad también vivenciada por las mujeres mapuche tienden a focalizar sus causas en factores externos, sosteniendo que la violencia no constituye un elemento “propio de la cultura”.

Se establece así que en la cultura mapuche el rol que las mujeres ejercen es valorado al interior como parte de un sistema productivo donde son fundamentales como productoras de alimentos (aves, huevos, verduras); producción que en muchos periodos del año es vital para la sobrevivencia de la familia. También son las encargadas de trasmitir los elementos simbólicos de la cultura a sus hijos e hijas, enseñar la lengua y con ello las creencias, la forma de ver el mundo, la ‘cosmovisión’. También cumplen la función de sanadoras, conocedoras de las yerbas y sus usos, transmiten el conocimiento a sus hijas, así como el rol de cuidadoras de la salud en su representación y significado de equilibrio para la persona mapuche. Además, según se señala, son más valoradas a medida que envejecen, ya que la edad constituye un signo de sabiduría y respeto.

El discurso anterior, que sostiene la ‘complementariedad’ y la ‘tradición’ como ejes fundantes –explicación más bien romántica de las relaciones entre hombres y mujeres mapuche– sería parte, según algunos autores, de un tipo de discurso particular ‘cosmovisionista’, que apela a exacerbar algunos rasgos ancestrales duros, diferenciando lo propio de lo ajeno como “elemento discursivo central y constituyente del ser indígena” (Ancán, 2007)12; con el objeto de rescatar la identidad étnica tradicional y validar las justas reivindicaciones político-culturales de este pueblo. No obstante –y hay que decirlo– es un discurso construido por hombres en un reciente contexto de lucha por sus demandas políticas, sustentado en una mirada estática de la cultura13 y que, por tanto, no da cuenta en lo absoluto de la existencia de la diversidad de prácticas y formas de relación entre hombres y mujeres mapuche, o bien, de las transformaciones y dinámicas socioculturales que se han ido construyendo a través de la historia, en el marco de una estructura y organización social que convive –quiéralo o no– con otras manifestaciones culturales que dinamizan las propias.

En este sentido, es preciso señalar que muy poco se ha investigado sobre la materia, y por ello no es posible confirmar hipótesis al respecto, ya sea provengan de discursos ‘cosmovisionistas’ o bien desde otras miradas, esencialmente académicas, que sostienen que la violencia patriarcal en la cultura mapuche ha sido transmitida únicamente desde códigos pertenecientes a la cultura judeocristiana española, o bien, que existirían, además, ciertas estructuras o elementos patriarcales previos propios de la cultura indígena tradicional, que darían sustento al establecimiento y a la reproducción de las relaciones de dominación-subordinación entre hombres y mujeres mapuche. Debido a la complejidad del análisis e investigación histórica que conllevan las miradas anteriores, y como la finalidad de este artículo no es afirmar una u otra, nos centraremos en la necesidad de evidenciar que los argumentos esencialistas y estáticos de las culturas –en este caso sostenidos en la tradición y la ‘complementariedad’ de las relaciones entre los géneros– fortalecen la invisibilización y, por tanto, la naturalización de la violencia contra las mujeres mapuche. Situación que, desde un enfoque de derechos humanos, representa una tensión entre derechos colectivos e individuales; es decir, entre las justas demandas y reivindicaciones de los derechos del pueblo mapuche, y el reconocimiento de los derechos específicos de las mujeres mapuche. A partir de lo cual surgen temores ante posibles segregaciones en el interior del movimiento político.

Por otra parte, es importante señalar que en lo que a participación política de mujeres mapuche se refiere, se visualiza un cambio en las nuevas generaciones, como por ejemplo, en algunas organizaciones urbanas mixtas de la Región de La Araucanía integradas en su mayoría por jóvenes, donde notoriamente se evidencia un mayor protagonismo y otras formas de participación de las mujeres. Siendo las mismas mujeres mapuche quienes manifiestan la existencia de un cambio generacional en las formas de relación entre hombres y mujeres.

En lo que a reivindicaciones políticas de mujeres indígenas en Latinoamérica respecta, una experiencia donde claramente se asume y resuelve dicha tensión se refiere a lo acontecido en México desde 1994, durante la aparición pública del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) –expresión armada del movimiento de los pueblos indígenas del territorio de Chiapas– donde, como nos señala Aída Hernández, un grupo de mujeres indígenas, procedentes de diversas regiones del país y con distintas historias organizativas, comienzan a levantar sus voces y se articulan en sus luchas con una agenda política en la que combinan sus demandas específicas como mujeres con las demandas autonómicas de sus pueblos: “Se trata de una lucha en muchos frentes. Por un lado, las mujeres indígenas organizadas unen sus voces al movimiento indígena nacional para denunciar la opresión económica y el racismo que marca la inserción de los pueblos indígenas en el proyecto nacional. Paralelamente estas mujeres desarrollan un discurso y una práctica política propia a partir de una perspectiva de género situada culturalmente, que viene a cuestionar tanto el sexismo y el esencialismo de las organizaciones indígenas, como el etnocentrismo del feminismo hegemónico” (Hernández, año 12, en Debate Feminista). Vivencias actuales en torno a distintas expresiones de violencia contra mujeres mapuche de la Región de La Araucanía.

En el marco de algunas jornadas del Observatorio de Equidad en Salud según Género y Pueblo Mapuche, realizadas con mujeres mapuche pertenecientes a sectores rurales de la Región de La Araucanía, se pudo constatar, entre otros aspectos, que la violencia contra las mujeres es considerada en las comunidades mapuche como un problema inserto en el ámbito privado y, por ello, se oculta; que existen muchos más casos que denuncias y que, culturalmente, existe la noción de un abordaje del problema primero en el ámbito familiar y comunitario, imponiéndose sanciones en este nivel y, en el caso de que esta estrategia fracase, se realizaría la denuncia en los organismos pertinentes.

Según lo señalado por algunas de las mujeres que participaron de diversos Encuentros promovidos por el Observatorio durante el año 2009, existe una clara negación a hablar del problema. Por otra parte, la no denuncia de la violencia sexual que ellas  sufren, por razones relacionadas con la vergüenza, sigue siendo una constante, tal como lo expresó una mujer mapuche en Villarrica “que no sepa mucha gente, eso es lo que se cuida uno pues, que no sepa qué está pasando en la casa, porque va a estar mal nombrao, eso matrimonio están peleaos, los hijos lo pasan mal, todo eso hace que no lo sepan que está pasando en esa casa, todo eso…también porque todavía agranda el conflicto”.

Otra denuncia que realizan las mujeres mapuche respecto a la violencia se refiere a la ejercida contra los niños y niñas mapuche quienes, en las comunas denominadas “zonas de conflicto”, son objeto de agresiones y detenciones de parte de las fuerzas de Carabineros y de orden: “cuando hablamos de salud, la preocupación tremenda que tenemos en la Comuna de Nueva Imperial es de qué pasa con esa salud, de esos niños que la policía llega y tortura ¿ya? Yo quiero que en este encuentro apoye y hablemos de eso, nosotros estamos…yo estoy en el ocaso de mi vida, pero esos niños están recién empezando y con qué salud mental van a crecer…”.

En este sentido, queda también en evidencia que la violencia patriarcal ejercida por el Estado en las comunidades mapuche se reproduce simbólicamente en el interior de la cultura en el ámbito de las relaciones de género: “ hace unos días, el domingo yo estuve en una comunidad en Ercilla, ahí estuvimos haciendo una actividad, donde nos dolió mucho ver a los niños jugando no fútbol, sino jugando un grupo de niñas con un grupo de niños, donde los niños eran la policía y las niñas eran los mapuche, y el juego ellos era ¿cómo empezaba? Era que “las tierras robadas serán recuperadas”, decían las niñas y ahí los niños corrían y las tenían que perseguir y les tenían que pegar y las tenían que apresar, y los niños decían “ya, abracen a la líder”… A mí me dolió mucho ver eso, porque eso no está bien, ellos están viviendo en esa violencia, ellos en todos los casos están vivenciando esta violencia, me duele mucho ver lo que pasa en el fin de semana, porque son nuestros hijos, lo que piensan nuestros hijos, ellos han vivido toda su vida en violencia, como si esa fuera la forma...”

Otras experiencias relacionadas con la violencia que viven las mujeres mapuche de la Región de La Araucanía son las que se pudieron recoger durante un encuentro de mujeres realizado en el mes de enero de 2010 en la ciudad de Temuco, convocado por integrantes de la Red contra la Violencia Doméstica y Sexual. A esta actividad asistieron en gran mayoría mujeres mapuche, muchas de ellas provenientes de comunidades situadas en zonas rurales en “conflicto”. Durante el desarrollo de la jornada, las participantes fueron capaces de expresar y reconocer abiertamente distintas formas de violencia en sus vidas (sexual, psicológica, física, simbólica/institucional, entre otras) Algunas de las expresiones de violencia que quedan en evidencia, se exponen a continuación.

Tanto en el interior como fuera de su cultura, las mujeres reconocen haber sufrido diversos episodios de discriminación por ser “mujer mapuche”, manifestados en distintos ámbitos y espacios de sus vidas; ya sea en la escuela, en el trabajo, en sus relaciones de pareja, o en sus propias comunidades por la desvalorización de “nacer y ser mujer”, cuando culturalmente se espera un hombre; o bien, en las humillaciones y ofensas de sus esposos “huincas”, quienes muchas veces en discusiones las agreden psicológicamente haciendo alusión a su pertenencia étnica.

Por otra parte, sus relatos nos muestran que el aislamiento y la falta de acceso a información y a redes de apoyo es una realidad que, en muchos sentidos, afecta en mayor medida a mujeres que habitan en zonas rurales, transformándose el lugar de residencia en un problema para aquellas que viven en contextos de violencia; por cuanto en los casos que se atreven a denunciar, los procedimientos judiciales y los mecanismos institucionales de protección son aún más ineficaces. Algunas de las situaciones que relatan dicen relación con la demora en los tiempos de notificación al agresor, y la dificultad de realizar óptimos y oportunos seguimientos a los procesos, exponiéndose además a mayores situaciones de riesgo debido al hecho de no contar con redes sociales cercanas y oportunas. Constatan, además, que el alcoholismo en las comunidades es uno de los graves problemas que atraviesan las vidas de las familias y que el consumo se vuelve aún más grave, cuando se trata de un agresor.

Es importante destacar que gran parte de lo conversado durante la jornada se cruza con el “conflicto” y los constantes y violentos allanamientos a las comunidades por carabineros y fuerzas especiales, donde la persecución y el maltrato a las mujeres (muchas de las cuales son detenidas), así como la intervención de teléfonos y los seguimientos, forman parte de una realidad que se vive diariamente. Ante esto, señalan que ha habido situaciones de denuncia por violencia doméstica, en las cuales fueron discriminadas y estigmatizadas por parte de carabineros, debido a razones alusivas al “conflicto” o por el solo hecho de ser mapuche; por lo que muchas de ellas dicen sentir temor e inseguridad de realizar las denuncias. Por último, manifiestan que llevar los problemas de violencia a las autoridades de la comunidad para confrontarlos y resolverlos colectivamente es una práctica que actualmente no se realiza. A partir de lo anterior, dentro de los recursos individuales y colectivos que identifican como posibles de generar para enfrentar la violencia, rescatan el practicar y vivir la solidaridad entre mujeres, buscar información y socializarla en sus comunidades y,  sobre todo, reconocer que se vive violencia.

Otra forma de violencia menos visible ya sea porque está más naturalizada y no se expresa discursivamente o bien porque muchas veces se percibe como una estrategia para salir de otros circuitos más violentos, es el empleo doméstico, la institución de la “nana”, que para el caso de muchas mujeres mapuche de la región suele ser una forma de “integración” a la sociedad regional vía trabajo remunerado; una forma de adquirir cierto grado de independencia económica. Actividad que se consagra durante el período post-reduccional de los años 30, donde producto del empobrecimiento de sus comunidades se producen altos índices de migración campo-ciudad generados por la usurpación territorial del Estado chileno en la mal llamada “pacificación” de La Araucanía y la paralela entrega de sus tierras a colonos. Mismo período en que un gran porcentaje de población mapuche –en búsqueda de trabajo y subsistencia–emigra también a la ciudad de Santiago, donde muchas de las mujeres se desempeñan en el empleo doméstico.

No obstante, es importante señalar que lo que aquí se establece es un tipo de asimetría entre mujeres que –producto de la hegemonía de clase y étnica– impone y reproduce una interacción de dominación de unas mujeres sobre “otras”; relación que ni siquiera es objeto de análisis, ni para las organizaciones del movimiento mapuche ni para el feminismo chileno. En este sentido, es necesario señalar que la institución de “la nana” en Latinoamérica se construye fundamentalmente debido  a la relación tradicional de dominación-subordinación entre los sexos, en la que ni siquiera se piensa que las labores domésticas deben ser compartidas entre hombres y mujeres; por tanto, “el trabajo” es realizado por “otra” mujer que –en el marco de las relaciones de desigualdad de clase y etnia– perpetúa la misma división de espacios y roles tradicionales. Sabemos que “en una sociedad donde las relaciones de raza y de clase son asimétricas, un sujeto se transforma en mujer también en oposición a otras mujeres” (Stephenson, 1993 citado en Peredo, 2002:44).


Violencia Institucional: Leyes, Instrumentos de Derechos Humanos Internacionales y Políticas Públicas, y sus mecanismos invisibles de reproducción de violencia contra las mujeres mapuche

En lo referido a la violencia institucional en Chile y su relación con el sistema de leyes, los instrumentos jurídicos internacionales y las políticas públicas, encontramos que el artículo 8 de la Ley Indígena en Chile (19.253) vigente desde 1993, sanciona sólo como una “falta” civil la discriminación hacia las personas pertenecientes a una etnia indígena. En el marco del derecho internacional, el Convenio 169 de la OIT, vigente en Chile desde el año 2009, regula la discriminación indígena; no obstante, en ninguno de éstos se hace alusión al reconocimiento de los derechos de la mujer. En lo que a legislación en materia de discriminación se refiere, desde el año 2008 se encuentra en el Senado chileno el Proyecto de Ley de No Discriminación presentado el año 2002, que –entre otras condiciones– tipifica como “delito” las prácticas discriminatorias por raza, color, origen étnico, sexo, género, orientación sexual, creencia, origen cultural o socioeconómico, idioma o lengua. Proyecto que en el mes de junio del 2011 sufre preocupantes modificaciones referidas a la eliminación de las variables de género e identidad de género24, cambiando además el objetivo principal de la ley; es decir, desde prevenir y promover la no discriminación, se pasa a una específica acción judicial que reduce la función del Estado y elude sus responsabilidades en su rol de protector y garante de un derecho humano fundamental.

Relacionado directamente con la violencia contra la mujer indígena, en el marco legal restrictivo y las deficiencias institucionales que ya señalamos, encontramos que la Ley de Violencia Intrafamiliar (VIF), vigente desde el año 2005, no incluye como variable la pertenencia étnica. En lo referido al Plan de Igualdad de Oportunidades (PRIO), el Sernam, hasta la fecha, no ha incorporado metodologías con pertinencia cultural en sus programas regionales dirigidos a las mujeres que sufren violencia. Asimismo, la Conadi, aun cuando implementa el Sistema de Equidad de Género en su Programa de Mejoramiento de la Gestión (PMG), no incluye en esta perspectiva una línea de violencia contra la mujer mapuche.

En lo que respecta a la población de mujeres que viven con VIH/Sida, desde hace algunos años, en las políticas del Ministerio de Salud –y a partir de un enfoque de prevención y control sociosanitario–, los pueblos originarios se identifican junto a las mujeres, los jóvenes y otros grupos, como “población vulnerable emergente” (PVE). Es decir, como un grupo que muestra incremento en materia de factores de riesgo y vulnerabilidad en la adquisición del virus. Así, desde al año 2009 se comienza a incorporar la identidad étnica en la base estadística de algunos programas regionales de VIH/Sida. Sin embargo, no existe en la práctica ninguna articulación con el programa regional de Salud Intercultural perteneciente al mismo ministerio. Programa que, por lo demás, se desarrolla fundamentalmente a partir de una metodología “participativa” sostenida en el rol de “facilitadores interculturales”; cargo que –por aspectos de orden burocrático y administrativo del Estado– es desempeñado por personas mapuche (de preferencia con título o profesional técnico) que no han sido elegidas por las propias comunidades.

Lo preocupante del vacío metodológico en estas materias no se centra específicamente en la inexistencia de una variable que permita “identificar” la pertenencia étnica, la que por sí sola podría significar el agregado de otro dispositivo de discriminación y control social, sino más bien, en el hecho de no abordar dichas problemáticas a partir de una adecuada pertinencia cultural. Esto, llevado a los derechos de la mujer mapuche, así como también de los pueblos originarios, refleja una grave violación y vulneración de sus derechos individuales y colectivos, debido a la clara falencia en la implementación de planes y programas regionales y locales que no incluyen una mirada de género acorde a sus realidades, formas y visiones de vida, denegándoles así, tácitamente, su condición de sujetas(os) de derecho. Con esto, vemos cómo, tanto la inter como la multiculturalidad, tan proclamadas hoy en el discurso oficial, quedan en una mera declaración de principios. A nuestro juicio, en dichos “enfoques”, más que una orientación al respeto y reconocimiento de las diferencias y particularidades identitarias y socioculturales existentes en Chile, subyacen principios ideológicos neoliberales dirigidos a la normativización y homogeneización cultural, corriendo el grave peligro de consagrarse en un proyecto de regulación nacional.


Multiculturalidad e interculturalidad en la práctica feminista: desafíos y enfoques necesarios para erradicar la violencia contra las mujeres

Es necesario y pertinente que, como sociedad civil, y esencialmente desde el trabajo político entre mujeres, nos detengamos y hagamos el intento de comprender, que cuando hablamos de violencia contra mujeres indígenas debemos (re)conocer las distintas culturas, identidades, realidades y contextos en las que se genera y vive la violencia. Encontraremos así, que en Chile existen las realidades de los pueblos Mapuche, Aymara, Rapanui, Quechua, Collas, Kawashkar o Alacalufe, Yamana o Yagan (reconocidos en la Ley Indígena), siendo la población mapuche la que representa la mayoría de población indígena a nivel de país. Población que presenta sus propios contextos urbanos y rurales, elementos de migración, factores sociodemográficos, y otros necesarios de conocer al momento de generar redes de apoyo, alianzas y trabajo político. Siendo sólo las mujeres –y también hombres– pertenecientes a estas culturas y realidades quienes podrán evidenciar a partir de sus vivencias sus propias demandas y necesidades.

Cuando Verena Stolke25 nos señala que las teóricas feministas, al buscar explicar el sistema sexo/género, obvian en sus explicaciones sus propias significaciones culturales, no percatándose que las “dicotomías no eran en absoluto universales sino una creación del discurso filosófico y político europeo moderno, y que diferencias de función y actividades no necesariamente significan desigualdad social”, nos entrega elementos que nos permiten darnos cuenta de que nuestros análisis deberían avanzar en la senda de incorporar lo holístico como una forma de comprender la complejidad de las relaciones de subordinación que vivencian las mujeres de los pueblos originarios, por cuanto muchas mujeres mapuche, si bien reconocen desigualdades en sus relaciones con los hombres, así como la existencia de machismo, también suelen declarar recurrentemente que sus funciones en el interior de la cultura –como las reproducidas a través de la enseñanza del idioma y la socialización temprana de la visión cultural– las posiciona en un estatus diferente al que vivenciamos las mujeres no mapuche. La comprensión de éstas y otras diferencias, creemos, constituye un desafío para nosotras.

Se hace necesario, entonces, que en el propósito de desnaturalizar y erradicar la violencia contra las mujeres en sus distintas identidades, realidades y expresiones, hagamos el intento de romper con esta especie de carga histórico-cultural colonizadora y etnocéntrica, y enfoquemos nuestros esfuerzos en construir un verdadero camino hacia las relaciones interétnicas, escuchando y, por sobre todo, respetando la autodeterminación y los propios procesos socioculturales y sociopolíticos. A partir de lo anterior, creemos que la importancia del feminismo radica en la responsabilidad de ampliar la generación de instancias reflexivas y de acción política entre mujeres de distintas identidades y realidades , donde –a partir del intercambio de experiencias y desde el reconocimiento de nuestras diferencias– logremos deconstruir los modos particulares en que se reproduce transversalmente la inferiorización de las mujeres, facilitando así procesos de creación de lazos y alianzas políticas dirigidos a la erradicación de la violencia contra las mujeres de distinta pertenencia social y cultural.

© Lucy Ketterer Romero, Verónica Zegers Balladares, Red Chilena contra la Violencia Doméstica y Sexual
Fuente: “Mujeres y violencia: silencios y resistencias”
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