Honduras: conflictos por la tierra en el Bajo Aguán
* *
copiado tal cual del informe “Aquí no hay investigaciones. Impunidad de
homicidios y otros abusos en el Bajo Aguán, Honduras" de Human Rights
Watch
Resumen
Desde
2009, la fértil región del Bajo Aguán al norte de Honduras ha sido escenario de
duras y a menudo violentas controversias por la tierra. Muchos de los
conflictos surgieron tras las reformas implementadas a la ley agraria en 1992,
por las cuales se permitió la venta de grandes parcelas de tierra que
anteriormente sólo podían estar sujetas a propiedad colectiva. Desde entonces,
miles de acres de tierras han sido transferidos de comunidades campesinas,
integradas por agricultores a pequeña escala, a grandes empresas
agroindustriales. En muchos casos, las comunidades campesinas del Bajo Aguán
han impugnado la legalidad de estas ventas de tierras alegando que continúan siendo
sus legítimos propietarios.
Algunas
organizaciones campesinas del Bajo Aguán han recurrido ante tribunales para impugnar
actos controvertidos de adquisición de tierras a individuos o grupos por parte
de empresas privadas. Otras han presentado apelaciones por medio de vías
administrativas previstas en la ley de reforma agraria. Y en otros casos, las
organizaciones campesinas han optado por ocupar físicamente las tierras objeto
de conflicto instalando allí viviendas provisionales y a veces incluso
escuelas. A menudo, las organizaciones campesinas han aplicado una combinación
de estas estrategias.
No han
sido pocos los casos en que los conflictos con respecto a la tenencia de la
tierra en el Bajo Aguán han estado acompañadas por actos de intimidación,
amenazas y violencia —incluidas golpizas y asesinatos— que involucran a
campesinos y guardias de seguridad privada contratados por compañías
propietarias de fincas. En ocasiones, miembros de las fuerzas de seguridad
gubernamentales que fueron enviadas para restablecer el orden han cometido
violaciones de derechos humanos, incluidas detenciones arbitrarias, torturas y desalojos
forzados.
El
costo de estos hechos de violencia ha sido gravísimo: según un informe
publicado por el Comisionado Nacional de los Derechos Humanos, 92 personas
murieron en hechos vinculados con conflictos por las tierras en el Bajo Aguán
entre 2009 y fines de 2012. La mayoría de las víctimas han sido miembros
activos de organizaciones campesinas.
La
violencia en la región ha alcanzado niveles tan alarmantes que, incluso en un
país donde la ONU considera que se registra el índice de homicidios más alto
del mundo, el anterior Presidente Porfirio Lobo (enero de 2010 - enero de 2014)
se refirió a la situación en el Bajo Aguán como una crisis de seguridad
nacional. Tras asumir la presidencia en enero de 2010, Lobo manifestó en reiteradas
oportunidades que su gobierno formularía un “plan integral” para resolver los
conflictos agrarios y abordar los graves delitos que ocurrieron en esa región.
El
gobierno de Lobo realizó algunos esfuerzos para mitigar los conflictos agrarios
en el Bajo Aguán comprometiéndose a entregar tierras a las organizaciones
campesinas. En abril de 2010, el gobierno compró miles de hectáreas de tierras
y señaló que serían entregadas a una organización campesina. En junio de 2011 y
junio de 2012 expresó compromisos similares, pero solamente algunas de las
tierras afectadas se han transferido en la práctica a estas organizaciones.
No
obstante, la estrategia predominante del gobierno de Lobo para hacer frente al problema
consistió en el envío de más miembros de las fuerzas de seguridad a la región.
El
presidente movilizó al Ejército hasta la zona del Bajo Aguán en tres ocasiones
desde 2010, pero esta afluencia de tropas no fue acompañada con un incremento
en la cantidad de fiscales o policías investigadores para que indaguen los
delitos que se cometieron allí. No es sorprendente que esta estrategia no
resolvió los conflictos agrarios que aún persiste en la región ni juzgar a los
responsables de la comisión de graves delitos.
A fin
de estudiar la violencia en el Bajo Aguán y las acciones gubernamentales
adoptadas para abordarla, Human Rights Watch realizó dos visitas de
investigación a Honduras entre febrero y abril de 2013. Durante estos viajes,
nos reunimos con víctimas de violencia y sus familiares, organizaciones
campesinas, fiscales, policías, militares, compañías propietarias de fincas,
defensores de derechos humanos, periodistas y otros actores.
Examinamos
29 casos de homicidio y dos casos de personas que supuestamente fueron sustraídas,
así como algunos casos de uso excesivo de la fuerza, torturas y trato cruel e inhumano
en que las víctimas señalaron como responsables a miembros de las fuerzas de seguridad
gubernamentales. Prácticamente todos estos delitos se vinculan de manera directa
o indirecta con el conflicto por la tierra, según indican organizaciones
campesinas, terratenientes y funcionarios gubernamentales entrevistados por
Human Rights Watch.
Comprobamos
que, con independencia de quiénes eran las víctimas o los presuntos responsables,
o de si el delito parecía estar asociado con conflictos por la tierra, los fiscales
y la policía en general no impulsaban investigaciones oportunas y exhaustivas.
De hecho, varios fiscales, policías y funcionarios militares reconocieron en
reuniones con Human Rights Watch que la investigación de estos casos había sido
inadecuada o nula.
En
Honduras es habitual que las investigaciones no produzcan resultados concretos.
En abril de 2013, el entonces Fiscal General Luis Alberto Rubí informó al
Congreso Nacional que el 80 por ciento de los homicidios cometidos en Honduras
quedan impunes debido a que “los órganos de investigación no tienen capacidad
como para darle respuesta” a estos delitos. Sin embargo, incluso en un país
donde es habitual que no haya medidas enérgicas de investigación penal y que
prevalezca la impunidad, la falta de acciones incluso mínimas por parte de
funcionarios para investigar delitos presuntamente vinculados con conflictos
por la tierra en el Bajo Aguán alcanza niveles perturbadores. Los fiscales invocaron
diversos motivos para justificar la ausencia de investigaciones, como: la
escasez de personal y recursos indispensables, la renuencia de policías a implementar
las medidas de investigación solicitadas por fiscales y la desconfianza de los testigos
hacia las autoridades que provoca su falta de cooperación. Si bien estos obstáculos
suponen reales impedimentos para las investigaciones, Human Rights Watch determinó
que en la gran mayoría de los casos la policía no adoptó las medidas de investigación
más básicas que se necesitan para identificar a presuntos implicados y llevarlos
ante la justicia. Por ejemplo, a veces pasaron varios días hasta que los
fiscales y la policía acudieron al lugar de los hechos, o directamente nunca lo
hicieron, y no rastrillaban o buscaban en las zonas donde los familiares de
víctimas indicaban que posiblemente podían encontrarse los cuerpos de personas
que estaban extraviadas. En algunos casos, las autoridades no practicaron
autopsias a los cuerpos de las víctimas ni recabaron pruebas claves como las
armas utilizadas en homicidios. En un caso, un fiscal a cargo de la
investigación de un presunto hecho de abuso policial sufrido por un menor de 16
años mientras se encontraba detenido, señaló que sus superiores no le permitían
trasladarse hasta el lugar donde se había producido el incidente para poder
realizar pesquisas que ayudaran a identificar a los funcionarios responsables.
En unos
pocos casos excepcionales, la administración de Lobo de Lobo asignó a fiscales
y policías adicionales de la capital del país, Tegucigalpa, para que colaboren
con investigaciones individuales de delitos presuntamente vinculados con
conflictos por tierras en el Bajo Aguán. Uno de ellos es el homicidio de un
abogado de derechos humanos que había sido amenazado en varias oportunidades
por representar a organizaciones campesinas. No obstante, estas intervenciones
se han limitado a unos pocos casos resonados que han despertado el repudio de
la comunidad internacional, pero no se han aplicado de manera sostenida.
La
falta casi absoluta de transparencia en la actuación de los fiscales
obstaculiza aún más la posibilidad de que se haga justicia en casos de delitos
graves. Las víctimas y sus familiares mantienen un contacto muy limitado con
funcionarios judiciales y saben muy poco sobre lo que sucede en las
investigaciones. Cuando Human Rights Watch consultó a diversos funcionarios
sobre casos concretos, la mayoría se negó a brindar información, e invocó para
ello las garantías de confidencialidad contempladas por el derecho procesal
penal de Honduras para las investigaciones en curso. No recibimos respuesta
alguna a nuestros reiterados pedidos —presentados por escrito y personalmente a
lo largo de varios meses— ante el Ministerio Público y otras instituciones para
obtener información sobre el estado de las investigaciones vinculadas con
homicidios y otros abusos en el Bajo Aguán.
El
resultado de la falta de rigurosidad y transparencia de las investigaciones ha
sido la impunidad casi absoluta de delitos que, según se sabe o se presume,
estarían relacionados con conflictos por la tierra en el Bajo Aguán. Por
ejemplo, en un informe de febrero de 2013 el gobierno de Honduras registró 73
homicidios vinculados con conflictos por la tierra. En tan sólo siete casos la investigación
había permitido iniciar un proceso judicial, y en ninguno se había dictado
condena.
Las
medidas efectivas de juzgamiento son uno de los recursos más eficaces para
disuadir la violencia, en tanto advierten a potenciales agresores que sus atropellos
tendrán graves consecuencias y disuaden a quienes reinciden de cometer nuevos
delitos violentos. Por el contrario, cuando estas medidas son débiles o nulas
se trasmite un peligroso mensaje de que las autoridades son indiferentes o
incluso consienten este tipo de violencia.
Asimismo,
en el Bajo Aguán y en toda Honduras, la falta de medidas gubernamentales eficaces
de investigación de delitos, sumada a la ausencia de garantías adecuadas para
testigos, disuaden a víctimas, sus familiares y otros actores que tienen
información relevante de colaborar con las autoridades.
La
desconfianza es particularmente pronunciada entre organizaciones campesinas del
Bajo Aguán, cuyos miembros señalaron reiteradamente a Human Rights Watch que consideraban
que los funcionarios gubernamentales eran, en el mejor de los casos,
incompetentes, o peor aún, que directamente colaboraban con compañías
propietarias de fincas. Esto genera un círculo vicioso en el cual cuantos más
delitos quedan impunes, más renuentes se muestran las organizaciones campesinas
y los familiares de víctimas a cooperar con las investigaciones oficiales; y
cuanto menos predisposición manifiestan estas organizaciones y personas para
cooperar, menor es la posibilidad de las autoridades de acceder a indicios
probatorios indispensables para resolver delitos. La falta de investigaciones
adecuadas no ha impedido que las autoridades atribuyan responsabilidad por los
delitos ocurridos en el Bajo Aguán. Lobo señaló como responsables de gran parte
de la violencia a la delincuencia organizada, grupos armados al margen de la
ley e infiltrados de países limítrofes. Un alto funcionario militar de la región
indicó a Human Rights Watch que algunas organizaciones campesinas estaban contratando
a “grupos criminales” para que las ayudaran a ocupar tierras ilegalmente. Varios
fiscales locales señalaron también que la mayoría de los hechos de violencia
eran provocados por organizaciones campesinas. Es posible que miembros de organizaciones
campesinas hayan cometido graves actos de violencia. Y algunas familias campesinas
dijeron a Human Rights Watch que sospechaban que las agresiones sufridas por familiares
eran el resultado de conflictos entre distintas organizaciones o de pugnas internas
entre sus miembros, y que no respondían a conflictos por tierras. No obstante, considerando
que prácticamente ninguno de estos delitos se investiga adecuadamente, ni mucho
menos se resuelve, el señalamiento de que las organizaciones campesinas son las
principales responsables de los hechos de violencia vinculados con la tierra en
el Bajo Aguán no está sustentado en evidencias concretas y no hace otra cosa
que profundizar la desconfianza de las organizaciones campesinas en el
gobierno.
Resulta
llamativo que estas explicaciones oficiales de los hechos de violencia no hagan
referencia a la posible participación de empresas de seguridad privada, que son
contratadas masivamente por las compañías propietarias de fincas en el Bajo
Aguán y otras zonas rurales. En 13 de los 29 homicidios investigados por Human
Rights Watch, y un caso de desaparición, las evidencias indican la posible
intervención de guardias de seguridad privada. Tras su visita a Honduras en
febrero de 2013, el Grupo de Trabajo de Naciones Unidas sobre la utilización de
mercenarios expresó preocupación ante el “supuesto involucramiento en
violaciones generalizadas de derechos humanos de las compañías de seguridad
privadas contratadas por los terratenientes, incluidos homicidios, desapariciones,
desalojos forzados y violencia sexual”.
Debido
a la presunta participación de guardias que trabajan para compañías
propietarias de fincas en delitos cometidos en Honduras, la Oficina del Asesor
en Observancia/Ombudsman (Compliance Advisor/Ombudsman, CAO) —el mecanismo de rendición
de cuentas de la Corporación Financiera Internacional— ha iniciado una investigación.
La Corporación Financiera Internacional, el organismo de préstamo al sector
privado del Grupo del Banco Mundial, que había otorgado anteriormente un
préstamo a una de las compañías, cuenta con normas sobre las prácticas de sus
clientes relativas a contratación, utilización y supervisión de guardias de
seguridad privada, en particular ante denuncias creíbles de abusos.
También
existen una serie de estándares ampliamente aceptados, aunque no vinculantes, de
la ONU y del sector privado que abordan las responsabilidades en materia de
derechos humanos que corresponden a las compañías de prevenir que los guardias
de seguridad privada que contratan cometan abusos, y exigir que haya rendición
de cuentas cuando se planteen denuncias de abusos.
Si bien
los guardias de seguridad privada en Honduras no son funcionarios gubernamentales,
están alcanzados por los mismos estándares y leyes nacionales (incluida la Ley
de Policía) sobre uso de la fuerza letal, y están obligados a respetar los derechos
de los ciudadanos. Cuando los guardias de seguridad privada transgreden estas normas,
es responsabilidad del gobierno investigar y juzgar a los responsables, y
brindar recursos legales efectivos a las víctimas. No obstante, comprobamos que
era común que policías y fiscales no adoptaran medidas adecuadas —como requerir
registros laborales para determinar qué guardias estaban trabajando en un
determinado momento o inventarios de armas de empresas de seguridad privada—
para determinar la posible intervención de guardias de seguridad privada en
delitos graves.
Peor
aún, el gobierno no fallado en adoptar medidas de prevención para proteger a quienes
se encuentran en riesgo, incluso en casos en que las evidencias sugieren de manera
persuasiva que es posible que se produzcan hechos de violencia. En al menos dos
oportunidades desde 2010, fueron asesinadas personas que habían recibido
medidas de protección otorgadas por la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos en razón de las actividades que desarrollaban en el Bajo Aguán; y otra
persona fue asesinada poco después de que la Comisión recibiera formalmente su
solicitud de medidas de protección.
En el
curso de nuestras investigaciones, no encontramos evidencias de que alguna de estas
tres víctimas contara con medidas de protección del gobierno hondureño en el
momento en que fueron asesinadas. En otros casos en que comunidades y personas debajo
Aguán habían recibido amenazas creíbles en forma reiterada, las autoridades no
intervinieron para investigar el origen de estos actos de amedrentamiento ni
para brindar medidas de protección adecuadas.
El 27
de enero de 2014, asumirá Juan Orlando Hernández como el nuevo presidente de Honduras.
La experiencia del gobierno de su predecesor demostró que, ante la falta de asignación
seria de recursos y de la voluntad política que se necesitan para investigar eficazmente
la violencia vinculada a conflictos por la tierra en el Bajo Aguán, persistirá
la impunidad por estos hechos. Si la administración de Hernández no adopta
medidas integrales para dar respuesta a este alarmante problema, no sólo los
homicidios y otros graves delitos seguirán quedando sin castigo, sino que
además se profundizará el clima de impunidad en Honduras y es altamente
probable que ocurran nuevos hechos de violencia.
Antecedentes:
conflictos por la tierra en el Bajo Aguán
El
curso del río Aguán, al norte de Honduras, atraviesa un frondoso valle que se
extiende desde el sur de la localidad caribeña de La Ceiba y desciende en
dirección noreste hasta desembocar en la costa del mar Caribe, al este de
Trujillo. En general se denomina a la parte inferior de este valle como Bajo
Aguán, si bien la región no está definida por límites formales. A partir de un
programa de reforma agraria implementado en 1972, la propiedad de numerosas
parcelas de tierra en el valle se transfirió a cooperativas y asociaciones
agrícolas de campesinos. En las dos décadas siguientes, el gobierno entregó
cerca de 120.000 hectáreas en el valle del Aguán a campesinos que habían
migrado desde el sur del país.
El
proyecto original de reforma agraria, cuyo propósito era asignar tierras a
agricultores de bajos recursos, establecía controles aplicados por el Instituto
Nacional Agrario (INA) que aseguraban que las tierras solamente pudieran ser
revendidas a otras asociaciones campesinas. La reglamentación se modificó en
1992, contemporáneamente al lanzamiento de un nuevo programa agrícola del
gobierno hondureño que permitió, e incluso fomentó, la venta de tierras que
pertenecían a cooperativas a terratenientes individuales y empresas privadas.
La Ley para la Modernización y Desarrollo del Sector Agrícola (LMDSA), facilitó
la venta de algunas parcelas en el Bajo Aguán a empresas agroindustriales y, al
menos durante la primera década, favoreció la concentración de tierras en una
cantidad menor de actores4.Tras las ventas, el valle se convirtió en una región
de cultivos a gran escala de palma africana para la producción de aceite, un
producto de exportación sumamente lucrativo que se emplea en la producción de
aceites comestibles y biocombustibles.
Poco
después de que entró en vigor la ley, diversas organizaciones campesinas comenzaron
a impugnar algunas de las ventas ante instancias judiciales y mediante procedimientos
administrativos en el INA. Otras entablaron negociaciones directas con el gobierno.
En 2001, se formó una organización denominada Movimiento Unificado Campesino
del Aguán (MUCA) con el objeto de impugnar las ventas de tierras ocurridas luego
de 1992 alegando que había existido fraude y corrupción. En 2008, el entonces Presidente
Manuel Zelaya dictó un decreto donde estableció una serie de pasos para abordar
el conflicto por las tierras; en junio de 2009, su gobierno suscribió un
acuerdo con MUCA para comenzar un diálogo en materia de distribución de
tierras. No obstante, poco después, el 28 de junio, un golpe militar depuso a
Zelaya y el gobierno de facto que tomó el poder no implementó el decreto ni el
acuerdo posterior. En diciembre de 2009, MUCA y otras organizaciones campesinas
recurrieron a la ocupación de tierras, en las cuales los campesinos se
instalaron en parcelas que, según consideraban, les correspondían por derecho
conforme al programa de reforma agraria de la década de los 70’s.
Las
ocupaciones de tierras por movimientos campesinos continuaron durante el
gobierno que tomó el poder luego del derrocamiento de Zelaya, y también en el
gobierno del Presidente Porfirio Lobo, quien asumió el poder en enero de 2010
tras ganar una elección organizada por el gobierno de facto5. El gobierno de
Lobo suscribió varios acuerdos con organizaciones campesinas con el objeto de
resolver conflictos por tierras y otorgar tierras a agricultores. Por ejemplo,
el 17 de abril de 2010 el gobierno de Lobo suscribió un acuerdo por el cual se
comprometía a entregar 11.000 hectáreas de tierras de labranza a MUCA6. Según
transcendió en los medios, solamente 4.000 de esas hectáreas habían sido
transferidas por el gobierno hasta mediados de 2013.
Otros
grupos optaron por estrategias distintas. El Movimiento Auténtico Reivindicador
Campesino del Aguán (MARCA), una organización integrada por más de una decena
de asociaciones agrícolas, se opuso a celebrar acuerdos con el gobierno y optó
en cambio por reclamar las propiedades controvertidas ante instancias
judiciales8. El 17 de julio de 2012, una decisión judicial otorgó la propiedad
de tres fincas —El Despertar, San Isidro y La Trinidad— a MARCA. El 22 de
septiembre de 2012, hombres armados dispararon y asesinaron a Antonio Trejo, el
abogado que había impulsado y ganado el caso en representación de las
organizaciones campesinas. Al momento de la redacción de este documento, la
sentencia estaba siendo apelada.
Otra
organización campesina, el Movimiento Campesino del Aguán (MCA), reclamó las
tierras donde se encontraba el Centro Regional de Entrenamiento Militar (CREM),
utilizado en un momento por las fuerzas estadounidenses y hondureñas para el
entrenamiento conjunto de soldados salvadoreños que combatían a las guerrillas
durante la sangrienta guerra civil de ese país. Estaba previsto que las tierras
se entregarían a campesinos una vez que se cerrara la base militar, pero el
traspaso nunca se terminó de concretar y el MCA empezó a organizar ocupaciones
de tierras a modo de presión para que se tomara en cuenta su reclamo. En los
últimos años, han aparecido diferentes organizaciones campesinas que cuestionan
el traspaso de tierras en el valle, como por ejemplo: Movimiento Campesino
Recuperación Nacional del Aguán (MCRNA), Movimiento Campesino Refundación
Gregorio Chávez (MCRGC, que lleva el nombre de un campesino asesinado en 2012)
y Movimiento Organizado Campesino Recuperación del Aguán (MOCRA).
A
medida que se intensificaban los conflictos por la tierra, terratenientes y compañías
recurrieron a empresas de seguridad privada para que custodiaran sus
propiedades y, en algunos casos, desalojaran a quienes se habían instalado en
ellas. Según datos del Grupo de Trabajo de Naciones Unidas sobre la utilización
de mercenarios, hay más de 700 empresas de seguridad privada registradas en
Honduras, y muchas más que no están inscriptas, mientras que la cantidad de
guardias de seguridad privada supera a la de policías en una proporción de 5 a
110
Si bien
Honduras cuenta con un marco regulatorio para el registro de estas empresas y
la supervisión de sus actividades (incluido mantener registros del personal y
las armas en su poder), diversos expertos jurídicos internacionales han
alertado reiteradamente sobre la ausencia de medidas de control efectivas sobre
estas empresas. En febrero de 2013, el Grupo de Trabajo de la ONU expresó su
preocupación con respecto al presunto “involucramiento en violaciones de
derechos humanos de las compañías de seguridad privadas contratadas por los
terratenientes, incluidos homicidios, desapariciones, desalojos forzados y
violencia sexual contra los representantes de las asociaciones campesinas en la
región del Bajo Aguán”.
Estos
conflictos por la tierra y la dinámica que las rodea (incluido el surgimiento
de nuevas organizaciones campesinas y la contratación progresiva de empresas de
seguridad privada) son el escenario de muchos de los delitos violentos
cometidos en el Bajo Aguán que se analizan en este informe. Si bien algunos
homicidios se produjeron en enfrentamientos directos entre organizaciones
campesinas y guardias de seguridad privada en las tierras objeto de conflicto,
la mayoría se desarrolló fuera de estos terrenos.
En
general estos casos se adecuan a un patrón en el cual personas o pequeños
grupos son atacados por agresores no identificados.
Contexto
nacional: ausencia de rendición de cuentas por abusos posteriores al golpe de
estado
La
tensión en el Bajo Aguán se vio agravada por la inestabilidad política, la
violencia y la impunidad que siguieron al golpe del 28 de junio de 2009 durante
el cual se destituyó al Presidente José Manuel Zelaya, que había sido elegido
en comicios democráticos. Luego del golpe, el gobierno de facto suspendió
varias libertades civiles fundamentales, como la libertad de prensa y de
reunión. En los días posteriores, las fuerzas armadas ocuparon diversos medios
opositores y cancelaron momentáneamente su transmisión. Tanto policías como
militares respondieron a manifestaciones mayormente pacíficas con un uso innecesario
o excesivo de la fuerza. El uso de la fuerza letal derivó en varias muertes, numerosos
heridos y miles de detenciones arbitrarias.
En
diciembre de 2010, Human Rights Watch publicó el informe Después del Golpe de Estado:
Continúan la violencia, la intimidación y la impunidad en Honduras, donde se documenta
que el gobierno no adoptó medidas para garantizar justicia por los abusos cometidos
durante el gobierno de facto en 2009.
En
julio de 2011, una comisión de la verdad creada por el Presidente Porfirio Lobo
para investigar sucesos ocurridos antes y después del golpe de estado emitió un
informe donde se documentan 20 casos de uso excesivo de la fuerza y homicidios
cometidos por miembros de fuerzas de seguridad del Estado que no están
vinculados con conflictos por la tierra en el Bajo Aguán. La comisión también
determinó la responsabilidad de policías y miembros del Ejército en la
“obstrucción sistemática” de investigaciones. Honduras ha conseguido avances
muy limitados en el juzgamiento de estos abusos. De las 86 recomendaciones
formuladas por la comisión al gobierno, solamente 26 habían sido implementadas
en febrero de 2013.
En su
Informe Anual de 2012, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos indicó haber
recibido información de que “a partir del golpe de Estado del 28 de junio de
2009, habría aumentado el número de muertes, amenazas e intimidaciones contra
los campesinos en [el Bajo Aguán] y que continúa la estigmatización y
criminalización de la lucha agraria”. También señaló que “[d]e acuerdo a los
datos proporcionados por la Fiscalía Especial de Derechos Humanos, no se habría
[realizado] una investigación eficiente sobre estos crímenes”.
El
préstamo otorgado por la Corporación Financiera Internacional y su investigación
en Honduras
Los
conflictos por la tierra y la violencia en Honduras han recibido atención
internacional, en parte debido al vínculo del Grupo del Banco Mundial con una
de las compañías propietarias de fincas cuyos guardias de seguridad
presuntamente habrían participado en algunos de los hechos de violencia.
En
2008, la Corporación Financiera Internacional (International Finance
Corporation, IFC), el organismo de préstamo al sector privado del Grupo del
Banco Mundial, otorgó un crédito de US$ 30 millones a Corporación Dinant (en
adelante, Dinant), una empresa hondureña dedicada a la producción de aceite de
palma y alimentos. Luego del préstamo de IFC, diversas organizaciones
campesinas y otras organizaciones de la sociedad civil locales e
internacionales denunciaron que personal de seguridad empleado por Dinant podría
haber estado involucrado en actos de violencia, incluidos hechos en la región
del Bajo Aguán. Debido a esto, IFC escribió y visitó a Dinant (en diciembre de
2010 y enero de 2011 respectivamente). Asimismo, el entonces Vicepresidente
Ejecutivo Lars Thunell escribió al Presidente Lobo y luego se reunió con él (en
enero y agosto de 2011) para proponer una “solución negociada” a los conflictos
por la tierra en el Bajo Aguán. Si bien la IFC desembolsó US$ 15 millones del
préstamo otorgado a Dinant en noviembre de 2009, a la fecha de redacción de
este documento aún no había entregado el resto de los fondos.
La IFC
también solicitó a Dinant que contratara a un especialista independiente en seguridad
para que auditara sus operaciones de seguridad, evaluara el cumplimiento con los
estándares de seguridad y derechos humanos de IFC, formulara políticas de
seguridad y de otra índole acordes con los Principios Voluntarios de Seguridad
y Derechos Humanos y desarrollara nuevos mecanismos para mitigar riesgos y
atender reclamos de la comunidad. La auditoría se completó en marzo de 2011, y
personal de IFC realizó visitas de supervisión en marzo de 2011 y abril de
2012, durante las cuales se reunieron con organizaciones locales y otros
actores.
El 17
de abril de 2012, la Oficina del Asesor en Observancia/Ombudsman (CAO) de la
IFC inició una investigación para determinar si IFC había aplicado de manera
suficiente sus propias políticas sobre seguridad y derechos humanos al evaluar
el proyecto, lo cual incluía establecer si IFC había respondido adecuadamente
al “cada vez más álgido conflicto social y político”. El 21 de agosto de 2013,
la CAO inició otra investigación relacionada con este caso, que analizó los
préstamos otorgados por la IFC al tercer banco más importante de Honduras,
Ficohsa, y en la cual abordó la “considerable exposición a Dinant y otros
sectores y proyectos que podrían implicar un alto riesgo”.
El 10
de enero de 2014, el Grupo del Banco Mundial difundió el informe de 72 páginas
de la CAO, de fecha 20 de diciembre de 2013, en el cual concluyó que el
personal de la IFC no había evaluado ni respondido adecuadamente a los riesgos
de violencia y desalojo forzado relacionados con la inversión, que tampoco
había sido debidamente supervisada, en contravención a las propias normas de
desempeño de la IFC. Al mismo tiempo, difundió la respuesta de la IFC a las
conclusiones y un plan de acción por el cual se comprometía a adoptar medidas
para dar respuesta a algunos de estos hallazgos.
El
informe determinó que el personal de la IFC había subestimado los riesgos
relativos a seguridad y conflictos por tierras, y que no actuaron con la debida
diligencia a pesar de que se había planteado públicamente preocupación por los
riesgos que implicaba el proyecto.
También
concluyó que el personal de proyectos de la IFC no informó a otros
especialistas de IFC en este tipo de riesgos ambientales y sociales sobre los
problemas que sabían que estaban sucediendo. Asimismo, la CAO determinó que la
IFC, contrariamente a lo que exige su política, no había supervisado
adecuadamente la obligación de Dinant de investigar denuncias creíbles sobre
actos abusivos cometidos por personal de seguridad de la empresa o de no
permitir el uso de la fuerza cuando este exceda los “fines preventivos y defensivos
proporcionales a la naturaleza y alcance de la amenaza”.
La CAO
también advirtió falencias en la inspección del proyecto en momentos claves, y que
el personal de la IFC no había cumplido su propia obligación de “interpon[er]
los recursos legales que corresponda” en situaciones en que un cliente no
reanude el cumplimiento de las políticas ambientales y sociales, o no pueda
hacerlo. La CAO concluyó que el incumplimiento por el personal de la IFC de sus
propias normas se debió en gran medida al modo en que interpretaron tales
disposiciones y el amplio margen de discrecionalidad con que las aplicaron. La
CAO determinó que las falencias de la IFC respondían en parte a la cultura de
esta organización y a los incentivos para medir los resultados en términos
financieros, lo cual fomenta que el personal “no tome en cuenta, no explicite o
incluso oculte posibles riesgos ambientales, sociales o de conflictos”, independientemente
de lo que establecen las políticas de la IFC.
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