Nagore
© Eva Álvarez,
Allegra
Fuente: http://allegramag.es/wp/nagore/
El 7 de julio de
los Sanfermines de 2008, Nagore Laffage, una joven de 20 años estudiante de
enfermería, coincidió con José Diego Yllanes, psiquiatra de 27, que estaba
haciendo el MIR en la Clínica Universitaria de Pamplona, dónde ella se
encontraba de prácticas. Nunca habían intercambiado palabra y, después de un
rato charlando, Nagore se despidió de sus amigas y acompañó a José Diego a su
domicilio. En el ascensor se besaron y, ya en la casa, el joven psiquiatra dio
por hecho que Nagore quería mantener una relación sexual con él y le rompió la
ropa, el sujetador e incluso el tanga por tres sitios, violentamente. Nagore,
espantada por lo que consideró un intento de agresión sexual, retrocedió y
advirtió a José Diego de que lo denunciaría. Tras un salvaje forcejeo, José
Diego golpeó y asfixió a Nagore. Antes de morir, ella logró coger el móvil de
su agresor y advertir al 112 de que la iba a matar. Después del crimen, José
Diego le cortó un dedo a Nagore para dificultar su reconocimiento e intentó
descuartizarla, idea de la que desistió al darse cuenta de lo horrible que era,
posteriormente a realizarle un corte a la muñeca de la infortunada estudiante.
El cuerpo de
Nagore, que apareció en una zona boscosa a 45 minutos del lugar del crimen,
presentaba múltiples signos de violencia. José Diego intentó que un compañero
de trabajo le ayudara a deshacerse del cadáver, pero el chico lo que hizo fue
avisar a la policía. José Diego fue detenido y confesó, reconociendo que había
bebido y negando haber consumido drogas conscientemente, a pesar de que los
análisis que le realizaron dieron positivo en anfetaminas. Tanto su confesión
como el dinero que desde el primer momento depositó para indemnizar a la
familia de la fallecida, fueron puntos a su favor en el juicio.
Parcialmente
solvente -término que he sacado de la sentencia-, los 120.000 euros que pagó a
los padres de Nagore y los 80.000 al hermano se entendieron como “reparación
del daño”. Es curioso, ¿desagravia el dinero el asesinato de un ser tan querido
como un hijo ó un hermano? Pero claro, perteneciente él a una acomodada familia
del Opus, no era un huérfano que no tenía dónde caerse muerto como Miguel
Carcaño y se pudo pagar un buen abogado, que logró que lo condenaran a 12 años
y seis medio de prisión por homicidio. Sí, señores, ni siquiera asesinato, que
este no es un infeliz medio analfabeto sin medios para defenderse y aquí el que
tiene padrinos se bautiza. Lo que son los medios de comunicación, que pese a la
comparativa de un caso y el otro, a la familia de Nagore apenas la conoce
nadie, y no porque hayan luchado menos que los padres de Marta. De José Diego
Yllanes ni siquiera se tiene una mísera foto. Y aquí sí hay cuerpo, confesión
que se puede comprobar, cámaras de video que vieron a la joven subir con el acusado
a su casa. A Miguel Carcaño le cayeron 20 años sin cuerpo, sin pruebas
fehacientes del fallecimiento de Marta y ninguna evidencia más que la
declaración de un mentiroso que también se inventó que el cadáver de la joven
se encontraba en dos sitios falsos. Prueba irrefutable de que el dinero sí
influye en temas de justicia, así como que la presión mediática hace lo propio.
Yo no vi tanto escándalo, ni manifestaciones hasta la saciedad, ni a los padres
de Nagore en todos los programas de televisión. Hay marcadas diferencias en
ambos casos, pese a las cuales el más desfavorecido socialmente y del que menos
se puede probar la culpa de los dos, ha recibido una condena y una repercusión
mediática inmensamente superior a la del otro.
¿Queréis más? José
Diego Yllanes pudo pedir su primer permiso ordinario en agosto de 2011, al
haber cumplido la cuarta parte de su condena.
¿Más diferencias?
A Yllanes lo juzgó un jurado popular y no es lo mismo ver a un cani mal vestido
con un vocabulario que da asco, que a un hombre preparado, inteligente, culto y
con cara de no haber roto un plato, que sabe expresarse con corrección y además
juega con la inmensa ventaja de ser psiquiatra. Claro, el jurado compungidísimo
por el testimonio del “homicida”, que no se acuerda de porqué lo hizo, que está
muy arrepentido, que se quiso suicidar y hasta seis de sus miembros votan que
no es culpable ante sus palabras: “No quise hacerlo pero la maté”. Precioso,
¿no? Luego nos metemos con los jueces, pero los jurados populares deberían ser
historia. Nadie, absolutamente nadie sin estudios en leyes puede dedicarse a
impartir justicia.
Helena Taberna
escribió y realizó el documental “Nagore”, con el beneplácito y el apoyo de la
familia de la joven, que se estrenó en noviembre de 2010. En él participa Asun
Casasola, madre de Nagore y se recogen testimonios, puntos de vista de las
partes del proceso, material de archivo, imágenes de la reconstrucción del
crimen con José Diego y varios fragmentos del juicio. Asun considera que con el
documental se recordará a su hija y se sabrá que existió y que fue asesinada.
Que vivimos en una
sociedad un tanto machista, que no lo es menos porque otras sean más, queda
patente cuando la madre de Nagore comenta: “A mí quien me falló fue el jurado
popular que sólo le creyó a él. Cuando yo fui a declarar la única pregunta que
me hicieron fue que si mi hija era muy ligona. Desde ese momento supe que ese
jurado no estaba preparado”.
¿Y qué si lo era?
¿Acaso una chica, por ser una mujer de su tiempo y querer relacionarse con
chicos más ó menos de su edad “se lo busca”? ¿Cómo podía Nagore saber que un
chaval de su mismo hospital, un médico, iba a tener esa reacción con ella? ¿Es
lógico cuestionarse la actitud de Nagore, que no cometió más delito que
llevarse una gran paliza y ser asesinada? El jurado popular debía pertenecer al
pedernal y al parecer era más culpable Nagore por decidir sobre su sexualidad y
saber decir no, que el propio José Diego. Me temo que, por ellos, lo hubieran
soltado con una palmadita en la espalda y un abrazo por majete.
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