Mariana Carbajal: “Hay una cultura de la violación”
© Mariana
Carbajal, Página 12
“Vivimos
inmersos en una cultura de la violación en la que los abusos sexuales se
minimizan y se justifican cuestionando a la víctima y defendiendo al abusador”,
consideró Verónica Lemi, joven activista que meses atrás sorprendió con una
novedosa campaña contra el acoso callejero y que ahora está promoviendo otra
para prevenir los abusos sexuales de adolescentes, una movida que se coronará
con un festival en la Plaza de Mayo el próximo sábado 22 de noviembre, en el
marco de la llamada Marcha de las Putas, una manifestación que surgió en Canadá
y se replica todos los años en diversos países –Reino Unido, México, Estados
Unidos y países latinoamericanos, entre otros– en contra de cualquier forma de
justificación de la violencia de género y para hacer un llamado a respetar que
cuando una mujer dice “no significa no”.
“Cada
vez que una adolescente es abusada, secuestrada o asesinada, la sociedad
reacciona culpándola: los medios hablan de las costumbres de la chica, los
comentarios de la gente giran en torno de si era o no una chica respetable,
cómo las chicas se exponen, cómo ‘vienen rezafadas’, centrando así la atención
en la víctima y borrando de la imagen al violador”, observó Lemi, al ser
consultada por este diario sobre los casos que salieron a la luz en el último
tiempo de adolescentes violadas o abusadas por jóvenes de su entorno cercano.
Lemi
advirtió que ese tipo de actitud, además de revictimizar a la víctima, promueve
la idea de que hay ciertas situaciones o comportamientos que “hacen a una mujer
merecedora de un abuso, y construyen una narrativa social en la que las chicas
buenas están a salvo y las Melina, como las llamaron en los medios, se buscaron
lo que les pasó”. El problema, señaló, es que dentro de esa narrativa “el rol
del varón es el de un pobre tipo que no pudo resistirse o, peor, que tenía
derecho a hacer lo que hizo. Estas ideas erosionan la diferencia entre sexo y
violación, relativizan la importancia del consentimiento y generan un caldo de
cultivo en el que los abusadores no se consideran abusadores –porque creen que
eso no fue una violación– y las víctimas se consideran culpables de lo que les
pasó porque toda la sociedad les está diciendo que es su culpa”, agregó.
En ese
sentido, consideró que “no es extraño, en este contexto, que sean cada vez más
las violaciones grupales, en boliches o fiestas, ni que sean amigos o conocidos
de la víctima –después de todo, la mayoría de las violaciones ocurre en el seno
familiar o dentro del entorno de conocidos–, ni que sean cada vez más los
adolescentes que violan a compañeras o amigas, porque crecieron escuchando
estas ideas y eso es lo que aprendieron: que si una chica se pone en pedo ‘es
presa fácil’ y que manosearla o llevártela del boliche es ‘aprovecharse’ en
lugar de abusar, que un varón que ve a una chica en esa situación es ‘poco
macho’ si no ‘aprovecha’ y que ‘la chica se la está buscando’; que si la chica
aceptó irse a la casa con él, no quiere tener relaciones y el pibe la viola,
‘seguro se arrepintió y ahora dice que la violó’ y que eso no es una violación
porque ella aceptó irse con él, como si aceptar eso le diera luz verde a él
para hacer lo que quiera”, opinó.
–¿Cómo
será el festival del 22 de noviembre?
–Por
toda esta situación, este año desde la Marcha de las Putas decidimos que el
lema del festival sea “Consentimiento: la línea es clara”, porque nos parece
evidente que uno de los problemas centrales de la cultura de la violación en la
Argentina es que el consentimiento de la mujer es puesto en un segundo plano,
es algo que no se considera necesario, siendo que el consentimiento es lo que diferencia
una relación sexual consentida de una violación. Pero en cada caso de abuso o
violación que surgió este año, los comentarios al respecto relativizaban el
consentimiento, como en el caso del jugador de Independiente, Alexis Zárate
–acusado de violación a partir de la denuncia de una joven de 21 años–, donde
el principal argumento que circuló fue “¿y qué hacía la chica en un
departamento con tres tipos?”, como si estar en la misma casa fuera consentir,
o en el caso de la violación de una chica en la Fiesta Alternativa del boliche
La Negra, se decía “¿y por qué se separó de las amigas? ¿Y qué hacía en esa
fiesta donde hay gente cogiendo?”, o en el caso de Melina Romero, “pero si la
piba andaba de joda, tomaba, se drogaba”, como si todo eso reemplazara el
consentimiento. Nos parece vital que empecemos a hablar de consentimiento y que
dejemos en claro que no hay grises en una violación, que ni la ropa, ni las
costumbres, ni el lugar, ni la hora, nada justifica un abuso y que el culpable
de una violación es el violador, no la víctima. Desarrollamos una campaña en
las redes con cuatro carteles resaltando distintas características del
consentimiento –es un proceso, activo, explícito y en igualdad de condiciones–
y estamos convocando a que la gente se saque fotos con los carteles y las
difunda en las redes. El 22 vamos a estar en Plaza de Mayo haciendo el
festival, con distintas actividades, charlas, shows de stand-up e
intervenciones sobre la cultura de la violación y el consentimiento. Es
necesario que como sociedad nos hagamos cargo y empecemos a revertir esta
cultura, que la cuestionemos y nos demos cuenta de qué decimos cuando decimos
esas cosas, qué mensaje estamos transmitiendo y cómo eso fomenta, justifica y
apaña a los violadores y abusadores. Hay un cartel de una Slutwalk (la versión
en inglés de la Marcha de las Putas) que a mí me resulta emblemático de esto:
“Mi violador no sabe que es un violador” empieza, y la chica cuenta cómo un
tipo se la llevó del boliche, la violó y la dejó tirada en un estacionamiento,
y toda la gente a su alrededor la culpó por haber ido a bailar en short, por
haber tomado alcohol, cómo nadie le creyó, el novio la trató de puta y la dejó.
Es hora de que dejemos de hablar de cada caso como algo aislado y empecemos a
hablar de una cultura, la cultura de la violación.
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