Angie Gago: Género y clase, la liberación de las mujeres hoy
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Primera publicación: En revista La
Hiedra, marzo de 2009. Luego apareció
como apéndice al libro de Chris Harman, Mujer y capitalismo: de la opresión a
la liberación, 2da edición, España: En lucha: marzo de 2011. Edición digital: Mujer y capitalismo: de la opresión a la
liberación en En lucha, 2011/ http://www.enlucha.org/site/?q=node/15935. Esta
edición: Marzo 2012, gracias a En lucha.
* Angie
Gago es militante del grupo "En lucha" - sección en España de la
corriente Socialismo Internacional- y contribuye frecuentemente a su revista,
La Hiedra.
Un
siglo después de la creación del Día Internacional de la Mujer Trabajadora, las
mujeres siguen estando oprimidas. En este artículo explicaremos por qué el
marxismo sigue siendo una herramienta clave en la teoría y en la práctica para
conseguir su liberación.
Cada 8
de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer Trabajadora que conmemora
la realización de una huelga de obreras textiles que se desarrolló en Nueva
York en 1908 tras la muerte de 146 trabajadoras que perecieron calcinadas
debido a las malas condiciones laborales que padecían.
Esta
jornada de lucha se creó a propuesta de la comunista alemana Clara Zetkin en la
1ª Conferencia Internacional de Mujeres celebrada en Copenhague en 1910 con el
objetivo de inaugurar un día de protesta global contra la opresión de la mujer.
Como cada año, millones de mujeres salen a la calle para reivindicar sus
derechos. Sin embargo, los pasos de la lucha por la liberación de las mujeres
son lentos y, en muchas ocasiones, son pasos en falso.
Es
obvio señalar que, en el último siglo, las mujeres de los países occidentales
han conseguido grandes avances en materia de derechos civiles y económicos. La
incorporación al mundo laboral, el acceso a los anticonceptivos, el aborto
legal o la flexibilidad de las leyes del divorcio son buenos ejemplos de ello.
Pero,
por otra parte, también es necesario subrayar que la situación de las mujeres
sigue siendo desigual respecto a la de los hombres en muchos sentidos.
Aunque
el movimiento feminista ha conseguido grandes avances a través de la protesta,
la presión política y las reivindicaciones sociales, la realidad es que la
lucha por la liberación de la mujer parece encontrarse en un impasse. Aunque
hemos conseguido incorporarnos al mundo laboral, lo hemos hecho en las mismas
condiciones de explotación que la mayoría de los hombres.
Además,
las mujeres sufren en mayor medida las consecuencias de la denominada
“flexibilidad laboral”: tienen trabajos más precarios y salarios más bajos por
el mismo trabajo y son las grandes protagonistas de los contratos temporales.
Por otra parte, las mujeres padecen acoso sexual en el trabajo, cuentan con
bajas por maternidad insuficientes y cuando pueden volver a trabajar se
encuentran con que las oportunidades para conseguir la conciliación laboral son
inexistentes. La mayoría de las mujeres no pueden optar por la reducción de
jornada laboral por el mismo salario y tampoco pueden acceder a plazas de
guarderías públicas ya que el número de éstas últimas es insignificante.
Aunque
trabajan fuera de casa, es en ellas en las que sigue recayendo gran parte del
trabajo doméstico y del cuidado de los niños y de los ancianos. Por si esto
fuera poco, las mujeres tienen que soportar altos niveles de violencia: son
asesinadas, violadas e insultadas por el simple hecho de ser mujeres y, en no
pocos estados, no tienen derecho a decidir sobre si quieren ser madre o no.
Por
último, el cuerpo de la mujer es considerado y tratado como una mercancía y
éstas tienen que vivir una presión insoportable para responder a los cánones de
belleza impuestos por la moda.
Asimismo,
aunque contamos con más derechos sexuales, la mercantilización del cuerpo
femenino ha provocado un gran retroceso en cuanto a la lucha emancipadora. Si
bien en los años 60 y 70 la lucha por la liberación sexual consiguió que gran
parte de las mujeres pudieran hablar de sexo sin tabúes y practicarlo
libremente, la aparente liberación sexual que vivimos las mujeres se ha
convertido en una cadena más. Y, ni que decir tiene que para la gran mayoría de
las trabajadoras es imposible acceder a la imagen de “ejecutiva, delgada, madre
ejemplar y a la moda” que nos venden los medios de comunicación. La liberación,
por lo tanto, sigue siendo un espejismo.
Todo
esto hace que para conseguir dar un salto hacia adelante en la lucha para la
liberación de la mujer tengamos que ser conscientes no sólo de cuál es el
origen histórico de nuestra opresión sino también de qué estrategias tenemos
que seguir para alcanzar la emancipación total de las mujeres hoy en día.
El feminismo anticapitalista y el feminismo materialista
Dentro
del feminismo existen diferentes perspectivas. Desde el feminismo liberal, que
no cuestiona al sistema capitalista, al feminismo socialista, existe toda una
variedad de enfoques que tienen como objetivo acabar con la opresión de la mujer.
De la
misma manera, dentro del movimiento anticapitalista también existen diferentes
posiciones al respecto: la anarquista, la materialista, la marxista o la
autónoma, son todas teorías que comparten la idea de que la lucha por la
liberación de la mujer tiene que ir de la mano de otras luchas emancipatorias y
de un cambio global de la sociedad en la que vivimos para conseguir un mundo
más justo, solidario, sostenible y democrático.
A pesar
de la gran diversidad de teorías, en este artículo nos centraremos
especialmente en dos perspectivas concretas: el feminismo materialista y la
teoría marxista de la opresión de la mujer, ya que alrededor de estos enfoques
existe un debate relevante en torno a diferentes cuestiones, como pueden ser el
origen de la opresión o la importancia de la cuestión de clase.
Mientras
que el concepto de patriarcado se utilizaba antiguamente para denominar a la
familia nuclear en la que el hombre albergaba todo el poder, en la actualidad,
algunos sectores del movimiento feminista que defienden la teoría del
patriarcado afirman que los hombres y las mujeres constituyen dos clases
diferentes que mantienen una relación de explotación a través de la cual los
hombres extraen un beneficio (económico, social y psicológico) de la mujer. Aún
así, gran parte del movimiento anticapitalista utiliza el concepto de
patriarcado como sinónimo de la opresión que sufren las mujeres.
Una de
las feministas que ha popularizado esta teoría del patriarcado es la
investigadora Christine Delphy, quien afirma que “hombres y mujeres son dos
clases en conflicto a través del cual los hombres se apropian del trabajo de
las mujeres”. En general, las defensoras del patriarcado utilizan este término
para explicar que éste es un modo de producción paralelo al capitalismo que
mantiene a las mujeres en discriminación respecto a los hombres.
Como
hemos comentado antes, muchas marxistas también creen en la teoría del
patriarcado. Según Sylviane Dahan, militante de Revolta Global-Esquerra
Anticapitalista, el marxismo no ha sabido dar una respuesta de por qué surge la
opresión de la mujer sino que ha establecido una asociación “demasiado
mecánica” entre la opresión y el surgimiento de la sociedad de clases y la
propiedad privada.
Dahan
afirma en su artículo, “Marxismo y feminismo: las amistades peligrosas (entre
movimiento obrero y feminismo”, que la superación del capitalismo es necesaria
pero no suficiente para la liberación de la mujer. Y aunque es verdad que en
principio la revolución socialista no conseguirá esto de un día para el otro,
la teoría marxista afirma que sentará las bases para su consecución.
Aunque
las feministas materialistas no aceptan todos los supuestos de la teoría del
patriarcado, sí que han adoptado muchas de sus hipótesis como propias, sobre
todo respecto al origen de la opresión y respecto a quién beneficia la misma.
Esto ha dado lugar a una sub-teoría que podríamos denominar “teoría del
patriarcado materialista”, siendo una de sus precursoras la feminista-marxista
Heidi Hartmann.
Tres
causas principales han dado lugar a esta situación. Por una parte, la
experiencia del estalinismo. Por otra parte, los enfrentamientos que han existido
a lo largo de la historia entre el movimiento obrero y las reivindicaciones
feministas. Y, por último, el hecho de que muchas organizaciones
revolucionarias aceptaran el hecho de que después de la revolución social la
opresión de la mujer desaparecería sin más ha dado lugar en varias ocasiones a
que la cuestión de la mujer quedara en un segundo plano.
Algunos
de los argumentos que utilizan los defensores de la Teoría del Patriarcado para
justificar que el marxismo no posibilitará la liberación de la mujeres es
afirmar que la prueba está en la experiencia de la Unión Soviética. El
argumento es sencillo: si la URSS era comunista y existía la opresión de la
mujer, eso quiere decir que el fin del capitalismo no acabará con la misma. A
simple vista, puede parecer lógico.
Pero si
analizamos de una manera más detallada esta afirmación nos daremos cuenta que
es insostenible por una razón muy sencilla: la URSS no era ni comunista ni los
países que la conformaban eran estados obreros degenerados, como aún argumentan
muchos grupos de la izquierda anticapitalista.
Después
de la Revolución Rusa en 1917, la situación de la mujer avanzó más que en
cualquier otro momento de la historia. Éstas gozaban del derecho total al
aborto y se despenalizaron la homosexualidad y el divorcio. Las mujeres tenían
exactamente los mismos derechos que los hombres no sólo a nivel formal sino
real. Y todo esto en una sociedad mayoritariamente campesina con estructuras
muy reaccionarias de hace siglos.
Fue la
experiencia de la revolución social y la implantación de la democracia obrera
las que proporcionaron a las mujeres la liberación del yugo familiar. Éstas
participaban en igualdad de condiciones en la vida pública: en el ejército, los
sindicatos, las fábricas etc. Sin embargo, la corta vida de la democracia
obrera no permitió que la liberación de la mujer se desarrollase en todas sus
consecuencias. Aunque sí que sentó las bases de una sociedad libre de
opresiones.
Sin
embargo, la contrarrevolución estalinista acabó con todo lo conseguido hasta
aquel momento. El aislamiento de la Revolución Rusa tras el fracaso de la
alemana dejó a la primera en una situación catastrófica para poder avanzar
económica y democráticamente. Esto dio lugar a que tras la llegada de Stalin al
poder cambiaran las relaciones de producción (vuelta a la explotación de
trabajadoras y trabajadores en las fábricas, falta de democracia directa, etc.)
lo que provocó un cambio en las relaciones sociales que llegó a desmantelar
todos los derechos conseguidos hasta entonces. De esta manera,a partir de 1933
se comienza a considerar la homosexualidad como un delito, se vuelven a poner
tasas elevadas para conseguir el divorcio y el aborto se convierte de nuevo en
algo ilegal.
El
reverso en las políticas económicas fue tal que, aunque la economía estaba en
manos del Estado, dejó de estar controlada por los trabajadores y las
trabajadoras, imponiéndose así un sistema capitalista de estado. Por lo tanto,
las feministas que aceptan el argumento de que el socialismo no acabará con la
opresión de la mujer (por lo que pasó en la URSS) caen en un error fundamental
al no analizar las consecuencias que la contrarrevolución estalinista tuvo en
el modo de producción y en las relaciones sociales.
Respecto
a la segunda causa, podemos afirmar que la relación entre los sindicatos o
grupos políticos de izquierda, incluso socialistas revolucionarios, y el
movimiento feminista no siempre ha sido amistosa. Las actitudes y
comportamientos machistas de muchos de estos grupos respecto a las demandas de
sus compañeras han dado lugar en varias ocasiones a que éstas entendieran que
se tenían que separar de la lucha obrera. Durante la Revolución Española, por
ejemplo, muchas mujeres fueron alejadas del frente para realizar tareas de
enfermería o cocina.
También
durante la Transición Española, aunque las mujeres comprendieron que su
liberación vendría de la mano del fin del franquismo, quedaron relegadas, sin
embargo, a tareas a las que se les asociaba normalmente, como las de
secretariado, dando lugar a un gran conflicto entre hombres y mujeres en la
lucha antifranquista. Esto provocó en algunos casos la separación de éstas en
un movimiento aparte.
En el
ámbito europeo también existen otros ejemplos. El Partido Comunista francés
tenía posiciones antiabortistas y en defensa de la familia en los años 30’ y,
en Italia en diciembre de 1975, la organización de extrema izquierda Lotta
Continua forzó la presencia de un bloque mixto en una manifestación sola para
mujeres acusándolas de amenazar a la unidad de la clase trabajadora. En muchas
de estas ocasiones el movimiento de los trabajadores estaba dominado por ideas
machistas.
De esta
manera, el desencuentro entre las feministas y el movimiento obrero, por una
parte, y el lastre del llamado “socialismo real” dio lugar a que muchas
activistas comenzaran a buscar explicaciones alternativas a la pregunta del
origen de la opresión de la mujer hasta la que entonces había proporcionado el
marxismo.
La teoría marxista
Al
contrario de la teoría del patriarcado, la teoría marxista no defiende el hecho
que las mujeres y los hombres constituyan dos clases diferentes. La tradición
marxista analiza la historia en función de la lucha de clases, pero las clases
no están definidas en función del género sino de las relaciones de producción.
En este sentido, en el capitalismo existen fundamentalmente dos clases: la
capitalista, que posee los medios de producción, y la clase trabajadora, que
tiene que vender su fuerza de trabajo para conseguir un salario. Los
capitalistas extraen un beneficio económico, la plusvalía, del trabajo de los y
las trabajadoras.
Éste es
el mecanismo de explotación del capitalismo. Sin embargo, al mismo tiempo, éste
necesita conseguir que la clase trabajadora, la cual es la única que tiene el
potencial revolucionario para revertir el orden de las cosas por la posición
que ocupa en el sistema productivo, no se una y no luche para conseguirlo. De
ahí que durante siglos el capitalismo haya utilizado cualquier tipo de división
social, de género, el color de la piel, la etnia, religión, la tendencia
sexual,la nacionalidad, etc., para dividir a la clase trabajadora.
Por
otra parte, el capitalismo también ha utilizado la opresión de la mujer para
ahorrarse grandes cantidades de dinero en servicios públicos. La creación del
tipo de familia nuclear en el siglo XIX sirvió para que ésta se encargase de
alimentar a la clase trabajadora y del cuidado de los niños y niñas, los cuales
serán la próxima generación de obreros.
El
hecho de que el sistema privilegie un género sobre el otro no es la
consecuencia de ningún orden natural sino de la necesidad imperante del
capitalismo de imponer las ideas de la clase dominante para conseguir que la
clase trabajadora no tenga conciencia de su potencial revolucionario. La
opresión de algunos sectores de la sociedad es una condición sine qua non del
capitalismo.
La
prueba de esto se encuentra en la historia. Existen muchos casos en los que
hombres y mujeres se han unido para luchar contra la explotación capitalista.
Si antes poníamos el ejemplo de la Revolución Rusa, ahora también podemos
hablar de la Comuna de París. Además, después de la Segunda Guerra Mundial, la
existencia de un movimiento obrero fuerte y cohesionado organizado en sindicatos
combativos dio lugar a una serie de logros sociales que repercutió claramente
en una mejora de vida de la mujer tras la implantación de la sanidad y la
escuela pública, la creación de comedores escolares y guarderías, etc. Si bien
la lucha obrera debe ser siempre feminista, el feminismo que reivindica la
luchas de la clase trabajadora es sin duda alguna el que consigue mejoras más
contundentes para la calidad de vida de la gran mayoría de las mujeres.
Podemos
afirmar que los capitalistas harán todo lo que esté en sus manos para conseguir
que los y las trabajadoras no se unan para luchar contra ellos. De ahí que la
estrategia del capital sea dividir a la clase trabajadora a través de la
imposición de una ideología concreta.
Las
mujeres, en tanto en cuanto no son una clase social, no son explotadas por el
hecho de ser mujeres, según una concepción marxista de la sociedad. Las mujeres
son oprimidas como mujeres y explotadas como trabajadoras. Una cuestión que es
recurrente cuando hablamos de género y clase es el hecho innegable de que las
mujeres que pertenecen a las clase capitalista también están oprimidas. Es
cierto, la opresión, sea del signo que sea, trasciende a la cuestión de clase.
Las mujeres burguesas también están oprimidas: sufren la violencia de género
casi en la misma forma que las de la clase trabajadora, están relegadas a un
segundo lugar en la vida pública y aunque lleguen a ser empresarias o políticas
de renombre siempre estarán siendo juzgadas por ser mujeres. Sin embargo, las
mujeres capitalistas sacan una plusvalía de las mujeres y los hombres
trabajadores. De ahí que ellas mismas estén interesadas en continuar con esta
opresión. La conclusión es que las mujeres capitalistas se benefician de la
explotación de las mujeres trabajadoras.
Por
otra parte, eso no quita que los y las socialistas revolucionarias no estemos
obligados a luchar contra la opresión de la mujer burguesa. Debido a que el
discurso sexista divide a la clase trabajadora, si aceptamos las críticas a la
ministra Carme Chacón por su vestimenta o su maquillaje, estaremos reforzando
las ideas de la clase dominante. Además, no es muy difícil encontrar otras
muchas críticas contra ella, tratándose como se trata de la ministra de la
guerra.
Como
explica Tony Cliff, teórico marxista, en su artículo “La clase trabajadora y
los oprimidos”; “al referirse a la clase trabajadora, Marx nunca usó la palabra
oprimidos porque en primer lugar sabía que distintos grupos de personas
oprimidas no se unen ni tan siquiera ante la opresión que sufren en común”.
El
feminismo liberal lucha por las reformas legales del sistema político burgués
que mejoran la calidad de vida de las mujeres y sirven para avanzar en la
emancipación de la mujer. Sin embargo, el liberalismo burgués nunca irá más
allá en la lucha por la liberación de la misma.
El
Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, por ejemplo,que está formado por más
ministras que ministros, aplica políticas económicas que van en detrimento de
las condiciones laborales de las mujeres trabajadoras. Si aceptáramos que las
mujeres constituyen una clase social ¿cómo explicaríamos que la ministra de
Igualdad, Bibiana Aído no proponga crear más guarderías o implementar la máxima
de “igual trabajo, igual salario”?. La conciencia de la mujer como clase es
inexistente ya que no se basa en las relaciones materiales. La afirmación de la
feminista Delphy “nuestra clase es plural” es errónea y no sólo pone la
solidaridad de género por delante de la clase social sino que elimina esta
última.
En este
sentido, las defensoras del “patriarcado material” caen en una falla teórica al
intentar combinar dicha teoría con el marxismo, ya que lo aíslan de la sociedad
de clases. Esto ha dado lugar a que en algunas ocasiones hayan tenido que
recurrir a terceras teorías para explicar la opresión de la mujer. En su
artículo, “El feminismo de la izquierda anticapitalista”, Lidia Cirillo,
militante de Sinistra Crítica -organización de la izquierda anticapitalista en
Italia- utiliza el psicoanálisis y la teoría freudiana de la castración (las
mujeres se sientes inferiores porque no tienen pene) para explicar por qué
existen las estructuras patriarcales.
Explicar
la opresión de la mujer únicamente a través de teorías psicológicas obvia el
origen material de la sociedad de clases y, aunque pueden ayudar a explicar
algunas cuestiones relacionadas con la superestructura (autoestima, violencia
de género, etc.) deja la lucha por la liberación de la mujer en un plano
completamente idealista y utópico. Al utilizar la psicología para explicar la
opresión, las feministas materialistas no reconocen el mecanismo del
materialismo histórico, a través del cual es la vida material la que determina
en gran medida la conciencia y no al revés.
La
teoría marxista argumenta que realizando un cambio en las relaciones de
producción se crearían los pilares básicos para avanzar hacia la liberación de
la humanidad. Si aceptamos lo contrario no tenemos nada a lo que agarrarnos a
nivel práctico, excepto esperar a que por una revolución cultural en el plano
de las ideas la opresión desaparezca sin más. Esto no quiere decir que la lucha
en el plano ideológico, cultural o educativo no sea importante sino que es
insuficiente.
Origen y beneficio
Las dos
cuestiones centrales sobre las que la teoría del patriarcado diverge del
marxismo son: una, el origen de la opresión de la mujer y, dos, sobre quién se
beneficia de la misma, las cuales están intrínsecamente relacionadas.
Para
luchar contra algo, es imprescindible saber por qué existe. En este sentido,
los marxistas han utilizado durante más de un siglo el estudio realizado por
Frederich Engels El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado
de 1884 para explicar el origen de la opresión de la mujer. Según Engels, antes
del surgimiento de la sociedad de clases y de que las relaciones sociales
estuviesen determinadas por la acumulación del excedente, existieron
comunidades primitivas en las que la mujer y el hombre vivían en situación de
igualdad. Aunque existía la división sexual del trabajo esto no comportaba que
un género predominara sobre el otro ya que todas las decisiones se decidían en
igualdad de condiciones y las tareas contaban con el mismo valor.
Fue la
necesidad de proteger el excedente lo que dio lugar a la opresión, la cual es
consecuencia de las relaciones de propiedad y no de la división sexual de
trabajo, como bien apunta Xulia Mirón, del Partido Revolucionario de los
Trabajadores, en su artículo “Explotación y opresión”. Como argumenta Mirón la
superestructura política e ideológica que más tarde adopta el estado
capitalista no proviene de las “esencias del hombres” sino que es un
instrumento para someter a la clase trabajadora.
Por su
parte, las defensoras de la teoría del patriarcado niegan el hecho de que la
opresión de la mujer surgiese con la aparición de la sociedad de clases y
argumentan que ya en las sociedades primitivas la división sexual del trabajo
(el hombre salía a cazar, la mujer se encargaba de la agricultura, medicina,
etc.) suponía que las mujeres estuviesen oprimidas por los hombres. Así,
defienden la idea de que la opresión de la mujer ha existido siempre debido a
la división sexual del trabajo.
La
teoría marxista explica que aunque la opresión no surge con el capitalismo,
fueron las características más profundas, las que pertenecen a las entrañas de
este sistema, las que determinaron el origen de la misma: la acumulación del
capital, la propiedad privada y la división de la sociedad en clases.
Además,
desde un punto de vista materialista, la opresión no viene por la división
sexual del trabajo sino por las relaciones de propiedad. De hecho, la
incorporación masiva de las mujeres al trabajo “público” y la equiparación de
tareas sin distinción del sexo no ha supuesto en ninguno de los casos su
liberación. Si el problema era la división de tareas, ¿por qué con la
incorporación de la mujer al trabajo no hemos acabado con la opresión?
Por
otra parte,las feministas materialistas afirman que todos los hombres se
benefician de la opresión de la mujer. Es ésta una cuestión que puede parecer
sencilla. Planteemos el siguiente ejemplo:si en una pareja los dos trabajan y
cuando llegan a casa es la mujer la que realiza las tareas del hogar, mientras
el hombre descansa, está claro que el hombre está obteniendo un beneficio
directo de la mujer. Mientras ella trabaja, él descansa.
Sin
embargo, este planteamiento es completamente erróneo. Primero, porque los
hombres en general no constituyen una categoría de análisis desde una perspectiva
materialista, al igual que no lo son los negros o los chinos. Plantear esta
cuestión en términos de comportamientos individuales es hacerlo desde un
enfoque liberal. La teoría marxista, al contrario, analiza la sociedad en
términos de luchas de clases.
Además,
el hecho de que los trabajadores no compartan las tareas domésticas, no es
porque sean personas egoístas o vagas, ni siquiera porque obtengan un beneficio
de ninguna clase, sino todo lo contrario: es porque viven determinados por la
ideología de la clase dominante. La realidad es que seguimos viviendo en una
sociedad de clases y nuestras relaciones sociales se conforman dentro de este
sistema. El feminismo materialista extrapola el concepto del beneficio a la
plusvalía, sin embargo, los hombres no sacan ningún beneficio económico de la
mujer como clase.
Es una
obviedad que existen trabajadores y trabajadoras machistas, racistas,
homófobos, fascistas, etc. La clase trabajadora no es revolucionaria en
abstracto, al igual que tampoco es socialista ni de izquierdas de una manera
idealista.
El
problema estriba en que los que siguen afirmando esta hipótesis no tienen en
cuenta esto y piensan que la clase trabajadora debe ser progresista, feminista,
ecologista por “naturaleza”.
La
clase trabajadora tiene contradicciones de clase. Otra cosa muy diferente es
que ésta, por el lugar que ocupa en la producción tenga el potencial de
revertir las relaciones de producción. Es a través de los procesos de lucha y
de cambio social radical liderados por los trabajadores y las trabajadoras
unidas cuando lo que parecía el orden natural de las cosas se vuelve patas
arriba. La solidaridad de clase y las batallas contra el capital generan una
transformación de las relaciones sociales. Durante una huelga, los trabajadores
y las trabajadoras experimentan relaciones de solidaridad y de camaradería
embrionarias de lo que pasaría en una sociedad comunista.
Los
trabajadores simplemente no son conscientes de que la opresión de la mujer les
perjudica a ellos como clase social. Además, esto no es siempre así. Existen
miles de experiencias en las que los trabajadores se unen con las mujeres
trabajadoras para acabar con la opresión. Si los hombres obtuvieran un
beneficio de la opresión de la mujer ¿por qué se unirían a ellas para conseguir
su liberación?
En este
sentido, sería un paso adelante que las feministas anticapitalistas nos
pongamos de acuerdo en que el único que se beneficia del trabajo doméstico de
la mujer es el sistema capitalista.
Estrategias
Si los
socialistas caemos en esta trampa impuesta por el capitalismo podemos enfocar
nuestras estrategias dentro del movimiento anticapitalista desde un enfoque que
no nos ayude a avanzar como movimiento.
El quid
de la cuestión no es que discutamos largas horas sobre las comunidades
primitivas sino acertar en las tácticas que tenemos que aplicar para avanzar en
la lucha por la liberación de la mujer. De ahí que ésta tenga que ir ligada a
una lucha más general por la emancipación de la humanidad, la cual, desde un
punto de vista marxista, es la lucha por la emancipación de la clase
trabajadora.
En el
movimiento anticapitalista, existe un consenso sobre que el origen de la
opresión es el capitalismo y las estructuras patriarcales, entendidas como
sinónimo del machismo, sexismo, etc. Sin embargo, si aceptamos que el problema
son los hombres, como categoría, estaremos enfocando nuestra estrategia al
punto equivocado.
Podemos
estar siglos hablando de la necesidad de un cambio de valores e ideas o de una
revolución cultural, pero para acabar con la opresión de la mujer hace falta
atacar las bases materiales del sistema que sustenta la explotación.
Además,
a nivel táctico, en momentos en los que las ideas generales de la teoría del
patriarcado han sido hegemónicas dentro del movimiento anticapitalista, y
coincidiendo con un momento bajo de movilizaciones, éste ha tendido en
ocasiones hacia dos estrategias de lucha diferentes que en muchas ocasiones
chocaban con la lucha obrera: el separatismo y el reformismo.
Respecto
al separatismo, es comprensible entender a las compañeras que en un momento de
la historia tuvieron que escindirse de organizaciones de izquierdas donde
primaban los comportamientos machistas. Si ya es duro luchar por nuestra
liberación dentro de las dinámicas de la sociedad capitalista, me imagino que
debía ser muy frustrante tener que luchar contra tus compañeros socialistas
para que entendieran la importancia la lucha feminista.
Aquí se
plantea a la clásica dicotomía de luchar desde dentro o escindirse. De hecho,
es necesario que, en la actualidad, dentro de las organizaciones marxistas las
mujeres estén organizadas alrededor de publicaciones y asambleas de mujeres
independientes y que asuman el liderazgo de las mismas para conseguir que la
lucha feminista sea una cuestión transversal para toda la organización.
Sin
embargo, el separatismo debilita al movimiento anticapitalista en general, ya
que el hecho que los colectivos feministas participen en los marcos unitarios
hace mucho más fácil poder hacer girar los discursos y las movilizaciones hacia
objetivos subyacentes a la liberación de la mujer.
La
realidad es que en los sindicatos, asambleas y grupos revolucionarios existe
una mayoría aplastante de hombres y, por eso, es fundamental que las mujeres
participemos dentro de estos marcos. La actuación de las feministas en los
foros sociales o en las asambleas de los movimientos sociales ha sido clave
para que nuestras demandas estén dentro de las prioridades estratégicas de los
mismos.
Algunos
de los colectivos feministas acaban participando en las estructuras políticas
legales o burguesas o se dedican exclusivamente al mundo académico lo cual es
necesario pero insuficiente. El movimiento feminista reformista ha conseguido
grandes victorias y en muchas ocasiones muy radicales, por ejemplo, con el
logro del derecho al voto tras la lucha de las sufragistas.
También
las luchas del movimiento feminista han sido fundamentales para conseguir
derechos sexuales. Sin embargo, la separación del movimiento feminista puede
puede provocar su aislamiento de las luchas populares. Así, como argumenta el
socialista revolucionario Chris Harman, “el ser social determina la conciencia.
Si te apartas de las áreas más importantes de la lucha de clases, al insistir
en una organización separada de mujeres, inevitablemente te ves arrastrado
fuera de las ideas que fluyen de la lucha de clases”.
Por un mismo objetivo
En otro
sentido, cuando los y las socialistas revolucionarias trabajamos juntas en las
asambleas, campañas y sindicatos, junto con las feministas anticapitalistas o
junto con marxistas, que siguen utilizando el concepto de patriarcado como
sinónimo de opresión, encontramos que son más las cuestiones que nos unen que
las que nos separan. Si bien en la teoría podemos tener posiciones diferentes,
en la práctica luchamos por un mismo objetivo, que es no es otro que derrocar
el sistema capitalista y acabar con cualquier tipo de opresión machista,
homófoba, racista, etc.
Como
argumenta Chris Harman, mientras el capitalismo impide la realización de todas
las potencialidades de la humanidad, también las posibilita: “produce un
desarrollo de fuerzas tan inmenso que, por un lado, la producción puede ser
llevada a cabo por cualquiera por mucho que las muy crudas “realidades
biológicas” puedan ser impedimento para ello, y, por otro lado, crea la
tecnología para transformar la biología humana (control de fertilidad, etc.)”.
El
problema de la opresión de la mujer, como argumenta Lindsey German, marxista
revolucionaria, está en la atomización y el aislamiento de la participación en
la acción colectiva. De esta manera, la clave para salir de esta situación está
en que, cuando las mujeres son independientes económicamente y participan en
los sindicatos, las asambleas, etc., esto les da la confianza necesaria para
luchar contra el sistema. Sin embargo, mientras que el cuidado de los niños y
los ancianos siga recayendo en las manos de las mujeres, éstas seguirán siendo
oprimidas. De esta manera, la estrategia por la liberación de la mujer nunca
puede dejarse en el ámbito privado.
A corto
plazo, puede parecer que la solución más sencilla sea que los hombres ayuden en
estas tareas, pero esto, aunque es muy importante y positivo, es un proceso
lento, insuficiente y difícil de garantizar. La solución debe pasar por lo
tanto por una lucha conjunta por la socialización de estos servicios, que es lo
que hará tambalear a la clase capitalista. Las demandas de creación de más
colegios, comedores y residencias socializadas, organizadas democráticamente
por los y las trabajadoras, no debe ser entendida sólo como una lucha
“puramente” obrera, sino como un paso fundamental para la emancipación de la
mujer. Es imposible negar que la minoría de mujeres de la clase capitalista ya
cuentan con estos servicios, mientras que a la gran masa de mujeres
trabajadoras se les niega.
Imaginémonos
un mundo en el que las mujeres y hombres podamos decidir sobre nuestras vidas.
Un mundo en el que las relaciones sociales estén basadas en la cooperación, la
solidaridad y en la máxima marxista de “de cada cual según sus posibilidades, a
cada cual según sus necesidades” y luchemos por ello entre todos y todas las trabajadoras
unidas. La revolución socialista no conseguirá esto de un día para otro, pero
si nos imaginamos un mundo así es más fácil pensar que todos los tipos de
opresión acabarán desapareciendo.
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