Carolina Escobar Sarti: "Aún priva en muchas cabezas que las niñas son de todos, menos de ellas mismas"

© Carolina Escobar Sarti, Prensa Libre
Fuente: http://www.prensalibre.com/opinion/es_mia_0_1037896217.html

Ante la pregunta de por qué no dejaba de abusar sexualmente a su hija de 11 años, el padre de la niña respondió: “porque es mía”. Y agregó: “mi mujer y mis hijos son míos y yo hago con ellos lo que me da la gana”. Para ser un hombre con poca instrucción que no había llegado más allá de un tercer grado primaria, sabía mucho de derecho romano y de la figura de la patria potestad, que ya hace siglos le otorgaba al padre un poder absoluto e indefinido sobre sus hijos. Increíble la fuerza de la cultura patriarcal a través del tiempo.

Reducir este poder desmedido que le fuera concedido por siglos al padre de familia, es la función de las leyes, ya que la patria potestad tiene primero como límite el interés superior de hijas e hijos. Es al Estado al que le toca velar por el interés superior de niños, niñas y adolescentes que son abusados en sociedades poco educadas, clasistas y monolíticas como la nuestra. Incluso hay instancias públicas que, velando por los intereses de las personas menores de edad, pueden privar de la patria potestad a sus progenitores, como responsables directos de su cuidado.

Pero ¿el trabajo infantil forzado no es acaso una extensión de esta visión antigua de patria potestad? Aunque es complejo en un país con las condiciones estructurales como Guatemala, que pide que cada brazo sea un apoyo para familias en la miseria, esa idea de que se puede abusar de hijas e hijos no solo está en la cabeza de algunos de sus padres que los llevan a trabajar porque así aprendieron ellos y así lo manda su situación de pobreza. También está en la cabeza y práctica de algunos terratenientes que han considerado a los trabajadores y sus familias como conglomerados de su propiedad, “menores de edad” que no sienten, no piensan, no se educan ni se enferman. O en la cabeza de quienes abusan de trabajadoras de casa que son adolescentes. O en las de quienes las explotan sexualmente. Esas mismas personas jamás dejarían que sus hijas e hijos dejaran de ir al colegio para ponerse a trabajar tempranamente.

Hace no mucho, me comentó la directora del Departamento de Atención a la Víctima de la PNC, que en buena parte del área rural, a las niñas y adolescentes solo no les pega o toca quien no quiere, porque todos se sienten dueños de ellas. En pleno siglo XXI, la patria potestad se vive como en la Roma Antigua. A lo mejor esa idea generalizada de que las niñas —y otros sectores vulnerables— son de alguien, menos de sí mismas, es lo que hace que cada hora queden embarazadas siete niñas y adolescentes en nuestro país; es los que nos hace sumar entre 600 y 700 casos anuales de femicidio desde 2001 hasta la fecha. Es la misma idea que tiene desaparecida a Cristina Siekavizza y que permitió que Roberto Barreda huyera con la hija y el hijo de ambos, porque todos eran de él. La misma idea que hace que muchos sientan que cualquier niña, niño o adolescente son objetos de su propiedad y no sujetos con derecho al bienestar y a una historia propia.

Cuando se habla de violencia contra las mujeres, pocos se acuerdan de que las niñas también lo son. Desde allí es donde se arreglan las cosas. Mientras en otras latitudes la publicidad ya hace anuncios para niñas que serán ingenieras y no vestirán de rosa su mundo, aquí aún priva en muchas cabezas que las niñas son de todos, menos de ellas mismas.

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