Rosa Regás: Discriminación cultural
© Rosa Regás, El
Mundo
Es espectacular el
poco interés que provoca la opinión y el pensamiento de las mujeres en las
revistas literarias que se publican en nuestro país. Será porque los hombres
que las gestionan no leen los libros que publican las mujeres, o si los leen les parecerán muy poco interesantes o porque
tampoco tienen interés en saber lo que piensan ellas sobre los libros que
publican los hombres. Es cierto que en general los hombres no leen libros
escritos por mujeres y en cambio las mujeres, sean del oficio o no, sí leen
libros escritos por hombres y por mujeres.
Sorprende ver el catálogo de poderosas instituciones
dedicadas a la promoción de actos culturales, donde por cada diez conferencias
impartidas por hombres sólo hay una impartida por una mujer; por cada diez
críticas de libros hay uno o ninguno escrito por una mujer y comprobar
cómo en periódicos y revistas los textos
escritos por mujeres están en franca
minoría en relación con los escritos por hombres.
No sé a qué se
debe todo esto que va en aumento en los últimos años, no en disminución como
pretenden hacernos creer algunos. Es como si poco a poco los hombres hubieran
ido expulsando a las mujeres de los índices de publicaciones literarias, y
fueran de nuevo quedándose ellos solos y felices por no tener que compartir esos espacios
culturales con nadie. Sí, es difícil de comprender porque hay mujeres en las
universidades casi tantas como hombres, en los
claustros y en las aulas. Hay mujeres publicando libros en las
editoriales, y son mayoría las mujeres en agencias literarias y como editoras
en todas las editoriales del país de textos de narrativa, ensayo o poesía. Hay
mujeres por todas partes pero en cultura no es que tengan que habérselas sólo
con el techo de cristal como las mujeres en el mundo de la empresa, no. Lo que
ocurre es que simplemente siguen siendo invisibles cuando se trata de su
capacidad creadora. Y no porque los hombres las desprecien, nada más lejos de
la verdad, sino que no parecen entender demasiado cual es su papel en círculos
literarios que no hace falta limitar a revista y periódicos sino que podemos
extender a cualquier otro tipo de
actividades culturales. En una palabra, en el orden de la creación literaria
son muchos los hombres que a las mujeres no las ven.
Acabo de recibir
una preciosa revista dirigida por
Guillermo Busutil, subdirector y editor gráfico Ricardo Martín, y editor
literario Ignacio F. Garmendia, que en
su número 147 de enero de 2013 anuncia
en la cubierta los nombres de los colaboradores del número, ya sea como
articulistas o como autores de novelas y libros de poesía. Son los siguientes:
Edmundo Paz Soldán, Felisberto Hernández, J. M. de Prada, Hans Fallada, Antonio
Soler, José María Merino, Félix Romero, Salvador Gutiérrez Solís y Ferdinand
von Chirac, en Narrativa. En Ensayo figuran Luis Harss, Mario Varga Llosa,
Stephen Greenblatt, Joseph E. Stiglitz, Hugo Pratt y Guy Delisle. Y en poesía
Carlos Pujol, Antonio Carvajal y finalmente ¡Emily Dickinson!, la única mujer.
Muerta, claro está. Porque si las mujeres están muertas tienen mucha más
aceptación, no tanta como los hombres, vivos o muertos, pero al menos tienen
presencia. Una ojeada al interior de la revista me descubre más nombres
masculinos, Félix de Azúa, José Manuel Caballero Bonald, Julio Ortega, Jorge
Eduardo Benavides, Pablo Aranda, Rodrigo Fresán, Manuel Borrás, Alonso Cueto,
Antonio Orejudo, Luis Alberto de Cuenca, Felipe Benitez Reyes, Juan Manuel
Bonet, Pablo de Santi y muchos más, dos mujeres vivas como autoras, Angeles
Caso y Nuria Barrios, e Inger Enkvist
catedrática de Literatura Hispánica de la universidad de Lund en Suecia
autora de un artículo sobre el Boom. Ah, y Karen Blixen, ésta fallecida, por
supuesto. Y estas cinco escritoras son toda la presencia femenina entre tantas
decenas de escritores. Así hasta la
página 24. A partir de ella y hasta la página
50 sólo he visto títulos y fotos, todos de hombres también, tal vez
hubiera alguna mujer perdida entre ellos pero no la he visto ni me he
entretenido en buscar más. He salido de este mundo de hombres, como siempre con
la sensación de que nos queda mucho camino por recorrer para alcanzar la
igualdad de la que tanto presumimos, no solo a nosotras las mujeres, sino sobre
todo a ellos, los hombres, que ni ven a las mujeres como escritoras, creadoras
o críticas, ni tienen el más mínimo interés en descubrir lo que piensan y menos
aún en darlo a conocer a los lectores. Afortunadamente esta inconsciente (¿)
discriminación no alcanza a las editoriales ni a las lectoras y en este sentido
la vida creativa de las mujeres está asegurada. Otra cosa es que logren darse a
conocer o puedan hacerse un lugar en el mundo de la crítica literaria. Pero
vida literaria sí la tienen. Corta pero intensa e íntima.
Es así, con esta
forma que la crítica trata a los unos y
a las otras, como a lo largo de la historia reciente han seguido vigentes los nombres de los escritores muy
por encima de los de las escritoras que han sido comentados y nombrados en los
medios de comunicación cientos de veces menos que los de ellos. Y así es como
se transmite igualmente a los libros de texto. Y a la sociedad.
No es que todo
esto importe demasiado, nada se puede contra lo realmente importante, la
pulsión creadora. Jane Austin por ejemplo no tuvo el menos prestigio cuando
vivía y hubo que esperar años para que lo alcanzara, después de su muerte. Por
otra parte dentro de cien o doscientos años la mayoría de los escritores
masculinos estarán sumergidos en un pozo de olvido tan profundo como el que las
mujeres han sido condenadas sólo por serlo. Y no es que quienes han ayudado a
mantenerlas marginadas del prestigio social -que tantas merecen al menos en la
misma medida que muchos de los hombres que lo disfrutan también sólo por
serlo- lo hayan hecho a conciencia lo
que racionalmente al menos tendría un sentido, no. No han tenido más que seguir
siendo fieles, como lo fueron sus padres y abuelos, a una misoginia social que se extiende, se
reconozca o no, también –y a veces con más intensidad aún- a los ámbitos culturales.
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