Nancy Fraser: De cómo cierto feminismo se convirtió en criada del capitalismo
© Nancy Fraser, Lola
Rivera, Cuenca Alternativa
* * * Nancy Fraser
es una académica feminista estadounidense, profesora de ciencia política en el
New School University de Nueva York.
De cómo cierto feminismo se convirtió en criada del capitalismo. Y la
manera de rectificarlo
Como feminista,
siempre he asumido que al luchar por la emancipación de las mujeres estaba construyendo
un mundo mejor, más igualitario, justo y libre. Pero, últimamente, ha comenzado
a preocuparme que los ideales originales promovidos por las feministas estén
sirviendo para fines muy diferentes. Me inquieta, en particular, el que nuestra
critica al sexismo esté ahora sirviendo de justificación de nuevas formas de
desigualdad y explotación.
En un cruel giro
del destino, me temo que el movimiento para la liberación de las mujeres se
haya terminado enredando en una “amistad peligrosa” con los esfuerzos
neoliberales para construir una sociedad de libre mercado.
Esto podría
explicar por qué las ideas feministas, que una vez formaron parte de una visión
radical del mundo, se expresen, cada vez más, en términos de individualismo. Si
antaño las feministas criticaron una sociedad que promueve el arribismo
laboral, ahora se aconseja a las mujeres que lo asuman y lo practiquen. Un
movimiento que si antes priorizaba la solidaridad social, ahora aplaude a las
mujeres empresarias. La perspectiva que antes daba valor a los “cuidados” y a
la interdependencia, ahora alienta la promoción individual y la meritocracia.
Lo que se esconde
detrás de este giro es un cambio radical en el carácter del capitalismo. El
Estado regulador del capitalismo, de la era de postguerra, tras la II Guerra
Mundial, ha dado paso a una nueva forma de capitalismo “desorganizado”,
globalizado y neoliberal. La segunda ola del feminismo emergió como una crítica
del primero, pero se ha convertido en la sirvienta del segundo.
Gracias a la
retrospectiva, podemos ver hoy como el movimiento de liberación de las mujeres
apuntó, simultáneamente, dos futuros posibles muy diferentes. En el primer
escenario, se prefiguraba un mundo en el que la emancipación de género iba de
la mano de la democracia participativa y la solidaridad social. En el segundo
se prometía una nueva forma de liberalismo, capaz de garantizar, tanto a las
mujeres como a los hombres, los beneficios de la autonomía individual, mayor
capacidad de elección y promoción personal a través de la meritocracia. La
segunda ola del feminismo fue ambivalente en ese sentido. Compatible con
cualquiera de ambas visiones de la sociedad, fue susceptible de realizar
también dos elaboraciones históricas diferentes.
Tal como yo lo
veo, la ambivalencia del feminismo ha sido resuelta, en los últimos años, en
favor del segundo escenario, el liberal-individualista. Pero no porque fuésemos
víctimas pasivas de la seducción neoliberal. Sino que, por el contrario,
nosotras mismas hemos aportado tres ideas importantes para este desarrollo.
Una de esas
contribuciones fue nuestra crítica del “salario familiar”: del ideal de
familia, con el hombre que gana el pan y la mujer ama de casa, que fue central
en el capitalismo con un estado regulador. La crítica feminista de ese ideal
sirve ahora para legitimar el “capitalismo flexible”. Después de todo, esta
forma actual de capitalismo se apoya, fuertemente, sobre el trabajo asalariado
de las mujeres. Especialmente sobre el trabajo con salarios más bajos de los
servicios y las manufacturas, llevados a cabo no solo por las jóvenes solteras,
sino también por las casadas y las mujeres con hijos; no sólo por mujeres
discriminadas racialmente, sino también por las mujeres, prácticamente, de
todas las nacionalidades y etnias. Con la integración de las mujeres en los
mercados laborales en todo el mundo, el ideal del salario familiar, del
capitalismo con estado regulador, está siendo reemplazado por la norma, más
nueva y más moderna, aparentemente sancionada por el feminismo, de la familia
formada por dos asalariados.
No parece importar
que la realidad subyacente, en el nuevo ideal,
sea la rebaja de los niveles salariales, la reducción de la seguridad en
el empleo, el descenso del nivel de vida, el fuerte aumento del número de horas
de trabajo asalariado por familia, la exacerbación del doble turno, ahora, a
menudo, triple o cuádruple, y el incremento de la pobreza, cada vez más
concentrada en los hogares de familias encabezadas por mujeres. El
neoliberalismo nos viste a la mona de seda a través de una narrativa sobre el
empoderamiento de las mujeres. Al invocar la crítica feminista del salario
familiar para justificar la explotación, utiliza el sueño de la emancipación de
las mujeres para engrasar el motor de la acumulación capitalista.
El feminismo,
además, ha hecho una segunda contribución a la ética neoliberal. En la era del
capitalismo con estado regulador, criticábamos, con razón, la estrecha visión
política que, intencionalmente, se focalizaba en la desigualdad de clases y que
no era capaz de fijarse en otro tipo de injusticias “no económicas”, como la
violencia doméstica, las agresiones sexuales y la opresión reproductiva.
Rechazando el “economicismo” y politizando lo “personal”, las feministas
ampliaron la agenda política para desafiar las jerarquías de status basadas en
las construcciones culturales sobre las diferencias de género. El resultado
debía haber conducido a la ampliación de la lucha por la justicia, para que
abarcara tanto lo cultural como lo económico. Pero el resultado ha sido un
enfoque sesgado hacia la “identidad de género”, a costa de marginar los
problemas del “pan y la mantequilla”. Peor aún, el giro del feminismo hacia las
política de la identidad encajaba sin fricciones con el avance del
neoliberalismo, que no buscaba otra cosa que borrar toda memoria de la igualdad
social. En efecto, enfatizamos la crítica del sexismo cultural precisamente en
el momento en que las circunstancias requerían redoblar la atención hacia la crítica
de la economía política.
Finalmente, el
feminismo contribuyó con una tercera idea al neoliberalismo: la crítica al
paternalismo del estado del bienestar. Indudablemente y de forma progresiva, en
la era del capitalismo con estado regulador esa crítica ha ido convergiendo con
la guerra neoliberal contra el “estado-niñera” y su más reciente y cínico apoyo
a las ONGs. Un ejemplo ilustrativo es el caso de los “micro-créditos”, el
programa de pequeños préstamos bancarios para mujeres pobres en el Sur global.
Presentado como un empoderamiento, de abajo hacia arriba, alternativo al de
arriba a abajo, al burocratismo de los proyectos estatales, los micro-créditos
se promocionan como el antídoto feminista contra la pobreza y el sometimiento
de las mujeres. Lo que se pasa por alto, sin embargo, es una coincidencia
inquietante: el micro-crédito ha florecido precisamente cuando los Estados han
abandonado los esfuerzos macro-estructurales para combatir la pobreza,
esfuerzos que no se pueden sustituir con préstamos a pequeña escala. También en
este caso una idea feminista ha sido recuperada por el neoliberalismo. Una
perspectiva dirigida, originalmente, a democratizar el poder del Estado para
empoderar a los ciudadanos, es ahora utilizada para legitimar la
mercantilización y los recortes de la estructura estatal.
En todos estos
casos la ambivalencia del feminismo ha sido resuelta en favor del
individualismo (neo)liberal. Sin embargo, el escenario alternativo de la
solidaridad puede que aún esté vivo. La crisis actual ofrece la posibilidad de
volver a tirar de ese hilo una vez más, de manera que el sueño de la liberación
de las mujeres sea de nuevo parte de la visión de una sociedad solidaria. Para
llegar a ello, las feministas necesitamos romper esa “amistad peligrosa” con el
neoliberalismo y reclamar nuestras tres “contribuciones” para nuestros propios
fines.
En primer término,
debemos romper el vínculo espurio entre nuestra crítica al salario familiar y
el capitalismo flexible, militando en favor de una forma de vida que no gire
entorno al trabajo asalariado y valorice las actividades no remuneradas,
incluyendo, pero no solo, los “cuidados”. En segundo lugar, debemos bloquear la
conexión entre nuestra crítica al economicismo y las políticas de la identidad,
integrando la lucha por transformar el status quo dominante que prioriza los
valores culturales de la masculinidad, con la batalla por la justicia
económica. Finalmente, debemos cortar el falso vínculo entre nuestra crítica de
la burocracia y el fundamentalismo del libre-mercado, reivindicando la democracia
participativa, como una forma de fortalecer a los poderes públicos, necesarios
para limitar al capital, en nombre de la justicia.
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