La dominación masculina en las maras y pandillas

* * copiado tal cual del informe "Violentas y violentadas. Relaciones de género en las maras y pandillas del triángulo norte de Centroamérica" de VVAA publicado por Interpeace

En las maras y pandillas se reproducen modelos de dominación masculina que permean en la sociedad en general. Esta dominación se manifiesta, entre otros, en el hecho de que para diversos rituales (como los de ingreso) el componente sexual cobre relevancia, o en las exigencias de fidelidad exclusiva para las mujeres. Como se ha visto, en las relaciones de pareja las reglas no son las mismas para los hombres que para las mujeres, pues a ellas se les demanda fidelidad a su pareja, mientras que los hombres pueden ser infieles:

"Las mujeres tienen que aguantar que [los hombres] le lleven a otras mujeres a la casa, si no le gusta eso a la mujer, entonces la matan (Little Star, pandillera, El Salvador).

"A mí no me gusta que la bicha me ande haciendo cosas malas, porque a mí me respetan mis amigos y ¡púchica! va a venir una bicha a hacer algo así, no sé, no me va gustar, sentiría como que estoy perdiendo algo. Yo sí puedo hacer todo lo que yo quiera, pero ellas no, por eso cuando ellas le dicen a uno que ya no quieren nada con uno se le dice "salú [adiós] seguí tu vida y yo sigo la mía". Ellas deben ser fieles en vida y en muerte" (El Soldier, pandillero, El Salvador).

"Ellas tienen códigos que seguir y respetar, y el más fuerte es el de la fidelidad absoluta, aunque sus parejas no hagan lo mismo" (Yesi, ex pandillera MS13, Guatemala).

La infidelidad y la capacidad para tener más mujeres refuerzan la masculinidad de los hombres y son aspectos premiados por parte del grupo. Los hombres pueden tener novias y otras relaciones fuera de la pandilla, mientras que para las mujeres esto está prohibido:

"Entre más bichas tenga uno, pues eso le da mayor rango a uno dentro de la mara" (El Lazy, pandillero, El Salvador).

"Para uno de hombre era permitido tener la jaina [novia] de uno en la calle, sea pandillera o no fuera pandillera, pero a la mujer no se le podía dar eso, la mujer tenía siempre que quedarse con un pandillero" (El Chicano, ex pandillero, Barrio 18, Honduras).

En las entrevistas también se constata la imposición del modelo masculino y la desvalorización de lo femenino para sobrevivir en el grupo. Para pertenecer y permanecer en la pandilla, las mujeres deben asumir comportamientos masculinos para ganarse "el respeto" de la pandilla.

En el imaginario pandilleril, lo femenino es sinónimo de debilidad, falta de seguridad, cobardía e inferioridad. Por ello, para granjearse mayor respeto y una mejor situación o posición en el seno interno de las pandillas, las mujeres deben asumir comportamientos masculinos en su vestimenta, en el lenguaje verbal y corporal, así como en sus relaciones interpersonales.

Generalmente, las mujeres pandilleras se visten igual que los hombres: pantalones jeans o de mezclilla, zapatos deportivos (tenis), camisetas o camisas holgadas. Al respecto, vale la pena considerar este testimonio de una ex pandillera que relata cómo fue humillada cuando, al ingresar a un centro de privación de libertad, fue confundida con un hombre por su manera de vestir y cómo la obligaron a vestirse con prendas femeninas: "Yo entré con mis calcetas, con mi pantaloneta, con mi pelo amarrado... ya te has de imaginar. Me bajo del carro y me dice él (un guardia penitenciario): ajá, ¿y ésta qué? ¿Es hombre o es mujer esto que traen aquí? Dijo el así. Entonces, vengo yo y lo quedo viendo y le digo: soy mujer vos... no me mirás, le digo yo así hablándole fuerte… Me hicieron que me bañara, que me cortara el pelo, que me vistiera como una señorita, con falda, con zapatitos, con camisita, totalmente diferente…" (Suny, ex pandillera de la MS13 en San Pedro Sula).

La desvalorización de lo femenino también se expresa en la manera como se busca ofender a la pandilla contraria o a un miembro de la propia pandilla que se considera débil. Para insultar a un enemigo o para ridiculizar a alguien se utilizan términos como marica, culero o hueco. Estas ofensas no son exclusivas de las maras y pandillas, sino que son peyorativos empleados por la sociedad en general y que reflejan el pensamiento homofóbico tanto de hombres como de mujeres

Una de las ex pandilleras entrevistadas contó cómo fue discriminada por revelar su orientación sexual a la pandilla: "Jomi a mí no me gusta ser mujer, les dije yo así, no quiero estos pechos, no quiero esto [se toca las caderas y el lugar de sus genitales], les dije yo así, y llorando... "¿Pero por qué? Hablá, nosotros no aceptamos marimachas [lesbianas]". Porque ellos no aceptan ni homosexuales ni lesbianas en una pandilla, sea de la 18 o de la MS, de lo que sea, no va con ellos ese pedo [asunto]" (La Plumi, ex pandillera de la MS13).

Los niveles de independencia de las mujeres al interior de la pandilla son limitados. Aunque en el discurso la pandilla difunde la idea de igualdad y equidad, en la práctica la independencia de las mujeres es restringida. Se utiliza el discurso de la debilidad femenina y la protección masculina para restringir la libertad de las mujeres y ejercer control. Las mujeres no participan en las decisiones importantes de la pandilla porque se considera que son poco confiables:

"Se les protege porque son más débiles que uno" (ex pandillero de la mara Sawer Cholos, Honduras).

"…ellas tienen sus propios mirings [reuniones], ellas no pueden estar en los mirings de los varones, o sea las reuniones de uno, por el mismo caso [fuga de información], pero un hombre sí puede estar en la reunión de una mujer. Ellas pueden tomar sus propias decisiones siempre y cuando uno de los líderes de la 18 varones tiene que darle la aprobación" (El Loco, Barrio 18, Honduras).

Los pandilleros reproducen modelos de dominación que existen en otras relaciones entre hombre y mujer, como las relaciones de pareja o la relación padre e hija. La reproducción de estos modelos asegura mantener un determinado orden y preservar su statu quo.

La construcción del género está enmarcada en una cultura machista en la que la mujer debe ser "buena" desde los códigos socialmente construidos, con lo que significa y supone ser "buena": cuidar, proteger, alimentar, cubrir, encubrir, asistir, apoyar, defender, obedecer, aceptar, aguantar, dejarse, ser fiel a sus contrapartes masculinas. Adviértase que dentro del imaginario femenino pandilleril la mujer debe perdonar y aguantar cuantas veces haga falta porque "es lo que nos toca como mujeres": "Una chica buena es la que no lo deja morir a uno. Tiene que ser fiel. Está presente en todos los momentos difíciles, si me echan preso ahí me lleva mi comidita, si ando bolo ahí me sigue" (El Lazy, pandillero, El Salvador).

El poder se manifiesta en el orden riguroso que adoptan las maras y las pandillas; aunque cada clica es distinta, por lo general en todas ellas el sistema patriarcal se reproduce y, es más, se mantiene y potencializa debido a las condiciones de gueto y marginalidad que caracterizan a estos grupos. Una de las entrevistadas se refirió a ello como un "machismo exacerbado". Otra de las entrevistadas indicó: "Lo de adentro no es diferente a lo de afuera, sólo es más condensado".

Las mujeres están totalmente controladas por los hombres, aunque ellos estén privados de libertad. En ese caso, controlan a las mujeres por medio de estructuras de cuidado y vigilancia en los propios barrios. Si son ellas las que están detenidas, también cuentan con una persona que las vigila adentro de los centros. Esta consideración de las mujeres como objetos de su propiedad es igual en todos los grupos sociales donde elsistema de dominación patriarcal se practica de manera extrema, tanto en condiciones de encierro como de libertad: "Yo ya no vivo con él, pero no puedo salir de la colonia. Él dice que como él fue el primero, él tiene derecho sobre mí" (Little Star, pandillera, El Salvador).

Las mujeres se convierten en una especie de propiedad no solo de su pareja, sino también de la pandilla. Así lo demuestra la historia de Venus, una mujer ex pandillera del Barrio 18, en Guatemala, quien dejó la pandilla para continuar sus estudios. Al poco tiempo fue asesinada en un bus urbano por tres balas de un arma que portaba su novio pandillero.

Las mujeres no tienen poder de decisión para abandonar la pandilla, pues hacerlo supone quebrantar un código de lealtad por el que se deberá pagar con la vida. El caso de Venus ilustra el dominio y la resignación a la que las mujeres están sometidas y cómo las mujeres quedan para siempre expuestas a ser vigiladas, controladas, asediadas, perseguidas y castigadas: "Ellas tienen muchas aspiraciones, entusiasmo, dedicación, sueños rotos y muchas potencialidades, pero están presas dentro de una estructura de control que les impide moverse en libertad" (psiquiatra, centro de privación de libertad para mujeres, Guatemala).


Es importante resaltar que, en los casos en los que las mujeres logran salir de la pandilla, de cierta forma "nunca dejan de ser mara o pandilla", como lo señalaron varias de las entrevistadas. La identidad permea para siempre el cuerpo y la vida de las mujeres.

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