Víctimas del machismo a los 15
© María R. Sahuquillo, El País
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Los
casos de maltrato entre adolescentes crecen un 30% en un año
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Las
relaciones perpetúan patrones sexistas. “Creía que la violencia de género era
solo cosa de adultos”
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Laura
fue maltratada por su novio cuando tenía 15 años. Terminó con la relación
cuando los padres de él se enteraron, pero hasta hace poco acarreó secuelas.
“¿Si me acuerdo de la primera vez?”. Cristina
entorna los ojos. Aún medio cerrados siguen siendo grandes, marrones y
brillantes. “No sé... Empezó poco a poco. Tirones de pelo alguna vez,
empujones... Una tarde que estábamos en un parque se enfadó y empezó a pegarme
puñetazos en los brazos y en la tripa. Luego se puso a llorar. Me asusté
tanto... Y me sentí tan mal por verle así que...”, relata. El día de esa
agresión Cristina, que hoy acaba de cumplir la mayoría de edad, tenía 15 años y
llevaba seis meses saliendo con ese chico, de 16. Cuenta que al principio todo
era “mágico”. Que el resto del mundo no existía para ellos. Pero gesto a gesto
él la absorbió. Y la anuló mucho antes de levantarle la mano. Poco después, en
una fiesta, una amiga vio como él le agarraba del pelo y le gritaba. “Estaba
histérico y mi amiga se asustó. Me dijo que el tío era un bestia y que tenía
que dejarle. En verdad no era nada comparado con otras veces y algo le conté;
pero nunca hablamos de maltrato. Para mí, lo mío era otra cosa. Violencia de
género es lo que les pasa a las mujeres mayores, casadas, adultas. Así pensaba
yo”, dice con una sonrisa cansada.
Le costó entender que no. Que había muchas historias
similares a la suya. En un año, de 2011 a 2012, los procesos judiciales por
violencia machista en adolescentes se han incrementado un 30%. Han pasado de
473 a 632, según la Memoria de la Fiscalía General del Estado de 2013. Son los
primeros datos claros y tangibles de este delito en menores —antes de esas
fechas se recogían como violencia intrafamiliar—. Aunque los expertos avisan de
que la cifra es solo una migaja de realidad, la que llega a los tribunales.
Muchas familias no denuncian lo que les ocurre a las chicas. Otras no llegan a
identificar la situación de maltrato.
Como A., de 14 años, que hace diez días fue
asesinada a puñaladas por su exnovio, de 18 años, en su casa de Tàrrega
(Cataluña). Ni la adolescente ni su familia habían denunciado al joven que
terminó con su vida. La chica, que había roto con él hacía dos semanas, es la
víctima mortal más joven de la violencia de género de este año, en el que los
asesinos machistas han segado la vida de 39 mujeres. Desde que se empezaron a
contabilizar las víctimas mortales del sexismo, en 2004, se han registrado dos
casos en menores. El de A. y el de Almudena, que murió hace justo un año en El
Salobral (Albacete) asesinada a tiros por el hombre de 40 con el que mantuvo una
relación.
El novio de Alicia le rompió una pierna a patadas.
Estuvo con él de los 14 a los 19. / SAMUEL SÁNCHEZ
Son dos muestras extremas. Pero psicólogos,
educadores y juristas resaltan que se están detectando, y produciendo,
comportamientos y agresiones machistas a edades cada vez más tempranas. “En los
jóvenes se reproducen roles que creíamos superados. Patrones en los que el
chico es el dominante y ejerce esa dominación a través del control, y la chica
adopta una actitud sumisa o complaciente”, describe Susana Martínez, presidenta
de la Comisión de Estudio de Malos Tratos a Mujeres. Muchas de esas relaciones
siguen basándose en el esquema tradicional del amor romántico en el que el
hombre es fuerte y la mujer débil, dependiente, necesitada de protección. “Como
en el cuento de la princesa que necesita que el príncipe la salve. Esas pautas,
llevadas al extremo, pueden derivar en conductas violentas; pero aunque no
lleguen a ello, esas relaciones están impidiendo que las chicas se desarrollen
como agentes activos de la sociedad”, apunta Ana Bella Hernández, que preside
una fundación de mujeres supervivientes a la violencia de género que lleva su
nombre.
Alicia se adentró en ese cuento de princesas cuando
tenía 14 años y empezó a salir con su primer novio, de 16. Recuerda que se
sentía enamorada hasta el tuétano y que, aunque casi desde el principio él
tenía enormes arrebatos de celos no lo vio mal. “Me sentía incluso halagada. Lo
tomaba como si fuera mi caballero andante que estaba celoso porque me quería mucho”,
cuenta. Esta joven rubia, de ojos ambarinos y gesto risueño prefiere no dar su
nombre real. Cuenta que por aquel entonces su vida era él. Se escapaba de casa
para verle, faltaba a clase. Con las semanas y los meses esos arrebatos de
celos que acababan en discusiones e insultos dieron paso a los empujones, los
escupitajos. También a la violencia sexual, muchas veces invisible en las
estadísticas o en los estudios.
Estuvieron juntos hasta que ella cumplió 19. Ahora
tiene 24. “Los episodios de violencia se sucedían. Pero ocurría, él me pedía
perdón y yo le disculpaba... Incluso me llegaba a sentir culpable por haberle
provocado, por haber hecho que se alterara de esa forma... Yo le amaba... O al
menos eso creía”, cuenta Alicia. Una noche, a la salida de una discoteca, él le
dio una paliza. La emprendió a patadas con la chica, le rompió una pierna y le
provocó una lesión en el cuello. “Una amiga me llevó al hospital, me
escayolaron y me tuvieron que poner un collarín”, relata. Cuando llegó a casa y
le contó a su madre la verdad, la mujer sufrió una conmoción. No sabía nada.
La espiral de violencia había ido devorando a
Alicia, poco a poco, sin que se diera cuenta. El entorno social y los propios
jóvenes aún justifican determinadas actitudes sexistas. Como que los celos son
una expresión del amor. Una afirmación con la que están de acuerdo el 33,5% de
los chicos y el 29,3% de las menores. O que para tener una buena relación de
pareja es deseable que la mujer evite llevar la contraria al hombre, como piensan
el 12,2% de ellos y el 5,8% de ellas, según un estudio de 2010 sobre violencia
de género en adolescentes encargado por el anterior Gobierno socialista.
Ese documento, elaborado por investigadores de la
Universidad Complutense se podrá comparar con el estudio que publicará en las
próximas semanas el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad. El
nuevo informe, que se basa en las conclusiones de las entrevistas a 8.000
jóvenes, y que aún está en proceso de análisis, confirma que los adolescentes
inician las relaciones sentimentales cada vez antes —la edad media está en 13
años— y que son muy permeables a los estereotipos machistas que ven en casa,
pero también a través del cine, la televisión, la música, la literatura...
Esos noviazgos tempranos no tienen por qué ser
nocivos, explica Virginia Sánchez, profesora de Psicología Evolutiva de la
Universidad de Sevilla. Tampoco conducir a situaciones violentas. Es positivo
que los menores amplíen sus relaciones afectivas a través de esos vínculos, cree.
Siempre y cuando la relación sea equilibrada en edad y basada en el respeto.
Sin embargo, reconoce Sánchez, las relaciones entre los menores son cada vez
más agresivas. “Hay mucha violencia verbal mutua que, si no se ataja, puede
derivar en comportamientos más graves cuando se establecen los patrones de
dominio y sumisión”, abunda. Porque esos patrones son importantes en una etapa
en la que los menores están aprendiendo a resolver los conflictos.
Expertos como Sánchez y psicólogas como Olga
Barroso, de la Fundación Luz Casanova —que tiene un programa para adolescentes
que han sufrido violencia de género— remarcan que las nuevas tecnologías
facilitan el contacto entre los menores pero también se emplean como mecanismos
de control. “El WhatsApp, los mensajes, las redes sociales se usan para saber
en todo momento dónde está el otro y su actitud. Después, cuando la relación se
rompe también se emplean como instrumento de acoso”, destaca la presidenta de
la Comisión de Estudio de Malos Tratos, que insiste en que bien usadas, esas
herramientas pueden ser positivas.
Barroso explica que a esa edad los menores tienen
aún difusa la idea de lo que es control y lo que es interés o preocupación. “La
línea es fina y las situaciones muy sutiles. Por ejemplo, ¿es normal si tu
novio te pide que le llames desde el teléfono fijo de tu casa para saber que
has llegado bien y quedarse tranquilo? ¿O si te dice que le mandes un
localizador cada vez que sales para ver donde estás o te pide que le enseñes el
móvil para ver con quien te escribes?”, dice.
Para ellos eso son “pruebas de amor”, dice la
educadora Nieves Salobral. Y, actualmente, el máximo de esos gestos es dar al
otro la contraseña de acceso al correo electrónico, las redes sociales. Ceder
la intimidad. Y eso es símbolo de amor. Porque, como explica Ana, una de las
chicas asistida por Barroso, aman a su pareja. “Quizá sepas que no está bien,
que los insultos o las agresiones no son lo correcto pero es tu novio, le
justificas y no quieres verle mal. Solo deseas ayudarle para que deje de
ocurrir...”, dice.
Pero sigue ocurriendo. Y muchas menores, como al
principio hizo Cris, se niegan a cortar con la relación, y la mantienen a pesar
de la oposición de sus amigos o familias. María B. cuenta con un hilo de voz
que ha detectado que su hija, Gema, sigue en contacto con el chico con el que
salía hasta hace unos meses. La chica, de 16 años, recibe ayuda psicológica
desde que su familia detectó que sufría malos tratos por parte de su novio, el
chico que hasta entonces les parecía modélico y con el que estaba desde los 14.
“Al principio, cuando empezaron a salir me pareció hasta bien. El chico era muy
educado, yo conocía a los padres...”, recuerda. Sin embargo, cuenta que llevaba
un tiempo algo escamada porque percibía que Gema había dejado de salir con sus
amigas, que discutía mucho con su novio. “Casi siempre por celos de él, aunque
luego siempre lo arreglaban”, explica. Una noche, en plenas fiestas del pueblo,
notó al llegar a casa que Gema tenía sangre en la ropa. Estaba muy nerviosa.
Parecía que había discutido con el chico y que él se había ido. “Yo sabía que
algo había pasado pero mi hija solo me repetía que había que localizarle, que
tenía miedo de que le hubiera pasado algo”. Le llamó al móvil. Le preguntó y el
adolescente reconoció que había pegado a Gema.
El mundo de María se derrumbó. No sabía qué hacer ni
a quién recurrir. Habló con los padres del chico y buscó ayuda para su hija.
“No lo denuncié porque los dos son menores y la familia de él se ha
involucrado, pero llegué a plantearme si estaba exagerando. Si no sería solo
cosa de chiquillos... Pero no. Y me alegró de haber actuado”, dice. A pesar de
todo, admite entre sollozos que se siente culpable por no haberlo sabido antes.
Por haber acogido al chico en su casa. Por no haber advertido más a su hija la
primera vez que ella le mencionó el asunto de los celos.
Gema está ahora recibiendo el tratamiento que a
Laura (nombre supuesto) le costó años solicitar. Ayuda y apoyo sin los cuales,
aunque la relación de violencia haya acabado, la pauta puede repetirse con
otras parejas. Laura sufrió malos tratos por parte de su novio a los 15 años,
pero hasta los 20 no fue consciente del lastre que acarreaba. Una mochila de
sumisión que, sin llegar a las agresiones, la llevaba a escoger a chicos
autoritarios y dominantes. También la situación que vivía en casa, donde
también sufría abusos, jugó un importante papel. “Eso me empujó a los brazos de
ese chico que yo veía como mi protector. Al principio me sentía genial,
después...”, cuenta. Después, siguiendo el patrón de la mayoría de casos de
violencia de género, llegaron los golpes.
En el caso de Laura fueron los padres de él quienes
abrieron los ojos. “Un día que había consumido droga me pegó delante de ellos.
Se montó una pelea tan tremenda que él llegó a pegar a sus padres”, relata
Laura. La chica les contó entonces lo que ocurría y ellos la animaron a
denunciar. No lo hizo por miedo a su propia familia. Sin embargo, los padres
del chico sí le denunciaron por agresión hacia ellos. Y eso destapó que el
joven tenía otras causas pendientes de robo con violencia. Fue condenado a dos
años de cárcel. Laura no le volvió a ver. Ahora se dedica a la formación de
profesionales sanitarios. Además, como Alicia, aún acude a los grupos de
terapia para jóvenes, a las que explica su historia. “A esa edad no te
identificas como víctima de maltrato”, dice Alicia. Y si lo haces, cree Ana,
cuesta dar el paso y contarlo: “No quieres que a él le pase nada y tampoco
quieres que tu familia sufra. Es complicado”.
Eso fue lo que le ocurrió a ella, hasta que él la
agredió en plena calle. Insiste en que tenía toda la información, la ayuda y la
confianza de sus padres. Alicia y Laura, sin embargo, creen que su historia sí
se hubiera evitado con prevención. Una opinión similar a la de los expertos,
que alertan de que falta educación afectiva y en igualdad en los colegios.
También más implicación social de las familias. En definitiva, conocimiento
para derribar los comportamientos y actitudes sexistas que se perpetúan en el
siglo XXI, para desechar la idea de que los celos son el no va más del amor.
Para aprender a identificar esos primeros signos que conducen a la espiral de
la violencia machista.
Sin principes azules, por
favor
Bella, de la saga Crepúsculo, dio hasta su vida por
amor y dejó de ser humana por su Edward, un vampiro. Aurora, la bella durmiente
de Disney, se salvó del sueño eterno con un beso de amor del príncipe azul. Su
salvador. “Hay muchos esquemas de dominación y sumisión por derribar. Mitos del
amor romántico que ofrecen a los jóvenes la idea de que hay que darlo todo por
la otra persona. Eso les lleva a inmolarse y ceder ante la subjetividad del
otro”, explica la educadora Nieves Salobral. Da talleres en institutos de
Madrid en los que analiza películas y canciones para identificar estereotipos
sexistas.
Salobral cuenta que los menores, aunque se saben la
teoría y conocen el fenómeno de la violencia de género, suelen identificarla
solo cuando es física. Para atajar el problema, dicen los expertos, la
prevención es clave. Inmaculada Montalbán, presidenta del Observatorio de
Violencia de Género del Consejo General del Poder Judicial, insiste en que solo
a través de la educación de los más jóvenes se puede interrumpir la asunción de
comportamientos machistas y romper la cadena de violencia.
Jesús Casas, subdirector del Instituto de la Mujer,
asegura que el Gobierno avanza hacia ese modelo. “Es fundamental la educación
en igualdad de toda la sociedad, pero más de las personas que aún se están
formando”, dice. Y en esa línea va el programa Plurales —iniciado
recientemente—, que busca analizar los comportamientos de la comunidad
educativa para destacar e implantar un catálogo de buenas prácticas. También,
enumera, el Gobierno ha aprobado un nuevo título superior, el de técnico
Superior en Promoción de Igualdad de Género. Elementos positivos para Montalbán
que, sin embargo, se muestra preocupada por la desaparición, con la ley Wert,
de Educación par la Ciudadanía, asignatura en la que estos valores tenían un
peso específico.
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