La familia y los orígenes de la opresión de gays y lesbianas
* * * Fuente: http://www.enlucha.org/site/?q=node/264#oscura
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copiado tal cual del folleto "La lucha por la liberación gay y lesbiana"
de Marçal Solé y Paso Gredilla
Vivimos
en una sociedad centrada en la familia. Los anuncios de cualquier cosa, desde
papel higiénico hasta croquetas, pintan un feliz mundo doméstico de papá, mamá
y los niños. La familia nos es presentada, por los hipócritas políticos de la
derecha, como la norma y el modelo según el cual todos deberíamos vivir nuestras
vidas. De hecho, sólo una minoría de gente vive en realidad en una familia
"normal" de padre y madre criando a los hijos. Mucha gente vive
completamente fuera de la familia, solos o con otros adultos; o bien como
padres o madres solteros, en hogares de dos o más familias, como parejas con
sus hijos adultos o como parejas sin hijos. Las estructuras familiares son
diversas y han experimentado cambios enormes a través de la historia.
Friedrich
Engels, el teórico marxista que escribió en la segunda mitad del s. XIX Los
Orígenes de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado, argumentó que los
seres humanos comenzaron a vivir en familias hace sólo algunos miles de años,
cuando las sociedades, hasta entonces igualitarias, fueron divididas en clases.
Hasta entonces las mujeres no habían estado oprimidas, puesto que sus vidas no
se centraban en la cría de los hijos. Mostró que, al cambiar la estructura
económica de la sociedad, también lo hicieron las actitudes hacia las mujeres y
el matrimonio y, como consecuencia, las actitudes hacia la sexualidad.
El
objetivo de Engels era mostrar que la opresión sexual no era un rasgo
permanente e inmutable de la historia humana, sino que ésta se había
desarrollado como una respuesta a los cambios producidos en la forma en que la
sociedad estaba organizada.
La familia en el feudalismo
Hasta
el desarrollo del capitalismo en Europa, la sociedad era feudal. La gente vivía
y trabajaba en unidades familiares, en cuyo centro estaba la pareja casada.
Dentro de la familia se hacían la mayoría de las cosas que la gente necesitaba,
desde los vestidos hasta el vino. Tanto el hombre como la mujer eran necesarios
en la casa porque cada uno de ellos tenía diferentes habilidades. El trabajo de
la mujer sólo se veía restringido por el parto. De esta manera, si el marido o
la mujer morían, el miembro de la pareja que quedaba tenía que casarse de nuevo
para la supervivencia de la familia.
El
hecho de que el hogar familiar fuese el centro de la producción económica
significaba que el matrimonio, lejos de basarse en el amor entre marido y
mujer, era una cuestión económica. Esto queda muy claro en el caso de la
aristocracia y de los campesinos ricos, donde un matrimonio determinaba la
herencia de la tierra. Incluso los matrimonios de campesinos pobres estaban
regulados por costumbres, según las cuales toda la comunidad intervenía en la
elección de pareja para el matrimonio.
Puesto
que el matrimonio y la familia tenían más que ver con la producción económica
que con el afecto, así mismo, el sexo tenía a menudo menos que ver con el
placer que con la concepción. La Iglesia y el Estado medieval querían a toda
costa que las cosas siguieran como estaban y se oponían a todo acto sexual que
no tuviera la reproducción como objetivo.
La
gente que cometía dichos actos era culpable de "sodomía", un crimen
que incluía el sexo entre mujeres o entre hombres, pero también todo el sexo
oral y anal entre hombres y mujeres. La masturbación se condenaba, al igual que
toda relación en la que el hombre no estuviera encima (la Iglesia defendía que
esta postura aumentaba las probabilidades de concepción). Los castigos por
sodomía eran terribles.
La
distinción básica entre el comportamiento sexual aceptable e ilegal no dependía
del sexo de las personas afectadas, sino de si los actos sexuales conducían o
no al embarazo. Por esta razón, la opresión específica de los homosexuales no
existía durante el feudalismo. La sodomía, como cualquier otro pecado, era algo
que cualquiera podía cometer, no sólo los miembros de un grupo minoritario de
'homosexuales'.
El ascenso del capitalismo: La dispersión de la
familia
Los
siglos XVIII y XIX vieron enormes cambios en la sociedad, a medida que el
antiguo orden feudal era reemplazado por el capitalismo. Centenares de miles de
hombres y mujeres fueron arrancados de su viejo entorno y forma de vida rurales
y forzados a dirigirse a las nuevas ciudades en busca de un trabajo asalariado.
Bajo estas condiciones, las viejas estructuras familiares saltaron en pedazos.
Las relaciones se hicieron menos duraderas por necesidad. Cada vez eran más las
parejas que no se casaban y nacían muchos más hijos extramatrimoniales.
En este
entorno, a comienzos del XVIII, aparecen los primeros lugares donde los hombres
van a tener relaciones sexuales con otros hombres (las llamadas "Molly
houses" en Inglaterra). En Londres había varias decenas, que fueron
salvajemente atacadas y cerradas a pesar de la resistencia que opusieron sus
usuarios. Tres de ellos fueron ahorcados.
Los
intelectuales pioneros de este nuevo sistema capitalista comenzaron a debatir
nuevas ideas sobre sexualidad. Comenzaron a desarrollar un entendimiento
racional del mundo, rechazando la idea de que sólo la Iglesia podía decir lo
que estaba bien o mal. Discutieron el punto de vista de que el sexo era inmoral
si no conducía a la reproducción. El filósofo Bentham dijo de las relaciones
entre personas del mismo sexo que "no veía razón alguna para
castigarlas". El Código Penal francés de 1791 despenalizó por completo los
actos entre personas del mismo sexo.
El
temprano movimiento socialista hacia 1820-30 desarrolló estas ideas. Condenaban
el matrimonio, en que la mujer se convierte en propiedad del marido (su
involuntaria máquina de reproducción y esclava del hogar) y reclamaban divorcios
baratos y fáciles. Argumentaban que el matrimonio debía estar basado sólo en el
amor y que debía terminar si el amor terminaba. Los horrores de la
industrialización, la siguiente etapa del desarrollo capitalista, hicieron que
fuera imposible llevar a la práctica estas ideas.
Industrialización: La reinvención de la familia
A
finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, la sociedad rural, agrícola, en
Europa Occidental, se vio transformada en una sociedad urbana e industrial. Las
condiciones de vida en las nuevas ciudades eran terribles. No había cloacas en
las ciudades, la enfermedad era moneda corriente. La comida estaba adulterada y
los niveles de contaminación del aire y el agua eran alarmantes. Los bajos
salarios obligaban a hombres, mujeres y niños a trabajar jornadas enormemente
largas en condiciones como éstas: en una fábrica típica, digamos de Manchester,
la jornada de trabajo comenzaba a las 5.30 de la mañana y acababa a las 8 de la
noche. Los propietarios de las fábricas contrataban a mujeres y niños
intencionadamente porque sus sueldos eran más bajos. La presión que sufrían las
familias para ganarse la vida significaba que las mujeres embarazadas tenían
que seguir trabajando hasta el límite de su resistencia física y volvían al
trabajo lo más pronto posible después del parto.
Los
efectos de semejante modo de vida quedan claros en una investigación publicada
en 1843, en la que se comprobaba que los hombres de clase media en las zonas
rurales inglesas tenían una media de esperanza de vida de 52 años, mientras que
entre los hombres de clase trabajadora de zonas industriales como Liverpool o
Manchester el promedio de esperanza de vida descendía hasta los 15 ó 16 años.
El
proceso de industrialización hizo pedazos la familia de clase trabajadora existente
hasta entonces. La familia dejó de existir como unidad de producción básica.
Hombres, mujeres y niños se vieron empujados a trabajar en las nuevas fábricas,
pero no ya como miembros de una familia, sino como 'mano de obra libre'. De
hecho, hacia 1840, la mayoría de los trabajadores en las fábricas británicas
eran mujeres y niños. Las terribles condiciones de vida y trabajo que los
asalariados sufrían destruyeron cualquier cosa que se pareciese a una vida
familiar normal; y el acceso de las mujeres a sus propios ingresos les permitió
escapar de la necesidad del matrimonio. Esto llevó a mucha gente (entre ellos
Marx y Engels) a hablar de la muerte de la familia de clase trabajadora.
De
hecho, la familia no sólo sobrevivió, sino que floreció, aunque con una forma
muy diferente. El capitalismo dependía de una aportación ininterrumpida de mano
de obra. Aquellos que dirigían el sistema se daban cuenta progresivamente de
que la familia era la mejor manera de asegurarse esta aportación con un coste
mínimo para ellos. A partir de mediados del siglo XIX, se hicieron intentos
conscientes de recrear una vida familiar estable entre las clases trabajadoras.
Ello conllevaba, en parte, la exclusión gradual de mujeres y niños de ciertas
áreas de la producción y el pago de un "salario familiar" a algunos
hombres trabajadores. Se excluyó a las mujeres, en particular, de aquellas
industrias que amenazaban su capacidad de tener hijos.
La
familia era necesaria, en primer lugar, para reproducir la capacidad de los
trabajadores de trabajar día tras día (para alimentarlos, vestirlos y darles
alojamiento, de forma que pudieran seguir produciendo ganancias para los
capitalistas). Pero además, y esto es lo más importante, era necesaria como una
forma de producir futuras generaciones de trabajadores. Esto significaba, no
simplemente la producción física de niños, sino también su formación ideológica
y social, con vistas a producir una fuerza de trabajo sana, instruida y sumisa.
En esto se resume el ideal de la familia tradicional.
De
hecho, este ideal fue puesto en práctica muy pocas veces en su totalidad.
Muchos capitalistas no pagaron un 'salario familiar' adecuado, con lo que
muchas mujeres continuaron trabajando a tiempo parcial o completo. Sin embargo,
se utilizó toda una serie de controles sociales, económicos e ideológicos para
imponer la nueva familia a la clase trabajadora. Estos fueron efectivos, en
buena parte, porque muchos trabajadores, tanto hombres como mujeres, vieron su
imposición con buenos ojos. La familia parecía la única alternativa para todos
sus miembros, que trabajaban 12 horas por una miseria, en condiciones
terriblemente insanas y peligrosas. La mortalidad infantil bajó sustancialmente
y la esperanza de vida entre las mujeres creció rápidamente.
Finalmente,
la familia creó entre sus integrantes la ilusión de tener un cierto grado de
control sobre una parte de sus vidas, un remanso de paz en un mundo cruel. No
obstante, el restablecimiento de la familia aseguró la continuación de la
opresión de las mujeres.
De esta
manera, la familia se convirtió en un área de vida privada, separada de la
esfera pública de la producción, pero una vida privada ordenada y controlada
por el capitalismo. A medida que la familia nuclear se convertía en algo cada
vez más importante para el capitalismo, también se hizo más importante
representarla como la única forma de vida posible y así asegurar que los roles
sexuales que esto conllevaba se transmitieran a las futuras generaciones de
trabajadores. La familia, en otras palabras, se convertía en una forma de
control, no sólo social, sino ideológico, sobre los trabajadores.
La
simple existencia de lesbianas y gays pone en tela de juicio estos estrictos
controles. La sexualidad gay desafía la idea de la familia monógama como la
única forma de vida posible, al tiempo que desafía la idea de que la única
finalidad del sexo es la reproducción. La sexualidad se convirtió, ya no en un
asunto privado regulado por las tradiciones y prejuicios de la comunidad, tal y
como había sido en las sociedades precapitalistas, sino en un asunto público
que el estado regulaba y restringía.
Esa
restricción se hizo doblemente importante porque el desarrollo del capitalismo
también creó nuevos espacios para la expresión de la sexualidad, al menos para
una minoría. La destrucción de las viejas comunidades rurales y, con ella, la
ruptura con el asfixiante control de la Iglesia, la posibilidad de escapar de
la familia para los jóvenes, que ahora podían acceder a su propio sueldo y al
anonimato de la gran ciudad, crearon las condiciones en que la sexualidad gay
pudo desarrollarse y florecer con mucha más facilidad.
La
respuesta del Estado fue reprimir cualquier tipo de sexualidad
"desviada", mediante una cadena de leyes represivas y juicios
ejemplares, con el objetivo de forzar a gays y lesbianas a permanecer dentro
del armario, o sea, en el anonimato.
La
sociedad definió lo que era el comportamiento sexual "normal" y, al
hacerlo, creó la figura del "homosexual" como un tipo social. Son
siempre los opresores los que definen a los oprimidos, si bien los oprimidos
asumen a menudo las etiquetas y símbolos de su opresión como signos de fuerza y
orgullo.
La
opresión de relaciones del mismo sexo había existido en algunas sociedades
precapitalistas con grados muy variables de represión y crueldad. Otras
aceptaron las relaciones homosexuales junto a las heterosexuales. Sólo con la
llegada del capitalismo, la opresión gay fue sistematizada como una defensa
necesaria de la familia nuclear. Pero el capitalismo también creó posibilidades
de lucha mucho mayores, que hasta entonces no habían existido, para que la
gente luchara para poder vivir su sexualidad.
Por
primera vez en la historia se hacía posible luchar por la liberación de gays y
lesbianas.
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