Niños y Niñas Adoptados por Personas Homosexuales
© Eva
Giberti, Imago Agenda
Fuente:
http://www.evagiberti.com/adopcion/ninos-y-ninas-adoptados-por-personas-homosexuales/
El
debate, la discusión y el intercambio acerca de “la adopción por parejas
homosexuales” se inserta en algunos ambientes psicoanalíticos con un entusiasmo
escolástico que lo torna venerable.
La
alternativa había sido iniciada, según la estrategia de las organizaciones
formadas por gays, lesbianas y transgéneros, varios años antes y había avanzado
exitosamente con la edición del libro La adopción: la caida del prejuicio1
donde se recopilan ensayos y artículos de diversos autores.
Estas
comunidades, expertas en luchas políticas sabían que el tema exigiría plazos
temporales muy largos para impregnar el pensamiento comunitario con sus
preocupaciones y derechos. Las uniones civiles abrieron el camino de la
legalidad ciudadana y fue posible agitar el ambiente como paso fundamental para
que “la gente hablara”. Entonces aparecieron fotos de parejas gays acompañados
por amigos y simpatizantes que les arrojaban arroz y flores simbolizando el
casamiento ilustrado por los medios. Las primeras parejas ejercitaron una
paciencia y un buen humor que más allá de sus vínculos amorosos daba cuenta de
la seriedad de lo que venían preparando. Era preciso referirse a las familias
formadas por parejas gay y eludir las caricaturas y atropellos con que la teve
respondía a estas legalizaciones. La burla que colocaba al homosexual como un
comodín en los diversos programas continuó con su burlesque pero la gente
empezó a pensar en otras cosas, a opinar, ya no acerca de la homosexualidad
como había aprendido en su casa y como pretendían mostrar los medios sino como
una inserción social y psicológica que merecía una discusión política. No
obstante no amainaban los murmullos, las voces escandalizadas y los pregoneros
del fin del mundo.
La
demanda por las identificaciones. Los conductores de programas de televisión y
de radio nos llamaban a quienes con frecuencia opinamos de determinados temas
psicológicos y nos avanzaban con preguntas, una de las cuales era un clásico
aprendido quizá en alguna fotocopia mal impresa de Laplanche y Pontalis: “Si a
usted le parece normal que los homosexuales adopten niños (yo seguramente no
había mencionado la palabra normal),… entonces ¿qué va a suceder con las
identificaciones hombre, mujer que se aprenden del padre y de la madre?”
Era un
clásico. Entonces, o era necesario preguntar: “Por favor, ¿qué entiende usted
por identificación?”, o bien salir por peteneras y contestar que los chicos
precisan figuras tutelares y protectoras, capaces de instituirse como una
autoridad aseguradora, sin necesidad de preguntarse si esa persona era hombre o
mujer. Además, “los homosexuales son hijos de heterosexuales”. Actualmente esa
respuesta perdió eficacia porque los conductores de programas la conocen.
Las
identificaciones constituye el lema y la “idea fuerza” además del caballo de
batalla2 de los que se pretenden argumentos opuestos a la adopción de niños por
parejas lésbicas o gay. Es habitual que se confundan los procesos
identificatorios con una idea reduccionista acerca de las identificaciones que
se traduce como: “el niño se identifica con alguien y entonces se convierte en
ese alguien”. O bien, otra simplificación producto del desconocimiento de
dichos procesos: “El niño no puede identificarse con un hombre o con una mujer
porque los roles no están claros, entonces se le producirán problemas
psicológicos”.
Este proceso
del pensar identificatorio constituye un modo operativo que instrumenta el yo
en formación, para reconocer y apropiarse de sensaciones y estímulos internos
(de su propio cuerpo) que prefiguran un modelo sensible y sensorial en un mundo
sensible.
Importa
tener en cuenta que estamos ante un proceso de pensamiento de aparición
temprana, complejo en su elementariedad, que es anterior a cualquier forma de
sexuación, y que remite al ser, al existir de la criatura y a la conciencia de
dicho existir.
La diferenciación
sexuada adquiere eficacia entre los dos años y medio a los cinco años, etapa en
la cual el niño ingresa con soportes psíquicos previos, entre ellos, los
correspondientes a las identificaciones primarias. Durante ese periodo
temprano, inicial, los contactos piel a piel (Bick), el registro del rostro
(de sus expresiones) de quien lo acompaña (Bowlby4, Spitz), así como las
experiencias de apego (Fonagy) también constituyen experiencias de ser y como
tales se instalan en calidad de vínculos tempranos, anteriores a los procesos
de sexuación. O sea, el tema del existir que es anterior a los procesos de
sexuación (Maldavsky) está íntima y profundamente enlazado con la capacidad de
ternura de la cual dispongan quienes atiendan al bebe/niño pequeño. Debido a
ello, Freud afirmó: la identificación primaria es “la forma más temprana y
primitiva del enlace afectivo”.
Este
niño recurrirá a su evocación de las expresiones faciales, de las temperaturas
de los cuerpos con los que estuvo en contacto, de las sensaciones cutáneas y
del equilibrio que experimentó durante las primeras experiencias de su primer
año de vida, y que paulatinamente contribuirán para que se formule a sí mismo
interrogantes, los cuales, sin que le resulte posible verbalizarlos encierran el
sentido de preguntarse: ¿cómo estoy? O bien “si está”, es decir, si existe.
Freud (1921) describió la identificación primaria como una relación de sujeto,
en la que se establece el vínculo de ser y de existir.
Lacan
describió otro tipo de identificaciones a partir del año y medio de vida
mediante el estadio del espejo, en el cual, al verse de cuerpo entero en un
espejo mediante su imagen especular el niño adquiere registro de su motricidad
y de su cuerpo.
Alrededor
de los dos años y medio se advierte un interés asociado con los sexos
asimilados a hombre-mujer dada que el entorno habitual ofrece dicha
alternativa. La pregunta interior del niño se asociaría al ser sexuado: en este
punto cabe tener en cuenta que cada quien configura su realidad, la compagina,
la arma ya que no es la realidad externa –tal como se la puede ver– la que
organiza el registro personal de los sexos, sino que tal organización proviene
de los procesos psíquicos de cada sujeto.
Es
ingenuo suponer que todos y todas vemos y entendemos lo mismo frente a los
hechos de la realidad externa. Existe un re-trabajo psíquico, una remodulación
de lo proveniente del mundo externo, que se capta según las condiciones de
organización del psiquismo de cada quien, y no la absoluta aceptación (incorporación
y/o introyección) de lo que proviene del exterior.
Si
recordamos que la identificación es un proceso de pensamiento, ello significa
que no se incorporan los estímulos provenientes del exterior tal como se
presentan, sino mediante progresivas transformaciones. La realidad no se
incorpora tal como se muestra sino en relación con el deseo del adulto que
representa y personaliza esa realidad, acoplado a la tramitación personal de
cada niño. Esta afirmación no significa desdeñar los efectos de los estímulos
exteriores, pero si matizarlos y configurarlos en relación con quien el otro
–el adulto– sea en sus deseos y no solamente en sus discursos. Si las niñas
evidencian su “naturaleza femenina” desde pequeñas, es posible inferir que ése
es el deseo materno y el paterno, lo mismo que sucede con los niños (Maldavsky).
Es decir, es el deseo no conciente de las figuras tutelares, el que regula
junto con los procesos del psiquismo infantil, las identificaciones que en la
niñez comienzan a constituirse.
La
cuestión es el cambio en el mundo. Algunos psicoanalistas tenían pacientes
homosexuales, escribían ensayos, se presentaban en congresos, pero, la
estrategia de las comunidades homosexuales, era esperar el momento político
para avanzar en el tema de la adopción. Comenzó a dar resultados y a enseñarnos
cómo en oportunidades una puede ser parte de un importante cambio social sin
darse cuenta, porque naturalizó la discusión de lo prohibido.
La
disputa era la última etapa de la enseñanza escolástica donde se finalizaba de
analizar las exposiciones que provenían de criterios diferentes gestándose de
ese modo la cuestión (quaestio). Y justamente como las cuestiones eran
debatidas en público desde posiciones diversas, se originó el género
independiente de la disputa (quaestio disputata a partir del siglo XIII). En
este punto estamos, es decir, en algo más que la disputa en sí, que remite
exclusivamente a la discusión. Lo que ahora tenemos es una “cuestión”.
Preguntarse
por la adopción de criaturas a cargo de personas homosexuales seguramente
proveerá de distintos argumentos a favor y en contra. Es la cuestión.
Que los
jueces de nuestro país sentencien en favor de una adopción de esta índole, como
aceptación general y no excepcional, no es esperable y que la Cámara de
Senadores corrobore la votación de Diputados es un tema político. Dos
situaciones distantes del crecimiento de un niño en una familia formada por
personas del mismo sexo.
Desde
esta perspectiva se podrá escribir extensamente. Cuando Lacan en “Le mythe
individuel du névrosé” muestra cómo al lado del mito edípico, el mito
familiar –del modo en que es entendido por el sujeto– estructura su
personalidad y decide su destino, ese mito se remonta a la prehistoria de la
unión de sus padres y a aquello que tiene de específico.
En
estos niños, la pregunta que se formulan ¿quién soy yo? por ser hijos de dos
personas que no me engendraron (hablo de las personas gays), no es ajena a la
escena fantasmática original suscitada en la prehistoria entre quienes lo
criaron, cuando lo asumieron como padres. Y esa fantasmática podemos suponer
que se desplaza en la fantasmática del niño y se podrá inscribir en alguna
índole de síntoma vinculable con un origen familiar-adoptivo-que no es su
origen, donde inicialmente estuvieron un hombre y una mujer.
Elaboraciones
de esta índole podremos incluir por centenares en el análisis de la adopción
por personas homosexuales.
Pero
suponemos que a los chicos no les importa demasiado aquello que le cuentan
referido a su origen y en este caso su adopción (no les interesa lo que les
cuentan pero si lo que sucedió según su construcción mental, aquello que les
resulta más interesante para su economía psíquica). No nos consta que los
chicos repitan en su fantasmática del mito familiar según les ha sido
descripto, pero sí podemos pensar –y se lo encuentra en los adolescentes
adoptados–, que han construido aquello que los franceses llaman su “roman
original”. Que se distingue del mito familiar y se afirma, se recrea en su
originalidad.
Este
acontecimiento es posible cercarlo, rodearlo y reconocerlo particularmente en
quienes fueron criados por familias gay, por lo menos en mi práctica, durante
treinta años de seguimiento de dos familias cuyos hijos son dos adultos
actualmente.
La
aparición de una valorización narcisista por provenir de algo “raro” que les
resultó complejo digerir a veces, entender y aceptar al mismo tiempo que se
ensayaban identificaciones con masculinidades y femineidades como momentos
necesarios hasta fines de la adolescencia (por sugerir un momento etario que no
es exacto). Valorización narcisista que al mismo tiempo podía asociarse con una
aproximación defensiva en términos de economía libidinal.
Elaboraciones
de esta índole podrían sumarse durante el seguimiento y la observación de
algunos niños criados por personas homosexuales.
¿Y los
riesgos? Pero lo que está en juego, y configura una cuestión política, reside
en cuestionar si el derecho a disponer de las mismas prerrogativas y
alternativas de los heterosexuales, también incluye la adopción. Dado que
cuando se introduce la terceridad que el niño significa surge la pregunta por
el riesgo que para los niños esa adopción podría suscitar.
Despues
de leer a Luhmann y a varios de sus acompañantes teóricos, una empieza a
darse cuenta de que este asunto del riesgo es tan complejo que sería prudente
pensar en el futuro de estos niños eludiendo esa ideación referida a los
riesgos que ser hijos de personas homosexuales podría implicar. Porque si
contrastamos con los riesgos que arrastra ser hijo o hija de heterosexuales…
caeríamos en una trampa metodológica.
Pensar
en términos de adopción según este modelo marca una diferencia conceptual en la
apreciación de lo que pueda precisar un niño en tanto ser deseado como hijo.
La
crianza y educación realizada por gays y lesbianas constituye una forma de organización
familiar que deberá reponder, prioritariamente, al “interés superior del niño”
en tanto y cuanto, para todos los niños propiciamos un mundo en el que las
características de la orientación sexual no impliquen exclusiones.
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