Romper cadenas

© Regina Martínez, en lucha
* * Regina Martínez es activista feminista y miembro de En lucha

En ocasiones explota la olla y es tal el ruido y el desastre que por fin vemos cuánta presión se acumula en nuestras vidas. Volver a casa con las llaves en la mano, apretar el paso a la salida del metro, ver en la oscuridad de las calles los peores monstruos. Unos llaman “piropo” a la agresión, otros le dicen “pasión” a la violencia. Y mientras los eufemismos de la sangre esconden la opresión, el espacio público y privado nos es vedado a las mujeres alrededor del mundo. Pero también se empiezan a alzar en las calles las voces de mujeres y hombres por una igualdad que no sea de papel, que recicla nuestros logros en objetos de mercado.

Movilización contra el horror

La India ha despertado ante la violación, tortura y asesinato de una joven estudiante el pasado diciembre en Nueva Delhi, la ciudad con mayor tasa de delitos sexuales del país. Un país en el que el feminicidio convierte a las mujeres desde el primer segundo de su vida en objetos de la violencia, en el que hay una violación cada 20 minutos. Pese a la limitación de la libertad de reunión, miles de manifestantes se han enfrentado a la policía durante días, recibiendo una durísima represión que no hace más que mostrar de qué lado está el sistema. Ante la inexistencia de leyes contra el asedio sexual y la ineficacia judicial, hay voces que ven la pena de muerte como el castigo a los violadores, si bien esta medida retrógrada no solucionaría la situación. La violencia contra las mujeres yace en las raíces de un sistema económico que nos sexualiza al tiempo que nos presiona para que nos mantengamos en los moldes del conservadurismo, generando una tensión que con la crisis económica mundial se intensifica.

En la India, la explosión de la indignación ha puesto entre la espada y la pared a los poderosos, acelerando un proceso judicial en un contexto en el que gran parte de las violaciones ni llega a ser denunciada ante la desconfianza en el sistema y el miedo a la reacción policial (que frecuentemente usa la violación como herramienta de subordinación). Tal y como demandan muchos manifestantes, sería positiva una legislación al respecto, si bien la mera judicialización del problema podría llevar a que sólo algunas mujeres accedan a un proceso, dejando desprotegidas a miles de mujeres indias trabajadoras y pobres de zonas rurales, en donde las violaciones son ignoradas y encubiertas.

El mazo y la zanahoria

Y hablando de fiasco judicial, pocos días antes de las protestas en la India, en la otra punta del mundo se movilizaban miles de personas contra un fallo absolutorio histórico sobre la trata de mujeres. En Argentina, en la provincia de Tucumán, el pasado diciembre se eximía a los 13 encausados en el caso de Marita Verón, conocido por la implacable lucha de su madre Susana Trimarco, que durante más de diez años ha denunciado y perseguido —hasta incluso infiltrarse en las mafias— el secuestro y explotación sexual de mujeres en Argentina, liberando a muchas jóvenes en el camino. La indignación ante la connivencia judicial con la explotación sexual, siendo sobradamente conocidos sus vínculos con los culpables, ha levantado protestas por toda Argentina, originando marchas y manifestaciones que han llegado a asediar la sede de gobernación de la provincia forzando a la policía a esconderse. Y es que pese a unas entristecidas y solidarias declaraciones de la presidenta Cristina Kirchner, las acciones para acabar con las redes de trata brillan por su ausencia y es sobradamente conocido el impulso del justicialismo de las rutas de la “soja” y “el petróleo”, que no hacen más que promover la explotación sexual de las mujeres para satisfacer a los hombres de negocios. Algo que en Barcelona vemos durante los grandes congresos internacionales, en los cuales se firman contratos por el día y se compran mujeres por la noche como una parte más de la estancia en la ciudad, una ciudad que para el turismo globalizado se pone “guapa”.

Respuestas globales

Este es el modelo que el capitalismo nos da en cualquier parte del mundo. Un modelo de violencia y explotación que se incrementa con la crisis económica al profundizar la falta de recursos y de servicios sociales, al aumentar la dependencia material de la mujer y la migración económica. La violencia del sistema nos desahucia, nos despide, nos agrede. Pero la esperanza también está emergiendo: en las mujeres que marchan contra el sexismo desde Toronto hasta Sidney diciendo “Mi vestido no es un sí”; en las mujeres indias que organizadas en torno a las ‘Pink Gangs’ luchan puerta a puerta contra la violencia sexista; en las protestas cada vez más masivas contra la explotación sexual en América Latina.


Mientras la violencia contra las mujeres, homosexuales y transexuales continúe, resulta aberrante afirmar que hemos conseguido la igualdad de género; mientras las salidas a la violencia sean la seguridad remunerada y privada, los procesos judiciales y la estabilidad económica, no podemos decir que no existen diferencias de clase. La capacidad del sistema para hacer de la opresión un producto de mercado, así como la voluntad de los poderes políticos y económicos en profundizar la sumisión y la división de las clases populares, mantiene una opresión que ni es natural ni antigua. Por eso, la lucha contra el sexismo hoy ha de ser profundamente anticapitalista y requiere de una respuesta urgente. Como decía la revolucionaria Rosa Luxemburgo “quien no se mueve, no siente las cadenas”. Y quien no lucha tampoco podrá destruirlas.

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