Honduras: Incompetencia en la investigación de delitos graves en el Bajo Aguán
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copiado tal cual del informe “Aquí no hay investigaciones. Impunidad de
homicidios y otros abusos en el Bajo Aguán, Honduras" de Human Rights
Watch
Falencias
en la investigación de delitos violentos
Diversos
fiscales, agentes de seguridad pública, delegados de derechos humanos y otros funcionarios
con quienes dialogó Human Rights Watch reconocieron que las investigaciones de
homicidios y otros delitos graves en el Bajo Aguán son deficientes o inexistentes.
La violencia y la ausencia de justicia en el Bajo Aguán son un reflejo de los problemas
sistémicos que existen en Honduras, un país que, según informa reiteradamente
la Comisión Interamericana, ostenta un “alto índice de homicidios e impunidad”
reconocido por el propio gobierno hondureño. En abril de 2013, el entonces Fiscal
General Luis Alberto Rubí informó al Congreso Nacional que el 80 por ciento de
los homicidios en Honduras quedan impunes debido a que “los órganos de
investigación no tienen capacidad como para darle respuesta” a estos crímenes.
Sin
embargo, diversos funcionarios entrevistados por Human Rights Watch indicaron
que estos problemas son particularmente severos en la región del Bajo Aguán.
Muchos señalaron como causa la falta de recursos (humanos, técnicos y
materiales) para tramitar el gran volumen de casos y la capacitación inadecuada
de fiscales y policías. Otros aludieron a la negativa de testigos y familiares
de víctimas a cooperar con las investigaciones. Y algunos fiscales comentaron
que la falta de voluntad política y debida diligencia de investigadores
policiales constituyen obstáculos a investigaciones efectivas. Al ser
consultado por Human Rights Watch sobre el estado de las investigaciones sobre homicidios
y la falta general de medidas de justicia en estos delitos en el Bajo Aguán, Germán
Alfaro Escalante, jefe de la unidad militar Fuerza Xatruch III asignada a la
región para asistir a la policía en la lucha contra el delito y la solución del
conflicto por las tierras, expresó que “Aquí no hay investigaciones”.
“No hay
investigación penal ni uso de tecnología”, indicó Juan Fraño, delegado en Tocoa
del Comisionado Nacional de Derechos Humanos de Honduras (CONADEH), una
institución gubernamental que recibe denuncias de derechos humanos y brinda
asistencia a víctimas. Señaló que todas las medidas de rendición de cuentas por
delitos y abusos graves habían fracasado. “La escena del crimen se contamina.
No hay pruebas de ADN. No hay banco de huellas digitales. No hay logística”. Denis Erazo Paz, jefe de policía de la ciudad
de Tocoa, indicó a Human Rights Watch, “Hay demasiado trabajo. Y los campesinos
ven a la policía como su enemigo”.
Varios
fiscales dijeron que policías asignados a colaborar en sus investigaciones no cumplían
las tareas que les encomendaban. Parte de este problema es estructural: si bien
los investigadores policiales tienen la obligación de realizar pesquisas, no
rinden cuentas a los fiscales, según dijeron estos a Human Rights Watch. Debido
a ello, a veces los policías se niegan a cumplir tareas de investigación
esenciales que les asignan los fiscales. Por ejemplo, en una reunión con Human
Rights Watch, un funcionario del Ministerio Público en Tegucigalpa leyó en voz
alta varios párrafos de una carta enviada por el coordinador de fiscales en
Tocoa al jefe de policía local. En ella, el coordinador hacía referencia a un
incidente en el cual un policía no se presentó para llevar a cabo un paso clave
de una investigación, a pesar de que se había comprometido a ello con el
fiscal. La carta contaba además que el policía tampoco había adoptado otras
medidas de investigación solicitadas por el fiscal.
Con
independencia del motivo, es claro que las investigaciones sobre delitos graves
en el Bajo Aguán son inadecuadas. En siete casos en los cuales Human Rights
Watch pudo examinar los expedientes de las investigaciones, y en muchos otros
en que entrevistamos a familiares de víctimas, comprobamos que la policía no
había cumplido los pasos de investigación mínimos que se necesitan para juzgar
eficazmente a los responsables de estos delitos. Entre otras falencias, se
incluyen ejemplos en que no se asegura la escena del crimen ni se realizan
pruebas de balística; hay demoras injustificadas de horas o días en la
inspección del lugar del delito; no se obtienen armas u otras pruebas clave de posibles
implicados; no se realizan autopsias en forma oportuna; no se entrevista a sobrevivientes,
testigos claves o familiares de víctimas; y no se realizan búsquedas oportunas
y exhaustivas de personas extraviadas.
Homicidio
de cinco campesinos en la plantación El Tumbador, 15 de noviembre de 2010
El 15
de noviembre de 2010, aproximadamente a las 6:30 a.m., un grupo de cerca de 160
campesinos del Movimiento Campesino del Aguán (MCA), una organización que
reclama tierras, se dirigió a la plantación El Tumbador con el propósito de
ocuparla. Desde la década de 1990, la organización había reclamado ante la
justicia su derecho a las tierras, que anteriormente formaban parte de una zona
de entrenamiento militar.
Miembros
de la organización que participaron en el intento de ocupación dijeron a Human Rights
Watch que no llevaban armas de fuego. “Algunos teníamos machetes y comida, sólo
eso. Fue un baño de balas. Corrí y me dispararon en la boca”, dijo un testigo
que mostró en el lado izquierdo del rostro la cicatriz de una herida de bala
supuestamente causada por guardias ese día.
El
informe preliminar policial indicaba que durante “un enfrentamiento con armas
de fuego” habían perdido la vida los campesinos Teodoro Acosta, de 39 años;
Raúl Castillo, de 48; Ciriaco de Jesús Muñoz Aguilar, de 50; Ignacio Reyes, de
50; y José Luis Salcedo Pastrana, de 25. Según una carta enviada a Human Rights
Watch por Corporación Dinant —una empresa con sede en Tegucigalpa que se dedica
al cultivo y procesamiento de aceite de palma— en noviembre de 2010,
Exportadora del Atlántico, una empresa afiliada de Dinant que en ese momento
empleaba a guardias de seguridad en el predio a través de un “tercero
contratista”, tenía la “propiedad y administración” de El Tumbador. La carta de
Dinant indica que el día del incidente llegó a la plantación un grupo de aproximadamente
160 personas: “…fuertemente provistas con armas ilegales de ataque… Se
acercaron a nuestros guardias de seguridad y anunciaron que el Ministro del
Instituto Nacional Agrario (INA) les había dicho que la plantación les
pertenecía y que todos los trabajadores de Exportadora que estaban en el predio
tenían cinco minutos para retirarse del lugar. Tras solamente 3 minutos los intrusos
abrieron fuego contra nuestro personal y guardias de seguridad, quienes
respondieron al ataque”.
Si bien
Dinant reconoció que “hubo muertes como resultado del enfrentamiento armado”, señaló
que creía que las víctimas habían sido abatidas por disparos emitidos por campesinos,
a quienes en la carta se identificó como “intrusos”, debido que las heridas de bala
de las víctimas correspondían a armas de alto calibre que los guardias de
seguridad privada no están autorizados a portar, pero que sí llevaban algunos
campesinos ese día. Dinant afirmó que había realizado una investigación
interna, la cual había concluido que los guardias privados “no tuvieron
posibilidad de evitar el enfrentamiento” y que dispararon “para resguardar sus
vidas y las de empleados que no estaban armados”.
La
policía llegó a El Tumbador en las primeras horas de la tarde e inspeccionó los
cuerpos, según se indica en un informe policial. El día posterior al
enfrentamiento armado, los cuerpos de todas las víctimas excepto Muñoz fueron
llevados en dos automóviles a La Ceiba, donde se ubica la unidad forense. El
informe policial indica que para cuando la policía llegó a El Tumbador, la
familia de Muñoz ya había transportado el cuerpo a la provincia de Olancho, de
donde era oriundo, y le había dado sepultura. Las autopsias indicaban que las víctimas
Salcedo y Pastrana habían sido agredidas por detrás, mientras que Reyes y
Acosta recibieron disparos a corta distancia; el cuerpo de Acosta presentaba
siete heridas de bala, todas ingresadas por la espalda. El cuerpo de Castillo
presentaba heridas de bala de al menos dos armas distintas, todas las cuales
habían penetrado por detrás.
Un
fiscal familiarizado con la causa dijo a Human Rights Watch que las heridas de
bala en al menos dos de las víctimas indicaban que los disparos se habían
producido con armas automáticas o semiautomáticas de alto calibre.
Un
fiscal indicó a Human Rights Watch que la empresa de seguridad y Dinant
solamente habían entregado a las autoridades una lista parcial de los guardias
y las armas después de varios pedidos e importantes demoras. “Nos costó mucho
trabajo que nos entregaran las listas [de armas y personal]”, indicó el fiscal.
“[A]demás no llevan un libro de control [las empresas de seguridad], sólo la
asignación de guardias”. En la carta enviada a Human Rights Watch, Dinant
indicó que todo su personal cooperó plenamente con la investigación oficial del
incidente. La carta niega que la policía o el Ministerio Público hayan
solicitado una lista de armas.
Recién
el 3 de diciembre de 2010 —más de dos semanas después del incidente inicial— la
policía finalmente confiscó armas de fuego de los guardias que supuestamente
habían participado en el incidente. La policía se llevó cuatro escopetas que,
según los abogados defensores, eran las únicas armas que llevaban los guardias.
El 21
de diciembre de 2012, un juez de la localidad de Trujillo imputó a cinco
guardias de seguridad por el delito de homicidio, dispuso que debían comparecer
ante el tribunal todos los viernes y les prohibió salir del país. Durante esa
misma audiencia, los cinco acusados se negaron a declarar ante el tribunal e
hicieron uso de su derecho a guardar silencio.
El 18
de enero de 2013, la justicia determinó que los fiscales habían presentado
pruebas insuficientes para dictar auto de formal procesamiento contra los
imputados, se dispuso el “sobreseimiento provisional” de la causa y se concedió
a los fiscales un plazo de cinco años para presentar nuevas evidencias. En la
resolución, el juez indicó que los testigos no habían identificado a ninguno de
los cinco acusados, una tarea que habría sido imposible en caso de ser cierta
la versión, aportada por un testigo, de que los guardias de seguridad estaban
encapuchados. A su vez, según el argumento de un abogado defensor, con el cual
coincidió posteriormente el juez, las víctimas habían sido asesinadas con “armas
calibre desconocido ya que carecemos de prueba evidencial”, y señaló que esto indicaba
que no se habían practicado pruebas de balística para analizar los proyectiles que
mataron a los hombres. Esto sugiere que los fiscales omitieron un paso lógico
de la investigación que podría haber permitido obtener pruebas importantes.
La
investigación policial del caso incluyó otros errores y omisiones y supuso la
pérdida de evidencias fundamentales, conforme indicaron diversos fiscales a
Human Rights Watch y se observa en los expedientes judiciales. En primer lugar,
poco después de que la policía llegó al lugar de los hechos, los guardias de
seguridad que estaban de turno entregaron a la policía un fusil AK-47. Los
guardias indicaron que los campesinos habían abandonado el arma dentro de la
plantación, según consta en el informe preliminar policial. No obstante, los
guardias no firmaron un recibo policial que se conoce como “acta de entrega”.
Debido a esto, en la práctica la policía permitió que el arma fuera proporcionada
en forma anónima. Los expedientes judiciales examinados por Human Rights Watch
no muestran indicios de que alguna persona fuera interrogada con respecto a la
procedencia del fusil y el modo en que fue encontrado.
Diversos
fiscales en Tegucigalpa reconocieron a Human Rights Watch que no se habían practicado
pruebas de balística y que los investigadores no habían confeccionado un inventario
completo de las armas asignadas a los guardias. “Sin duda, es posible, e incluso
probable, que existan armas clandestinas en las fincas”, expresó Juan Carlos Griffin,
un fiscal de derechos humanos de Tegucigalpa. Según otro fiscal, a pesar de que
se señaló la posibilidad de que soldados hayan trabajado con los guardias de seguridad
en el incidente o que se hayan desempeñado como guardias en sus horas libres, los
investigadores policiales no tomaron recaudos para cotejar el calibre de las
balas con las utilizadas por las unidades militares emplazadas en la zona.
Homicidio
de Gregorio Chávez, plantación Paso Aguán, 2 de julio de 2012
Gregorio
Chávez, agricultor y predicador laico de la Iglesia Católica, no afiliado con asociaciones
o grupos campesinos, desapareció el 2 de julio de 2012 cerca de su vivienda en
la comunidad Panamá en el Bajo Aguán mientras trabajaba en una huerta. Su
familia se preocupó cuando no acudió a cenar a las 6 p.m., según contó el
hermano de Gregorio, José Chávez, de 60 años. Los familiares y amigos primero
organizaron una búsqueda en la finca de Gregorio pero no pudieron dar con él.
Cerca de las 8 p.m., encontraron su machete, que llevaba con él cuando se fue,
cerca de la plantación vecina Paso Aguán. “Yo me puse como loca cuando lo
encontraron [cerca de la finca]”, dijo su hija Glenda, de 30 años. “Un campesino
nunca deja su machete”.
Paso
Aguán se encuentra junto a la vivienda de Gregorio y en ese entonces estaba
bajo el control de Exportadora del Atlántico, una empresa afiliada de
Corporación Dinant, según se indica en una carta enviada por Dinant a Human
Rights Watch. Los familiares de Gregorio dijeron a Human Rights Watch que no
ingresaron esa noche a la plantación para buscarlo porque les atemorizaban los
guardias de seguridad privada que trabajaban allí. El 3 de julio, familiares y
amigos de Gregorio que pertenecían al Movimiento Unificado Campesino del Aguán
(MUCA), una organización que reclama tierras en el Bajo Aguán, acudieron a la
localidad cercana de Tocoa para pedir a la policía que realizara una búsqueda
en la propiedad Paso Aguán, según contó el hermano de Gregorio. En Tocoa, los funcionarios
les indicaron que debían trasladarse hasta Trujillo, a una distancia por carretera
de aproximadamente 30 millas, para solicitar una búsqueda, dado que la zona de
Paso Aguán correspondía a la jurisdicción de la policía y la fiscalía de
Trujillo. Los funcionarios no ofrecieron realizar una búsqueda inmediata, y
como resultado perdieron una posibilidad clave de obtener evidencias decisivas.
José
Chávez contó que los familiares acudieron a la policía en Trujillo al día
siguiente, el 4 de julio, pero que la policía recién se trasladó hasta Paso
Aguán para realizar una búsqueda luego de transcurridos otros dos días, el 6 de
julio.
Familiares
y vecinos participaron en la búsqueda junto con policías, y encontraron el cuerpo
de Gregorio oculto en una parte de la plantación que se conoce como Lote 8. Campesinos
que residen en la zona dijeron a Human Rights Watch que habían sospechado que
el cuerpo podría encontrarse en el Lote 8 debido a que circulaban rumores de
que allí se enterraban restos de animales robados y sacrificados por guardias
para su consumo.
“Vimos
un montón de hojas. Miramos debajo y les gritamos, ‘Vengan, vengan’. Las quitamos
y lo encontramos. Los veinte guardias que estaban en la finca ese mismo día se fueron,
no detuvieron a nadie”, dijo Glenda Chávez.
Según
Corporación Dinant, “en los primeros días de julio de 2012” un grupo de
personas, policías y “representantes del Ministerio Público” se presentaron en
la plantación para buscar en el predio a una persona extraviada. Dinant indicó
que tras realizar una búsqueda en la propiedad, las autoridades “pidieron a los
[guardias de seguridad] privada que se fueran del lugar”, y así lo hicieron.
“Una vez que se fueron los guardias, la propiedad fue invadida por un grupo de
personas con la excusa de que buscaban el cuerpo del Sr. Chávez”, aseveró
Dinant. Según Dinant, durante varios días estas personas robaron bienes e
incendiaron un depósito, y luego se fueron voluntariamente de la propiedad
después de que Dinant realizara una denuncia pública. Dinant informó que posteriormente
el cuerpo fue hallado en la plantación, y añadió que creía que había sido trasladado
hasta allí desde otro sito en un momento en que la plantación no estuvo bajo el
control de Dinant.
Los
familiares indicaron que se efectuó una autopsia en La Ceiba pero que
desconocen los resultados. José Chávez dijo que solicitó una copia de la
autopsia en La Ceiba, pero las autoridades allí se negaron a proporcionarla. La
investigación continúa abierta, si bien las autoridades no aceptaron brindar
información acerca de quiénes han sido interrogados o si se han identificado
presuntos implicados. Al momento de la redacción del presente documento, no se
habían dictado órdenes de detención.
Presunta
privación ilegal de la libertad de José Antonio López Lara en las proximidades
de la plantación Paso Aguán, 29 de abril de 2012
El
agricultor José Antonio López Lara, de 45 años, desapareció el 29 de abril de
2012, según contó su hija Saudi Sarahi López, de 27 años, a Human Rights Watch.
Dijo que su padre había salido de su casa cerca de la plantación Paso Aguán al
amanecer para ir de pesca. Como a las 6 p.m. no había regresado, varios amigos
y vecinos comenzaron una búsqueda en la zona pero no ingresaron a la plantación
por temor a enfrentar a los guardias. Al día siguiente, sus familiares se
acercaron a la Policía de Tocoa para denunciar su desaparición, pero los
policías que los atendieron les dijeron que debían hacerlo en la dependencia
policial de Trujillo, que tiene jurisdicción en la zona. En Trujillo, los
policías les dijeron que no se acercaran a la plantación Paso Aguán porque era
peligroso. Al tercer día de su desaparición, cuando José Antonio aún no había
sido localizado, la policía de Trujillo aceptó dirigir una búsqueda en la
plantación Paso Aguán, pero no encontraron nada. La policía no permitió que los
familiares y amigos de la víctima —que acompañaron a los oficiales durante la
inspección— realizaran la búsqueda en todo el predio, indicó Sarahi López.
Según Sarahi, no resulta claro por qué no se permitió ingresar a ciertos
sectores, dada la urgencia que implica intentar localizar a una persona extraviada,
o si acaso la policía extendió la búsqueda a esos sectores sin la presencia de los
familiares de la víctima.
Al
cuarto día de su desaparición, los familiares de la víctima recibieron llamadas
telefónicas anónimas en las cuales les comunicaron que José Antonio había sido asesinado
por negarse a proporcionar información sobre las actividades de organizaciones
campesinas, y que su cuerpo se encontraba en la plantación Paso Aguán.
Los
familiares contaron que a pesar de que informaron a la policía sobre estas
llamadas, los funcionarios de seguridad pública se negaron a realizar nuevas
búsquedas en la plantación Paso Aguán, así como a inspeccionar las zonas que
habían estado excluidas en la búsqueda anterior.
En la
época en que desapareció José Antonio, la plantación operaba bajo el control de
Exportadora del Atlántico, una empresa afiliada de Corporación Dinant, según se
indica en una carta enviada por Dinant a Human Rights Watch. Sin embargo, Dinant
señaló que en 2012 no tuvo conocimiento del caso, y que recién se enteró de la
situación de la víctima a través de los medios de comunicación en 2013. Dinant
dijo que la plantación había estado en manos de “intrusos” desde principios de
julio de 2012 hasta el 21 de mayo de 2013. Dinant indicó que no había sido
contactada por policías ni fiscales en relación con el caso. Aproximadamente
cuatro o cinco meses después de su desaparición, los familiares acudieron a la
policía de Trujillo para solicitar información sobre el estado del caso, contó Sarahi
a Human Rights Watch. Según dijo, la respuesta que obtuvieron fue: “Miren, tenemos
tantos casos, ¿qué importancia tiene el de ustedes?”.
El 23
de abril de 2013, casi un año después de su desaparición, miembros del
Movimiento Unificado Campesino del Aguán (MUCA) dijeron que tomaron la
iniciativa de buscarlo tras recibir un dato a través de una llamada telefónica
anónima y encontraron un cuerpo no identificado en el predio de Paso Aguán, que
entonces estaba bajo control del MUCA. Según indicaron, el cuerpo se halló en
una zona de la plantación Paso Aguán denominada Lote 367. Durante una
entrevista con Human Rights Watch en Tegucigalpa, el líder de MUCA Johnny Rivas
indicó que creía que el cuerpo era el de José Antonio. Sin embargo, los
miembros de la comunidad se negaron a entregar el cuerpo a la policía para que
efectuara una autopsia o una prueba de ADN debido a que desconfiaban de su
imparcialidad. Según dijo Rivas, exigían que se permitiera a un perito forense
extranjero examinar el cuerpo.
El 25
de abril de 2013, un equipo de peritos forenses de la Fundación de Antropología
Forense de Guatemala, en convenio con la Fiscalía Especial de Derechos Humanos
de Honduras, procedió a exhumar el cuerpo.
El
cuerpo fue transferido a Tegucigalpa para realizar pruebas de ADN y cotejarlas
con el ADN de familiares de personas extraviadas en la zona. En una grabación
de video tomada en el lugar donde se exhumó el cuerpo, la esposa de López Lara
declaró que los restos óseos eran los de su marido. Dijo que pudo reconocerlo
por la vestimenta, el sombrero, el machete y una bolsa a rayas donde, según
indicó, había guardado tanzas de pesca el día de su desaparición. Hasta el 5 de
julio de 2013, las autoridades no habían emitido sus conclusiones.
Presunta
privación ilegal de la libertad de Francisco Pascual López en la plantación
Panamá, 15 de mayo de 2011
El 15
de mayo de 2011 desapareció Francisco Pascual López, de 37 años, miembro del Movimiento
Campesino de Rigores (MCR), una organización de agricultores que reclama tierras
en el valle del Bajo Aguán, según indicó su líder, Rodolfo Cruz, de 38 años.
Según
Cruz, Pascual López desapareció mientras se encontraba pastoreando ganado en compañía
de un niño de 10 años cerca de la plantación Paso Aguán. En ese entonces, la plantación
era controlada por Exportadora del Atlántico, una empresa afiliada de Corporación
Dinant, según consta en una carta enviada por Dinant a Human Rights Watch. Cruz
contó a Human Rights Watch que cerca de las 3 p.m., el niño corrió en busca de
ayuda y avisó a miembros de la comunidad que López había sido abatido por
disparos a 10 metros del perímetro de la propiedad. Miembros del MCR
organizaron un equipo de búsqueda, pero al llegar al lugar donde el niño indicó
que se había producido la agresión armada, solamente encontraron un rastro de
sangre que se extendía en dirección a la plantación.
Cruz
dijo que no encontraron el cuerpo, y hasta el momento de la redacción de este documento
aún no había sido descubierto. Los documentos de la investigación en curso tienen
carácter confidencial y Human Rights Watch no ha podido determinar si se ha interrogado
a personas que trabajan en la plantación o si la policía ha adoptado otras medidas
de investigación en este caso.
Al ser
consultada por Human Rights Watch acerca de si estaba al tanto de señalamientos
sobre la existencia de un rastro de sangre que se extendía desde el sitio donde
la víctima había sido vista por última vez hasta la plantación, Corporación
Dinant respondió: “No estábamos al tanto de estos señalamientos, ni tampoco se
nos pidió que los investigáramos”.
Homicidio
de cuatro guardias de seguridad, un trabajador agrícola, y un campesino,
plantación Paso Aguán, 14 de agosto de 2011
Los
miembros de organizaciones campesinas no han sido las únicas víctimas de la violencia
en el Bajo Aguán. El vocero de Corporación Dinant, Roger Pineda, proporcionó a Human
Rights Watch una lista de seis empleados que habían perdido la vida y 16 que
habían resultado heridos durante presuntas “invasiones” a las plantaciones en
el Bajo Aguán desde 2010, incluidos los casos de cuatro guardias de seguridad y
un trabajador agrícola que fueron asesinados allí y que se describen a
continuación.
Los
cuatro guardias de seguridad privada, el trabajador agrícola, y el campesino
fueron asesinados el 14 de agosto de 2011 durante una agresión armada entre
guardias y un grupo de campesinos que, según indicó el vocero de Dinant,
estaban intentando ocupar la plantación Paso Aguán. En este hecho también
resultaron heridos otros 11 guardias de seguridad privada. La lista
proporcionada a Human Rights Watch identifica a los cuatro guardias que
murieron como Marco Antonio Guillén, José Darling Guzmán, José de Jesús García
Flores y José Alfredo Aguilar. El trabajador agrícola fue identificado como
Ramón Lobo. El campesino fue identificado como Wilmer Javier Melgar Ramos,
según un comunicado emitido por varias ONGs internacionales. Los cuatro
guardias y el trabajador agrícola eran empleados de Dinant.
Según
una carta enviada por Dinant a Human Rights Watch, al menos uno de los guardias
de seguridad privada asesinados “mostraba signos de haber sido ejecutado boca
abajo en el piso y sin estar armado”. Dinant también indicó que el trabajador
agrícola fue “capturado, torturado y ejecutado” y que “le habían cortado las
orejas”.
Ramón
Lobo, de 44 años, había ido a trabajar a la plantación Paso Aguán esa mañana, según
contó su padre José a Human Rights Watch. José indicó que cuando más tarde ese día
se enteró de que se había producido una agresión armada en la plantación,
comenzó a preocuparse por Ramón. Intentó llamar a su hijo pero no obtuvo
respuesta. Luego buscó a su hijo cerca de Paso Aguán, pero no pudo encontrarlo.
Al día siguiente, su padre organizó una búsqueda con amigos de Ramón.
Encontraron su cuerpo en la plantación Paso Aguán, cubierto con hojas de palma.
Según
su padre, el cuerpo de Ramón presentaba dos heridas de bala en el rostro y una
en las costillas. El padre llevó el cuerpo a una casa de sepelios. Dos días
después, se presentaron policías y pidieron que se les permitiera llevar el
cuerpo para el examen forense. La familia se negó a entregar el cuerpo, en
parte indignados ante la demora con que la policía se había presentado a
recogerlo, y también porque no confiaban en que esta conduciría la
investigación seriamente, conforme dijo su padre a Human Rights Watch. El padre
de Ramón contó que se enteró luego de que su hijo había sido alcanzado por las balas
durante el enfrentamiento armado entre guardias y campesinos.
Corporación
Dinant afirmó haber realizado una investigación interna del incidente, que permitió
concluir que: “1. Algunos de los líderes del suceso violento formaban parte del
movimiento campesino MUCA. 2. Se trató de un hecho planificado que se ejecutó
durante el cambio de turno de los guardias. 3. Si bien el momento del ataque
significaba que habría más guardias presentes (dos turnos, uno que salía y otro
que ingresaba), la cantidad limitada de armas a disposición de los guardias
sería la misma. Esto implicaba que los agresores podrían provocar más víctimas.
4. El movimiento que pretendía tomar posesión de la plantación no sólo incluía
a personas de la Comunidad Panamá, sino también personas ajenas a esta
comunidad y que pertenecían al movimiento campesino Muca y a una conocida pandilla
delictiva de la zona”.
Si bien
Dinant indicó que sus representantes se habían comunicado con la policía para denunciar
el incidente y que su abogado había presentado una denuncia legal formal ante el
Ministerio Público, informó a Human Rights Watch que no hubo entrevistas
posteriores por parte de policías o fiscales desde el día de los sucesos.
En un
informe emitido por el Ministerio Público en Tegucigalpa el 3 de mayo de 2012,
el caso se indicaba como en “proceso de investigación”, en la etapa
preparatoria. Al momento de la redacción de este informe, ninguna persona
había sido acusada en la causa.
Homicidio
de Henry Roney Díaz, El Despertar, mayo de 2011
Henry
Roney Díaz, de 26 años, fue asesinado en mayo de 2011. Según indicó su esposa, que
habló con testigos que presenciaron su muerte, fue asesinado durante un intento
de ocupación de tierras organizado por campesinos de la plantación El Despertar
el 7 de mayo de 2011. Díaz pertenecía al Movimiento Auténtico Reivindicador
Campesino del Aguán (MARCA), que ha reclamado la titularidad de esos terrenos
desde 1994. Varios líderes de MARCA afirmaron que la muerte de Díaz fue parte
de una oleada de ataques contra sus miembros, que llevaron a la organización a
solicitar protección policial para sus integrantes.
Durante
una entrevista con Human Rights Watch, la esposa de Díaz, Sonia Molina, contó que
los amigos de éste le avisaron que le habían disparado mientras inspeccionaba
la plantación ocupada por la organización campesina, y que había muerto a causa
de las heridas de bala recibidas en el hombro izquierdo, el torso y la
cadera. Luego del homicidio fue visitada en su vivienda por policías que,
según dijo, no le hicieron preguntas ni le proporcionaron información sobre la
investigación. Indicó que un mes después del homicidio la policía exhumó el
cuerpo y realizó una autopsia. La esposa no conoce los resultados de la
autopsia, y afirmó que desde ese entonces no ha recibido información sobre este
procedimiento ni sobre la investigación de las autoridades.
En
respuesta a la pregunta de Human Rights Watch —“Desde el momento del incidente,
¿han policías o fiscales entrevistado a empleados o guardias de seguridad de la
empresa? En caso afirmativo, ¿Corporación Dinant cooperó plenamente con su investigación?”—
Dinant señaló: “No tenemos conocimiento de que haya habido entrevistas
posteriores por parte de ninguna autoridad luego del día de los sucesos”.
Homicidio
de dos personas, El Despertar, 1 de noviembre de 2011
El 1 de
noviembre de 2011, aproximadamente 20 miembros del Movimiento Auténtico Reivindicador
Campesino del Aguán (MARCA) de la cooperativa agrícola El Despertar se trasladaron
hasta un cementerio para limpiar algunas tumbas. Esta limpieza es tradicional durante
la celebración del Día de los Muertos en Honduras. Cuando el grupo llegó al cementerio
cerca del mediodía, vieron que las tumbas ya habían sido limpiadas y entonces
decidieron regresar a El Despertar. Se fueron en dos camionetas pickup, con cerca
de 10 campesinos en cada una de ellas. Aproximadamente a las 2 p.m., un
vehículo sedán que transportaba a seis hombres se adelantó a una de las
camionetas y sus ocupantes comenzaron a disparar, según contaron testigos del
hecho.
Dos de
los pasajeros en una de las camionetas fueron alcanzados por las balas: José
Luis Lomo, de 32 años, que recibió cinco impactos de bala y falleció cinco días
después en el Hospital Catalino Rivas en San Pedro Sula; y Catalino López, de
50 años, que murió en el acto. En un primer momento, la policía acudió al lugar
de los hechos y tomó fotografías de la camioneta pickup que había sido atacada.
Una
mujer que sobrevivió a la agresión dijo a Human Rights Watch que se recuperó de
tres heridas de bala en un hospital en La Ceiba y luego regresó a su vivienda
en El Despertar. Cuatro hijos de Catalino López sobrevivieron al ataque
ilesos, pero según señaló uno de los testigos la policía no lo ha entrevistado.
Un segundo testigo dijo que las personas que sobrevivieron a la agresión
proporcionaron varios nombres a la policía el mismo día en que esta inspeccionó
la escena del crimen.
Un
testigo y miembro de MARCA dijo que la familia de Catalino López tuvo que pagar
5.000 lempiras (US$ 250) para conseguir que el cuerpo fuera entregado y llevado
nuevamente desde la oficina forense en La Ceiba hasta Tocoa. La fiscal Nolvia
Montoya en Tocoa dijo a Human Rights Watch que la entrega de cuerpos y su
traslado deberían ser solventados por el gobierno y no por familiares de las
víctimas
En su
informe anual 2012 al Congreso de Honduras, el Comisionado Nacional de los Derechos
Humanos (CONADEH) indicó que el ataque habría sido perpetrado por “supuestos
guardias de seguridad”. En mayo de 2012, casi seis meses después del suceso, el
Ministerio Público en Tegucigalpa emitió un informe donde se señalaba que la investigación
no había avanzado más allá de la inspección policial inicial del vehículo donde
fue asesinado Catalino López. Al momento de la redacción de este documento, ninguna
persona ha sido imputada en la causa.
Homicidio
de cinco personas cerca de la plantación San Isidro, 15 de agosto de 2011
El 15
de agosto de 2011, cinco trabajadores de San Pedro Sula contratados por una distribuidora
de bebidas gaseosas estaban pintando anuncios de Pepsi Cola en kioscos y bares
en la zona del Bajo Aguán. Esa tarde, terminaron de pintar un bar administrado
por Migdalia Sarmiento, de 53 años, ubicado en el predio del Instituto Nacional
Agrario (INA), cerca de Tocoa.
Sarmiento
pidió a los trabajadores si al dirigirse a San Pedro Sula, donde vivían, podían
alcanzarla en su vehículo hasta Tocoa, según surge del relato de una persona
próxima a ella que presenció la conversación.
Sarmiento
se subió a la camioneta azul marca Isuzu de los trabajadores aproximadamente a
las 2:30 p.m., contó el testigo. Mientras el grupo conducía por la plantación
San Isidro, hombres armados dispararon una ráfaga de balas contra la camioneta,
que se salió del camino. Sarmiento y cuatro trabajadores murieron durante la
agresión, y el quinto trabajador resultó herido. La ventanilla delantera de la
camioneta tenía siete impactos de bala, y la parrilla delantera al menos otros
seis, según trascendió en la prensa y fue señalado por un testigo que estuvo en
el lugar de los hechos poco después de la balacera y pudo observar la camioneta.
El día
que se produjeron las muertes había guardias de seguridad apostados en el perímetro
de la plantación San Isidro, según indicó una persona que vive en la zona y
pudo ver a los guardias.
Además
de Sarmiento, las otras víctimas eran Eleuterio Lara Reyes, Bonifacio Dubón,
Elvis Geovani Ortiz y Karla Vanesa Cacho Castillo. Los peritos forenses
practicaron autopsias a todas las víctimas salvo Cacho, cuya familia decidió
llevarse el cuerpo y cuyo lugar de sepultura “no ha sido determinado”, según un
informe emitido el 3 de mayo de 2012 por el Ministerio Público en Tegucigalpa.
El informe indicó que un tribunal en Tocoa había “solicitado” a personas
relevantes para la causa que prestaran testimonio, pero no resultaba claro si
las entrevistas se habían realizado. El informe señalaba que los investigadores
también habían elaborado un “plano” sobre cómo se produjo posiblemente el
ataque.
Nolvia
Montoya, coordinadora de fiscales en Tocoa, dijo a Human Rights Watch que los agresores
dispararon desde un vehículo que se adelantó al de las víctimas en el camino y no
desde la plantación como señalaban los testigos. Aseveró que los investigadores
habían entrevistado al único sobreviviente de la agresión, pero que ninguna
persona había sido detenida o acusada por el delito. Se negó a mostrar a Human
Rights Watch archivos vinculados con la causa porque, según manifestó, “los
documentos son parte de la investigación”.
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