Violaciones, la punta del iceberg
© Anna
Royo, en lucha
Son las
21:33 h. de la noche y viajo en metro a casa después de una jornada de lunes
agotadora. A mi lado, se sientan dos chicos que no superan la treintena. La
conversación entre ellos dos me indigna: "El próximo finde me la
"tiro". Esta mujer debe ser mía". ¿Tuya? Desde cuando somos
propiedad de alguien las personas?
Frases
como ésta, sin ningún tipo de malicia, son del todo aceptadas y normalizadas en
nuestra vida cotidiana e, incluso, en nuestras relaciones. Las aceptamos de
forma espontánea en nuestro lenguaje, pero su significado real esconde un
trasfondo de subordinación y propiedad inducido, sin duda, por el capitalismo.
La idea moderna de posesión del cuerpo esconde de manera sutil y permanente
entre nuestro devenir diario, por ejemplo cuando nos entrelazan un cumplimiento
por la calle, cuando nos quieren arrebatar el derecho a decidir sobre nuestro
propio cuerpo criminalizando el aborto o cuando se justifica la violación a una
mujer porque "llevaba la ropa demasiado ajustada y me ha provocado".
El iceberg capitalista es tan camaleónico que nos hace creer afirmaciones como
éstas.
Enajenación absoluta
La
opresión de la mujer se remonta siglos atrás porque se ha ido reproduciendo en
diferentes tipos de sociedades anteriores al sistema capitalista. Pero en
concreto, el capitalismo, además de perpetuar estas opresiones en sus
diferentes formas, convierte la sexualidad en mercancía; como lo hace en todos
los aspectos del día a día de nuestra sociedad. El cuerpo de la mujer se
convierte así en un objeto de consumo que se puede poseer, sobre lo que se
puede decidir. En la subordinación hombre-mujer (patriarcado arraigado desde
hace siglos) le sumamos la idea existente de la propiedad del hombre hacia la
mujer, porque al ser mercancía puede ser poseída. Esta concepción jerárquica de
dominio del hombre hacia la mujer puede llevar a justificar, e incluso culpar,
de haber causado o provocado la propia agresión sexual. Estremecedor. La visión
biológica del sexo como un instinto innato irrefrenable entre los hombres
permite, entre otros, exculpar la verdadera causa de un abuso sexual o de una
violación. No es una cuestión biológica sino social.
Escaparate
El sexo
también se entiende como un objeto más de consumo. En el sistema capitalista la
obtención de placer es un pilar fundamental de alimentación de este consumo:
debemos saciar el deseo de necesidad y propiedad constante. Todo a nuestro
alrededor es un escaparate inmaculado, listo para vender, listo para adquirir,
listo para poseer.
Para
comprender este factor no lo podemos desligar del papel clave que juegan los
medios de comunicación y la publicidad, donde el cuerpo de la mujer es sometido
a una sexualización persistente. El lenguaje sexista tiene un lugar
privilegiado entre los anuncios y la hipersexualización de la mujer en la
sociedad actual es un hecho ampliamente naturalizado. Pese a que cada vez se
hable más de sexo, no se hace desde la igualdad sexual entre hombres y mujeres.
¿O alguien se escandaliza al ver las imágenes, en las paradas de autobús, de cuerpos
de mujeres medio desnudas anunciando la última campaña de sujetadores? La
mayoría de los hombres las contemplan con mirada lasciva mientras esperan su
bus, otras mujeres las ven como una tortura del canon de belleza que nunca
podrán alcanzar. Pero lo que es realmente es sexismo para las masas.
El
pasado diciembre, en Nueva Delhi, India, Jyoti Singh Pandey fue violada en
grupo y torturada en un autobús en marcha por siete hombres. Desgraciadamente
no ha sido un hecho aislado. Miles de personas se han movilizado por toda la
India denunciando la grave y cotidiana violencia que sufren las mujeres. La
insistente demanda de endurecimiento judicial y penal o la promesa de las
autoridades indias de fortalecer la seguridad ciudadana, no hará desaparecer las
violaciones ni los ataques masivos a mujeres. Tampoco devolverá la vida a
Jyoti, asesinada por sus violadores, ni a tantas otras niñas y mujeres
violadas, torturadas o asesinadas en la India y en todo el mundo. La condena de
muerte al violador, causa penal que se está estudiando, tampoco dotará de
igualdad a las mujeres del país. Ninguna de estas medidas señala el culpable
último de la desigualdad hombre-mujer, de la cosificación de la mujer, del
hipersexualització de su cuerpo, del sentimiento de propiedad, de la
reproducción del lenguaje sexista o de la exclusión que sufren los colectivos
LGTB.
Debemos
derribar el sistema que genera la opresión de la mujer en todos los ámbitos,
señalar la punta del iceberg que nos somete y derrumbar el capitalismo. Y lo tendremos
que hacer con el puño alzado, hombres y mujeres juntas, para convertirse en una
sociedad libre de cadenas y verdaderamente emancipada.
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