Francia Jamett Pizarro: “Duerme tranquila niña inocente: violencia sexual policial contra niñas y mujeres jóvenes en las manifestaciones del movimiento estudiantil el año 2011”
© Francia Jamett
Pizarro, Red Chilena contra la Violencia Doméstica y Sexual
Fuente: “Mujeres y
violencia: silencios y resistencias”
ISBN:
978-956-8759-03-2
Registro de
Propiedad Intelectual: Nº 215.609
-
Francia Jamett Pizarro es feminista, Educadora Popular, Profesora de
Historia y Geografía, Licenciada en Historia en la Universidad Católica de
Valparaíso, cursando Magíster en Historia en la Universidad de Santiago de
Chile.
“Duerme tranquila,
niña inocente, sin preocuparte del bandolero,
que por tu sueño
dulce y sonriente vela tu amante carabinero”
Estrofa del Himno
institucional de Carabineros de Chile
Introducción
El año 2011 marca
un cambio innegable: es el comienzo del fin de la transición pactada para salir
de la dictadura de Pinochet el año 1990. Hay una reconfiguración del mapa
político de las representaciones tradicionales, ancladas en un sistema
binominal surgido de la Constitución del 80. Esta Constitución es rechazada por
ilegítima y se levantan voces, propuestas y acciones para la creación de una
Asamblea Constituyente. Es el año en que se remueven las memorias de
resistencias y también de represiones de quienes no subordinan la producción de
vida a lo demarcado como posible por un diseño que se ha instalado como la
única alternativa a la Dictadura.
Es un tiempo que
abre interrogantes sobre los alcances que tiene volver a mirar el pasado reciente
para pensar y soñar nuevamente con la construcción de proyectos de transformaciones
del sistema político y el modelo económico vigentes. Este texto surge de las
inquietudes y cuestionamientos ante los reiterativos actos de violencia
represiva de Carabineros de Chile en el contexto de las movilizaciones sociales
del año 2011. En especial aborda la violencia de género expresada en el abuso
sexual contra las estudiantes, en la que llama la atención aquella ejercida por
las mujeres carabineras de Fuerzas Especiales.
Lo primero que
salta a la vista es la contradicción existente entre el uso de la violencia sexual
como método represivo por la institución de Carabineros, al mismo tiempo que se
proclama que ésta posee la misión de proteger a las víctimas de violencia, niñas,
niños y mujeres, surgidas en el ámbito privado. Esta contradicción vuelve problemática
la naturaleza de las instituciones armadas cuyo soporte principal es el monopolio
institucional de la violencia. Esta condición les da una legitimidad que tiene
como consecuencia que su uso de la violencia quede en una total impunidad social,
política y legal.
Este texto se
compondrá de testimonios puesto que valoramos la disposición de la palabra en
la reconstrucción, desde protagonistas y testigos, de los acontecimientos de
violencia en los que subyacen representaciones de las racionalidades y emocionalidades
puestas en juego en estas experiencias. Se comprenderá la violencia sexual como
método de tortura policial hacia niñas y mujeres jóvenes.
En las palabras se
busca recrear hechos y sentidos de lo vivido, configurando un espacio de
memoria en el que se escenifican las prácticas de violencia de género desde los
agentes estatales de orden y seguridad en distintas temporalidades históricas. Se
distinguen las marcas generacionales en sus protagonistas, en sus dimensiones
de continuidades y cambios, en las acciones y repercusiones de las torturas
aplicadas de manera deliberada a los cuerpos de las mujeres, en la provocación
de dolores y sufrimientos físicos o psíquicos agudos a otro ser humano3,
buscando humillar y aterrorizar a quienes se considera enemigas del orden
establecido.
Hay conceptos
adaptados a diversos contextos que justifican las prácticas de violencia desde
el Estado. La sobrevaloración de la seguridad permite la violación de los
derechos humanos, de la libertad de expresión y la criminalización extensiva e
intensiva de la legítima protesta.
Este texto busca
ofrecer lugar a la palabra que denuncia por sobre el silencio de la complacencia
frente a la impunidad de los agresores y sus amparos institucionales. También a
la expresión de las mujeres que fueron objeto de la violencia sexual policial
que con sus métodos de castigo intentan acallarlas y replegarlas en el miedo y la
culpa. Sin embargo, la resistencia y rebeldía de las mujeres, a pesar del
miedo, son estímulos constantes para la dignificación de la vida; denunciando y
manifestándose en contra de los variados rostros de la opresión, sin pausa y
hacia todas las edades. Se trata de un volcarse a las palabras en el camino de
su deconstrucción para no acostumbrase y naturalizar la violencia de género, a
pesar del reforzamiento constante que busca justificar la inevitabilidad de su
existencia y ejercicio, aduciendo que las únicas culpables son las propias
mujeres, fundamentalmente por desacato y desobediencia a los mandatos sociales
y culturales de los espacios y roles definidos para nosotras, pero sin
nosotras.
Estos sentidos
guían la construcción de un relato basado en los testimonios de mujeres de tres
generaciones que en diversos momentos de la historia de Chile, siendo jóvenes, conscientemente
se rebelan y actúan ante un sistema y orden social injusto y opresor.
En la Dictadura Militar
El año 1983
comienzan las manifestaciones callejeras y protestas masivas por el profundo
descontento y malestar acumulados durante una década de abusos, violencias y
vulneraciones graves de los derechos humanos y agudizados por la crisis
económica producida por la dictadura de Pinochet. En ese contexto se
intensifican las acciones callejeras de mítines y marchas; las y los
estudiantes en las sedes universitarias y los centros cívicos de las
principales ciudades del país, las mujeres en las poblaciones y los movimientos
juveniles van adquiriendo una progresiva y significativa presencia. Siendo
estudiantes secundarias cuatro jóvenes entre 15 y 17 años se ponen de acuerdo en
una calle del barrio para asistir a una ‘marcha del hambre’ en el centro de
Santiago tipo 19.00 hrs. Se gritan consignas contra la dictadura, se tiran
panfletos, aparecen las fuerzas especiales, golpean y detienen; luego los
manifestantes vuelven a aparecer por otras esquinas.
Corriendo,
escondiéndose, gritando, sin separase, para protegerse, las cuatro amigas participan
en la manifestación, con una mezcla de miedo y alegría por poder expresarse y
desafiar esos casi 10 años de silencio sometido por el terror. Contando con
mayor independencia de la tutela familiar, se arrancaron sin permiso a gritar consignas
por la libertad y en contra de la dictadura, a correr y escabullirse de las fuerzas
especiales. Pasado un rato, aparecen aproximadamente unos 20 carabineros con
sus indumentarias de protección –trajes reforzados, cascos–, agrediendo con lumas,
anillos, revólveres, escopetas de lacrimógenas. Empujan a las chicas, las
rodean y comienzan con los golpes de pies y puños, pero dirigidos casi
exclusivamente hacia los pechos y la pelvis, con las lumas, mientras proferían
insultos: “maracas comunistas”; “no le van a quedar ganas de salir más a la
calle”; “cabras culiás, que le prestan el culo a los comunistas”, y seguían los
golpes, con las manos agarradas de los puños en la reja de una tienda, y con
los pies abriendo las piernas de las jóvenes para introducir las lumas,
simulando una violación.
Entre los golpes y
con miedo se trataban de defender como podían, pero los uniformados eran más
grandes y con armas. Sólo dos les responden, que paren, que son niñas, si ellos
no tienen hijas, y reciben risas y más golpes e insultos. Todo hasta cuando jóvenes
universitarios les tiran piedras para que las suelten y en ese momento se
dirigen a reprimirlos y se escapan las chicas, con caras sangrando, cortes, y
muchos hematomas dolorosos. Dos de ellas nunca más salieron a ninguna acción de
protesta, les quedó el miedo instalado. Además recibieron el repudio de sus
familias y pololos por salir sin permiso. La lección fue: “eso les pasa por
salir solas”. En su propio entorno hay más gestos de castigos que de acogida.
El abuso con
connotación sexual también salía a las calles desde los cuarteles de la DINA y
la CNI. Esto lo podemos ver reflejado en el testimonio de Carena Pérez, que tenía
25 años cuando fue detenida en 1975 en Osorno por un operativo conjunto del
Servicio de Inteligencia Militar de Osorno y la Dirección Nacional de
Inteligencia (DINA). Luego de ser llevada a un recinto clandestino en los
alrededores de la ciudad, fue trasladada a la Villa Grimaldi en Santiago.
Carena recuerda en
su testimonio5: “en uno de esos interrogatorios irracionales, donde se
mezclaban las preguntas por personas, por actividad política, con cosas como cuántas
relaciones sexuales había tenido, ocurrió que un agente me golpeó muy fuertemente
en la cara solamente por tener los pechos chicos. Sentí mucha impotencia y
rabia contenida, sin embargo después en la soledad de mi celda, pensé qué bueno
que mis pechos sean pequeños, así estos cerdos no tienen mucho que mirar, tocar
ni fantasear. Ahora con el tiempo me parece increíble haber hecho esa
reflexión. Los tipos trataron de apropiarse de mi cuerpo y yo más que centrarme
en la tocación lasciva, me centré en que mi cuerpo fue capaz de negarles el
placer de su morbo. Creo que en ese momento, sin saberlo, fui altamente
feminista”.
Para Carena, “ser
mujer y resistente resultaba ser doblemente transgresor para los ojos de la dictadura, por ello se encargaron de
castigarnos de manera ejemplificadora. Uno de los lugares en los que el
patriarcado se instala para ejercer la presión contra las mujeres es en
nuestros cuerpos. Quizás por esa razón los agentes del Estado violaron con
especial saña nuestros cuerpos. El abuso sexual fue una práctica permanente a
la que fuimos expuestas las mujeres y también algunos hombres detenidos”.
Estas formas de
violencia no se dejaban en estas instalaciones secretas –los cuarteles de la
CNI–, sino que sus prácticas de control, humillación y violencia desde los aparatos
de seguridad del Estado salían a masificarse de la misma manera que las protestas
y movilizaciones contra la dictadura. Los principales encargados de esta misión
serán las Fuerzas de Orden y Seguridad de Carabineros de Chile. En las calles y
en sus comisarías fueron miles de personas las que fueron detenidas y
torturadas, siendo la mayoría de las jóvenes objeto de violencia sexual.
En el presente
El año 2011 salen
a las calles en marchas autorizadas y sin autorización, miles de estudiantes
secundarias y universitarias, en múltiples acciones con lenguajes creativos y
artísticos, ocupan sedes de universidades y liceos. Durante más de cinco meses están
presentes cotidianamente con sus voces y acciones denunciando el lucro en la educación
chilena, las profundas segregaciones sociales y económicas, la educación como
un privilegio entregada a las regulaciones del mercado. Recordando también que
los orígenes de toda esta situación están en las reformas impuestas en la
dictadura y luego administradas de manera eficiente –e inclusive perfeccionando
el modelo heredado de la dictadura– en los gobiernos de la Concertación. No se
piden más becas o bajas de arancel, se exigen cambios profundos del modelo
económico y de la organización democrática del país.
Las múltiples
manifestaciones y acciones de protesta, las tomas, son fuertemente reprimidas
con gases lacrimógenos, ocupaciones militarizadas de las ciudades con todo tipo
de vehículos para provocar el miedo y la dispersión. Se ataca directamente con
detenciones, golpizas intensas que se dirigen hacia las y los secundarios/as.
Existen un
sinnúmero de registros gráficos y audiovisuales donde quedaron plasmadas imágenes
en las que agentes del Estado maltratan violentamente y detienen a niños y niñas
desde los 9 años en adelante.
No obstante,
aunque despliegan una fuerte e intensa represión, el movimiento estudiantil no
afloja frente a las amenazas de las diversas autoridades de gobierno y los esfuerzos de los medios de comunicación
para dar por muerto el movimiento muchas veces y criminalizarlo usando la
figura del enemigo del orden público, definido como infiltrado, “los
encapuchados”, aquellos antisociales que sólo quieren destruir y justifican que
las fuerzas especiales de Carabineros actúen, en defensa de la propiedad
privada preferentemente, de modos violentos.
En las masivas
detenciones y luego abusos policiales, van teniendo cada vez una mayor presencia
las mujeres de fuerzas especiales con sus atuendos y accesorios para reprimir.
Detrás de sus cascos y las marcas de los trajes en sus cuerpos se identifica
que son mujeres con miradas y posturas de agresión y disponibilidad inmediata
para el uso de la violencia. La “igualdad de oportunidades de género” se
vislumbra nítidamente en el cuerpo de carabineros, la oportunidad de
mimetizarse con un hombre-varón a través del uso, con pertenencia e investidura
masculina, de la violencia.
En los testimonios recogidos por secundarias y
universitarias cuando son detenidas en marchas, desalojos de tomas de colegios
o liceos, e inclusive trayectos en locomoción colectiva, son las mujeres de
fuerzas especiales preferentemente las que ejercen la violencia de manera directa
en el uso de la reducción corporal, tocaciones, golpes de puños y pies,
obligando a las jóvenes a desnudarse, aduciendo que se trata de procedimientos
reglamentarios y exponiéndolas en esas condiciones a sus compañeros varones,
como podemos apreciar en los siguientes relatos de las estudiantes: “El
procedimiento lo hizo arriba de este vehículo policial, donde afuera había
aproximadamente ocho carabineros mirando. Nosotras nos negábamos, ella nos obligó.
Nos tironeaba la ropa, y después de eso nos toqueteó enteras, sin ánimos de revisar
si andábamos con algo, porque estaba a la vista que no había nada”. Asimismo, continuando
con su testimonio, esta estudiante recalcó que la carabinera no contaba con su
placa identificatoria y se negó a entregar su nombre a las estudiantes. “Esta funcionaria
fue, principalmente conmigo, la más violenta. Ella fue la que más me golpeó
cuando me subí al bus policial6”, agregó.
Las jóvenes del
Liceo San José de Puente Alto cuentan en un documental llamado “Las niñas”, que
carabineras las obligaron, ejerciendo presiones constantes, a desnudarse a
todas, a pesar de las súplicas de las chicas que les preguntaban sobre la
justificación de dicha medida. Las carabineras argumentaron nuevamente que se
trataba de un procedimiento institucional. Una vez desnudas todas de modo
perverso, puesto que no se hacía de manera directa, incentivaban a los
carabineros varones para que las miraran, logrando, así, que se sintieran
vejadas, humilladas, vulneradas y expuestas a los ojos lascivos de éstos.
Intentan protegerse entre todas tapándose y protegiéndose del abuso sexual
policial.
Con rasgos muy
similares se compone el testimonio de una joven de 17 años que es detenida en
el Liceo Darío Salas, en el desalojo violento realizado por carabineros. Ella junto
a su amiga se esconden en el establecimiento, son encontradas por un fuerte contingente,
son golpeadas con lumas, dejando variadas lesiones, pero también son agredidas
verbalmente con insultos de connotación sexual que aluden a los órganos sexuales
de las mujeres: “están pasadas a zorra”, “maracas culiás”, “cochinas”, etc. También
se aprovechan en los traslados de tocarlas. Como dice una de ellas: “Cuando iba
subiendo, un carabinero me tocó el trasero, descaradamente, así, a dos manos, y
yo en ese momento tenía puras ganas de darme vueltas y decirle un montón de
cosas, pero mi compañera me dijo no, quédate tranquila, porque si decimos algo
ahora, lo más probable es que nos saquen la cresta. A cada rato nos amenazaban
con eso”. Del mismo Liceo Darío Salas es la joven de 14 años que queda sangrado
de su vagina teniendo que ser hospitalizada en el Calvo Mackenna, puesto que
las patadas y golpes recibidos de fuerzas especiales la dejaron en una
condición de vulnerabilidad corporal y emocional, luego de ser detenida por
tomarse la ribera del Rio Mapocho de manera pacífica y ante la presencia de un
fuerte despliegue de medios de comunicación.
Las mujeres
jóvenes universitarias tampoco quedaron exentas de las acciones de violencia
sexual policial en las diversas regiones del país. Es el caso de Nathaly, estudiante de la Universidad Católica del
Norte, que junto a siete compañeras fue obligada a desnudarse por mujeres
carabineras. Una de ellas se resistió, entonces le tiraron la ropa, le bajaron
los pantalones y le sacaron hasta los calzones, tirando la ropa hacia el piso
que estaba lleno de orina. Una de ellas estaba en el periodo menstrual con
sangramiento, por lo mismo la hacen desnudarse completamente para humillarla. Un
acto deliberado y parte de las prácticas represivas de violencia sexual queda
en el registro audiovisual donde se escucha por radio la instrucción de
subirles la falda a las detenidas.
Podemos afirmar
con certeza que en todo el país son muchos los testimonios de niñas y jóvenes
que sufrieron las acciones violentas con connotación sexual de las y los carabineros
de Chile.
Algunas reflexiones
Los testimonios
seleccionados están orientados a examinar el ejercicio institucional de la
violencia sexual por parte del Estado, representado por agentes de seguridad y
carabineros, como herramienta de coacción política contra quienes en el
legítimo derecho a la expresión de protesta y a la resistencia en dictaduras
militares son criminalizados. En esta lógica justifican el uso de la tortura
sexual en las mujeres.
La tortura se
legitimó y normalizó institucionalmente como procedimiento y método de
violencia sexual hacia las mujeres. Los testimonios muestran que las
expresiones de violencia física y verbal se reiteran en un formato
distinguible, agudizado en periodos de absoluta falta de garantías de los
derechos humanos, en los momentos más cruentos de la dictadura y resurgiendo en
tiempos de acrecentamiento de conflictos sociales, como ha sido la sostenida
movilización por la gratuidad y calidad de la educación, durante 2011.
Sin embargo, se
pueden reconocer en los acontecimientos recientes dos elementos que la connotan
de modo distinto a las anteriores, que pueden ser leídos como cambios desde
miradas de género y generacional. Por un lado, este movimiento estudiantil y
juvenil se ha autodenominado la ‘generación sin miedo’, representada en la
consigna: “nos tienen miedo, porque no les tenemos miedo”; asumiendo en el
presente la posibilidad de transformación profunda de un sistema democrático y un
modelo económico signado como excluyente e injusto en el cual no han tenido participación.
El miedo referido
puede ser entendido como huella de la dictadura en sus modos de disciplinamiento
mediante el asesinato, la tortura, la desaparición, entre otros. A esto se
agrega el miedo asimilado a la pérdida de respeto a la clase política, por el
sustento que ésta le ha dado, durante los períodos de la Concertación, al pacto
de continuidad de la obra económica de la dictadura y a la impunidad con las
fuerzas armadas por la violación de los derechos humanos.
Un segundo
elemento es la emergencia destacada de la participación de las mujeres jóvenes
en las vocerías del movimiento secundario y en las orgánicas representativas de
las universidades, siendo emblemático el liderazgo de Camila Vallejo,
presidenta de la FECH.
No obstante, en su
mayoría también son mujeres relativamente jóvenes las pertenecientes al cuerpo
de funcionarias de fuerzas especiales que actúan de manera directa en las
calles y comisarías utilizando la violencia y el abuso sexual. Pertenecen a una
nueva generación en el cuerpo de Carabineros.
En la historia
institucional, desde el año 1962, ingresan por primera vez mujeres al escalafón
femenino destinadas a tareas relacionadas con las condiciones naturales asignadas
a la feminidad como es el cuidado de niños en situación irregular. Esto se expresa
en el sitio oficial de la institución de la siguiente manera: “En esos años, el
Alto Mando de Carabineros consideró que la sensibilidad y delicadeza propias
del género femenino eran cualidades indispensables para enfrentar este desafío,
el que hasta ese entonces era abordado por los efectivos varones”.
Desde este primer
hito, se aprecia un salto significativo a partir de los años 90 en las medidas
que favorecen la igualdad de grados con sus pares varones, y que les asignan
las labores específicas demarcadas a partir de la promulgación de la ley de violencia
intrafamiliar en 1994. El año 2005 se aprueba la Ley Nº 20.034 que unifica los
Escalafones Femenino y Masculino de Oficiales de Fila de Orden y Seguridad, permitiendo
a las mujeres el acceso a labores represivas como es la integración a fuerzas
especiales.
En los documentos
oficiales, estas acciones son valoradas como avances de la implementación del Plan
de Igualdad de Oportunidades entre Hombres y Mujeres, coordinado por el
Sernam10, en la integración de orientaciones para favorecer a las mujeres en el
acceso de igualdad de derechos en la articulación de los diversos servicios
públicos. Todo esto fundamentado en la ratificación de tratados específicos de
derechos humanos de las mujeres como la Convención para la Eliminación de Todas
las Formas de Discriminación Contra la Mujer, Cedaw.
En esta revisión
de las vivencias de abusos y violencia sexual de la institución de carabineros
hacia las niñas y jóvenes se nos muestra con nitidez el ejercicio de la violencia
de género en la represión policial, en sus actos, gestos y palabras usados con la
finalidad exclusiva de lograr la subordinación mediante el control y la
humillación inscritos en el cuerpo de las mujeres. Se busca, ante todo,
doblegar su sexualidad –si no está al servicio de la reproducción y la
maternidad, ya sea reales o simbólicas– por la vía del castigo y el
disciplinamiento corporal y síquico. La intención es dejar marcas en la vida
que recuerden que la desobediencia y la autonomía se pagan con dolor y son
regulados por la culpa y la vergüenza que finalmente hace responsable a las propias
mujeres de la violencia vivida. Todo esto configura una expresión del modo como
el comportamiento sexual esperado de las mujeres es definido por el control masculino.
Estos mecanismos
de dominación patriarcal se encuentran naturalizados, es decir, se consideran
como un aspecto natural del lugar que ocupamos las mujeres en la sociedad. En
ese lugar estamos expuestas a diversos tipos de violencia. La violencia sexual
es una amenaza constante desde temprana edad, concretándose en la perpetuación
del abuso sexual hacia niñas y niños. En la situación de las jóvenes sus
cuerpos están disponibles para el mercado, productos predilectos de los medios
de comunicación para la provocación del deseo del consumo y/o para la
subyugación en modos de vida de monogamia forzada. Entre el deseo y el
desprecio se solidifica la violencia de género.
La sociedad
patriarcal delimita las zonas del deseo construido, requiriendo el sometimiento
de las mujeres que es asumido por la internalización de cualidades de debilidad
y, por lo tanto, necesidad de protección. A la vez, quienes se sitúan al margen
de estos límites reciben apremios desde los corporales con costo de vidas, en los
casos de femicidios, hasta la segregación, exclusión, rechazo y aislamiento. Esta
contradicción se puede apreciar en las fuerzas de Carabineros. Por una parte, están
encargados de realizar una intervención especializada en situaciones de
violencia hacia las mujeres, niñas y niños, como agentes estatales que han
participado en procesos formativos financiados con recursos públicos destinados
a programas para la sensibilización y capacitación. Por otra parte, en
situaciones de conflicto social operan institucionalmente con procedimientos
estandarizados reflejados en los patrones de violencia de género identificados
en los informes de derechos humanos, denuncias y testimonios elaborados en el
periodo de movilizaciones estudiantiles.
Es la misma
naturaleza sociohistórica de la violencia de género, fundada en el guión masculino
que asocia sexo con dominación. Es la misma violencia que se usó como método de
tortura contra casi todas las detenidas y presas políticas en dictadura y que ha
quedado bajo la impunidad, sin que aún se consigne oficialmente como una forma específica
de tortura la violencia sexual hacia las mujeres13. Es la misma institución que
aún mantiene en su página oficial14, destacándola como una precursora en la historia
de las mujeres en Carabineros, a la subteniente Ingrid Felicitas Olderock, quien
fuera instructora de torturadores en la escuela inicial de Tejas Verdes. Es
sabido que como integrante de la Brigada Purén fue adiestradora de los perros
usados en las vejaciones sexuales cometidas contra mujeres en el cuartel
secreto “Venda Sexy”. Es recordada por las presas entre las más crueles de las
torturadoras.
Los procesos de
impunidad e invisibilización de la violencia sexual, como forma de tortura
hacia las mujeres, hacen que esta violencia se perpetúe institucionalizada y naturalizada
con la complacencia de los silencios y omisiones que cubren la intensidad, magnitud
y alcances que reviste para las mujeres que han padecido sus tormentos. Todo
esto ocurre en una sociedad que promueve la aprobación cultural del uso de la
violencia contra las mujeres, minimizando actos cotidianos de violencia sexual
en las calles, escuelas, medios de comunicación, familia, que todas las mujeres
hemos vivido alguna vez en la vida, hasta el extremo de su uso como castigo
para corregir las supuestas desviaciones subversivas de mujeres jóvenes.
Podemos reconocer
idénticos mecanismos en un orden patriarcal extendido hace milenios y
universalizado: “A los ojos de los demás, la rebeldía de un subordinado deshonra
al superior cuestionando su valor moral, la base misma de su autoridad. Por tanto
la negativa de una mujer o su rebeldía desestabiliza la posición del hombre responsable
de ella. Para recuperarla, debe reafirmar su superioridad moral declarando inmorales
las acciones de ella, y mostrar su capacidad para controlarla, que en última instancia
expresa con violencia”.
© Francia Jamett
Pizarro, Red Chilena contra la Violencia Doméstica y Sexual
Fuente: “Mujeres y
violencia: silencios y resistencias”
ISBN:
978-956-8759-03-2
Registro de
Propiedad Intelectual: Nº 215.609
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