Carmen Rengel: Horror sin fronteras
© Carmen
Rengel, Diario Andaluces
3 de
octubre de 2006. Los colegas de la prensa nos arremolinábamos alrededor del
coche de I.J.L., una mujer de 35 años a la que su ex pareja acababa de asestar
varias puñaladas en el barrio de Sevilla Este, ante una cafetería, al lado de
un colegio. Estaba viva. Camino del Hospital Virgen del Rocío. Necesitó mucha
cirugía y, supongo, no pocas horas de psicólogo y de familia, no pocos botes de
medicamentos para el cuerpo y el alma. El asesino –que no lo lograra no evita
la etiqueta- se suicidó poco después, tras escapar. España tenía desde hacía
dos años una ley contra la violencia de género. La conciencia iba ganando
terreno al miedo.
19 de
febrero de 2014. Nadie alborota –ni plumillas, no foteros, ni vecinos- junto al
coche de F.A.M., una joven de 23 años que acaba de ser apuñalada y, de seguido,
atropellada de forma intencional en Hebrón, al sur de Cisjordania (Palestina).
La ha atacado su primo, en nombre de una familia que consideraba que la chica
era demasiado poco humilde. Demasiado coqueta con sus ropas ceñidas y sus
combinaciones –tacones, maxi bolso y hiyab, todo rosa fucsia- y demasiado
independiente –universitaria, futura abogada, pese a la tradición hogareña-.
¡Una conductora, por Dios! F.A.M. también está viva, aunque la han tratado de rematar
asfixiándola con una almohada en su cama del Hospital Alia. Su asesino sigue
suelto, tranquilo, a cara descubierta. No ha sido ni interrogado. Entre los
suyos es un hombre cabal que ha dado su merecido a una díscola. Aquí no hay ley
que ampare la violencia doméstica, la discriminación por razones de sexo. Es
una promesa vieja. La conciencia no va ganando terreno al horror.
Han
pasado más de siete años entre una escena y la otra, pero la desolación, el
vacío en el estómago, el asco al cubrir la historia son los mismos, porque
idéntica es la raíz: la tozudez forjada durante siglos que afirma la necesidad
del sometimiento de la mujer, de su degradación; su aplastamiento por
sociedades patriarcales, machistas, donde la del hombre es la voz poderosa. O única.
La maté porque era mía o porque dañaba el nombre de los nuestros. “Violencia de
género” o “crímenes de honor”. Mismo perro con distinto collar.
Las
mujeres muertas en España son una evolución del mal, el refinamiento de la
persecución en una sociedad que se dice avanzada, pero que proviene del mismo
veneno que en esta tierra lleva a ataques como el de Hebrón. Las mujeres aquí
son atacadas por adúlteras, por ir con novios no aceptados por la familia, por
su inmodestia… pero también porque se convierten en una deshonra para su casa
después de haber sufrido una violación que, en el 75% de los casos, ha sido
cometida por algún varón de su propia sangre. 27 chicas –musulmanas pero
también cristianas- fueron asesinadas por estos motivos el pasado año, sobre una
población que roza los cuatro millones. El doble que en 2012. Hay que sumarles
otras 20 al menos muertas por sus parejas o ex parejas en casos de lo que se
entiende como maltrato doméstico clásico. En España fueron 48 sobre 47
millones.
Quien
crea que se trata solamente de unos crímenes atroces propios de países
musulmanes se equivoca. Estas muertes no son religiosas, sino culturales. La
fortaleza del hombre que manda sobre la mujer que cumple, sin rechistar, o
asume las consecuencias. Puede haber añadidos, peculiaridades, pero también las
hay en Occidente. Unas 20.000 mujeres mueren al año por crímenes de honor en
todo el mundo, según una reciente compilación hecha por el diario británico The
Independent. Los casos han saltado a Europa, entre inmigrantes de segunda o
tercera generación sobre las que sus progenitores, su entorno familiar, tratan
de aplicar el poder de siempre, el que oculta a la mitad del mundo. También en
España, alerta el artículo. Rana Husseini, una periodista jordana tan fuerte
como dulce, ha estudiado cómo la “vergüenza” acaba siendo limpiada con sangre,
y lo ha hecho sin mirar el pasaporte de las víctimas. Concluye que no hay más
que un mismo dolor compartido. “Lo que aquí ocurre pudo pasar en España a la
generación pasada. Mira los entornos rurales. Hay familias que metían a monja a
la hija que salía con el chico equivocado. O que la mandaban a un reformatorio.
O que la exiliaban y repudiaban. O que la mataban, al fin”, resume. Unas décadas de diferencia, más
primaveras árabes, más mujeres liberadas, y llegará el momento de la
convivencia escogida, del hogar, y también el momento de la otra fase, la
nuestra, de violencia.
La
única evolución, comparte Rana, es la de la educación. La ocupación, dicen
algunos, está por encima de cualquier otro problema que tenga Palestina. Hay
que escalonar las prioridades. La legislación puede esperar, antes hay que
ajustar otras cosas. Así se repite el mantra –no es lo esencial, con eso no se
hace estado- sin reparar en que, con país soberano o sin él, el mal existe, el
mal debe ser erradicado por el bien de la sociedad por venir. No hay más que
levantar los ojos por encima del hormigón del muro para tener el desmentido: 17
muertas en Israel por violencia doméstica el pasado año, en una población como la
de Andalucía. Un país donde las mujeres cobran un 23% menos que los hombres.
Donde los abusos sexuales a mujeres en el seno del Ejército han crecido un 9%
en el último año.
El
horror no sabe de fronteras.
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