Máriam Martínez-Bascuñán: Hablan las mujeres
© Máriam
Martínez-Bascuñán, El País
Fuente:
http://elpais.com/elpais/2014/02/04/opinion/1391530983_094537.html
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Máriam Martínez-Bascuñán es profesora de Ciencia Política en la Universidad
Autónoma de Madrid.
- La
ley del aborto no puede ser el resultado de una imposición sin consenso
Afortunadamente
para el valor y la riqueza de nuestras democracias, no todas las mujeres tienen
los mismos valores ni comparten los mismos intereses y opiniones. Por ello,
sería un grave error darles un tratamiento de grupo homogéneo, ya que
implicaría degradarlas y empobrecerlas.
La
pluralidad de intereses, opiniones y valores entre las mujeres ha hecho que
muchas pensadoras se partieran literalmente la cabeza por tratar de buscar una
base común para ciertas experiencias que sí podrían ser compartidas, y defender
así sus reivindicaciones desde posiciones inclusivas. Una muy importante es el
hecho de tener un cuerpo con la capacidad única de generar otra vida, donde se
quiebra esa separación entre el ser y el otro que paradójicamente sostiene toda
la metafísica occidental, rompiendo con muchos los postulados de las viejas
ideas de nuestros grandes filósofos.
Asombrosamente,
la experiencia de generar otra vida ha sido omitida de todo discurso sobre la
“experiencia humana” y la subjetividad. Todavía hoy es complicado encontrar
relatos en medicina, en filosofía, en religión que inviten a hablar a las
mujeres en sus propios términos sobre dichas experiencias. De cómo, por
ejemplo, sus cuerpos dejan en alguna medida de identificarse como propios,
porque dentro de ellas sienten movimientos que no son suyos, sino de otro ser
que todavía no es un otro porque sus fronteras son inciertas. Y todo ello a lo
largo de un proceso temporal único en el que lo que experimenta el propio
cuerpo hace quebrar las mismas percepciones temporales de pasado, presente y
futuro.
Dudo
mucho que el ministro Gallardón haya escuchado alguno de esos relatos o que
pueda comprenderlos. Porque de ser así, habría entendido que si existe algo
sobre lo que puede haber consenso en torno a este debate es que solo las
mujeres gozan de una relación especial que conecta sus cuerpos con el feto que
llevan. Este solo hecho hace casi incuestionable el argumento de que ellas son
las principales concernidas; desde la pluralidad de sus valores, sus
necesidades, sus deseos, sus problemas y las opciones vitales que sostienen.
Precisamente por esto, porque hay valores contrapuestos entre ellas, la ley no
puede ser el resultado de la imposición de una postura moral sin consenso.
Quizá
esta reforma no sea más que una estrategia de comunicación, diseñada como
cortina de humo para cubrir la cartografía política de un partido salpicado
como nunca por una corrupción estructural que pretende banalizar. De ser así,
el ministro nos habría instrumentalizado otra vez, como ha instrumentalizado el
discurso sobre la violencia estructural, y como finalmente ha encerrado el
aborto dentro de un relato sobre la vida que es falaz e hipócrita.
Qué
duda cabe que el debate sobre el aborto está conectado con la vida. Debería
contar como vida, o como una vida, o como una vida humana, de la misma manera que
se habla de la muerte, o de la muerte cerebral, o de cuando el corazón deja de
latir. Aunque al final no sepamos bien si lo que marca ese tránsito de la vida
hacia la muerte es una estipulación jurídica o un certificado médico de
defunción. Debido a esto, decidir sobre el aborto no es un único problema
desconectado de otras decisiones, sino un ejemplo intenso y dramático de todas
las elecciones en cadena que la gente debe tomar a lo largo de sus vidas. Por
esto mismo resulta complicado limitar el aborto única y exclusivamente al
discurso sobre la vida, puesto que quienes están a favor de más libertades
reproductivas, y por tanto, a favor de la propia elección, lo están también a
favor de la vida.
Habría
sido interesante indagar en qué momento el debate sobre el aborto ha perdido la
batalla del pensamiento sobre la vida, porque esas libertades reproductivas que
muchas mujeres trataron de defender con la promulgación de la anterior Ley
Orgánica de 2010 estaban concernidas profundamente con cuestiones éticas y
políticas basadas en las condiciones que deben mantener la vida digna de ser
vivida. Pensando además que esas condiciones eran predominantemente sociales y
estructurales.
La ley
de 2010 consiguió que el discurso sobre la vida en relación con el aborto no
ciñera la cuestión a si un determinado ser es un ser vivo o no, sino a si las
condiciones sociales de su persistencia, dignidad y prosperidad eran posibles y
viables. Ese era el trasfondo sobre el que plantearon las preguntas de quién
decide y el alcance de la toma de la decisión. Había consenso en señalar que la
vida no solo se basa en el impulso interno de vivir, sino en las condiciones
sociales y políticas que la apoyan; por ejemplo, una ley de dependencia, una
ley igualitaria en permisos por maternidad o una ley integral contra la
violencia estructural de género desde ministerios como el de Sanidad, Igualdad
o Trabajo, y no de Justicia.
Curiosamente,
el único consenso que ha existido en torno a la ley que pretende aprobar el
ministro Gallardón, desde ese Ministerio de Justicia y con la Conferencia
Episcopal, es el de la gran mayoría de las mujeres que se oponen a ella.
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