Gabriela Cañas: El agravio ya está hecho
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Gabriela Cañas, El País
Fuente:
http://sociedad.elpais.com/sociedad/2013/07/23/actualidad/1374602956_675976.html
- ¿Qué
derecho conculca el ciudadano que siente atracción por personas de su mismo
sexo?
Hay
controversias sociales más que comprensibles. La del aborto voluntario, por
ejemplo, es una de ellas porque confronta derechos: la libertad de elección de
la mujer y la vida de un proyecto de ser humano. Por muy convencido que uno
esté sobre el derecho que debe prevalecer, siempre quedará —o debería quedar—
el respeto por la opinión contraria de buena fe. Lo difícil es comprender las
razones profundas que se esconden detrás de cuestiones en las que no existe tal
confrontación de derechos, como la homosexualidad. ¿Qué derecho conculca el
ciudadano que siente atracción por personas de su mismo sexo? ¿A quién
perjudica el matrimonio homosexual?
Antropológicamente,
aparte de la osadía de situarse contra las buenas costumbres de la mayoría,
solo encuentro una razón para que persista el estigma: la imposibilidad de
procrear. El origen de tanta persecución podría tener relación con esa afrenta
contra el bien supremo de la perpetuación de la especie, tan necesaria en las
sociedades primitivas carentes de los medios de hoy para combatir la enfermedad
y la muerte.
Son
razones que están ya fuera de tiempo y de lugar y por eso, afortunadamente, los
prejuicios se están deshaciendo como un azucarillo a una velocidad de vértigo.
En apenas esta última década una quincena de países ha legalizado el matrimonio
homosexual. El último en sumarse a esta corriente ha sido Reino Unido, la
semana pasada. España fue, en 2005, uno de los primeros en abrir camino,
respondiendo así a los anhelos de una sociedad especialmente abierta a este
nuevo tipo de familia.
Pero
las resistencias son numantinas. La homosexualidad es un mal bíblico, un
insulto a la norma que deploran las religiones con saña y que castigan los
regímenes más integristas incluso con la pena capital —todavía hay cinco países
que lo hacen—. En un total de 78 países la homosexualidad sigue siendo un
delito. Y, a nivel nacional, el Partido Popular se suma a las corrientes
homófobas que todavía subsisten, con la Conferencia Episcopal como aliada. El
último ataque es la primera propuesta de la ministra de Sanidad, Ana Mato, de
restringir los tratamientos de fertilidad a “parejas integradas por mujer y
hombre”. Tras las protestas suscitadas, se ha retirado la frase de la
discordia, pero la ministra insistió en que los tratamientos con financiación
pública serán para mujeres “con problemas médicos” de fertilidad, sean de “él o
de ella”. De esta manera, se sigue lanzando un mensaje discriminatorio para las
mujeres solteras y las lesbianas. Así que ahí queda el agravio. Ya está hecho.
Uno más. Con estos amagos y medias palabras la base del mensaje es claro: la
sospecha se vuelve hacia las solteras y lesbianas, que sin necesidad
terapéutica alguna quieren acogerse a unas técnicas no baratas por el mero
deseo de ser madres.
Alega
la ministra Mato que esta norma sanitaria no es ideológica. Es una línea de
defensa interesante porque la ideología es legítima. Un político gestiona lo
público en razón de su ideología, de las ideas que le animan y que expone a los
ciudadanos para ganar su confianza. El problema del PP español es que sustenta
una ideología en cuestiones sociales muy rezagada respecto a la que prima en la
sociedad española y, de ser expuesta públicamente, podría pagarlo en las urnas.
Eso explicaría el rocambolesco recurso contra el matrimonio homosexual, en el
que se enredó en la defensa del origen etimológico de la denominación, en vez
de rechazar sencillamente lo que no le gusta. Eso explicaría sus fintas
dialécticas para restringir el derecho al aborto voluntario en nombre, se
alega, del derecho de las mujeres a tener hijos.
No
puede haber argumentos presupuestarios para discriminar a los homosexuales y
las solteras en las técnicas de fecundación asistidas porque la demanda es
mínima. Lo que sí se conseguirá con esta restricción es dificultar lo que la
ciencia hace posible: que los homosexuales tengan hijos naturales. El regreso
al statu quo legitimaría la continuación de esa discriminación de base
antropológica basada en la infertilidad de facto. Curiosa voltereta. Según los
nunca nítidos proyectos de este Gobierno, se pretende impedir abortar a la
mujer que no quiere parir y poner dificultades a la que está dispuesta a ser
madre con fecundación in vitro si no tiene pareja. ¡Cuánto afán por gobernar en
cuestiones tan íntimas!
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