Isabel Cadenas Cañón: Sissy Vovou, la mujer que quiso enfrentarse a Tsipras

© Isabel Cadenas Cañón, La marea

Todos los caminos del feminismo griego conducen a Sissy Vovou. Si realmente quieres comprender la posición del feminismo ante las elecciones del 25 de enero, tienes que hablar con ella, me habían recomendado varias mujeres, de generaciones y países diferentes. Cuando por fin nos comunicamos, sus respuestas fueron breves, contundentes, con cierto aire marcial. We will welcome feminists if they come to Greece, they can come to contact with me, decía el primer email que me envió.

No la busqué en internet hasta unos días después de empezar nuestra correspondencia electrónica –raro en mí, que no suelo dejar pasar más de 10 minutos antes de husmear vidas ajenas en ese gran patio vecinal que es la red. Cuando puse su nombre en el buscador, me enteré de que Sissy era o había sido parte, entre otros movimientos, de la Iniciativa Antinacionalista-antimilitarista griega, de la Marcha Mundial de las Mujeres, del Foro Social Griego, del Comité contra los Juegos Olímpicos de Atenas en 2004, de la acampada en la plaza Syntagma, del movimiento contra el Tratado Trasatlántico TTIP, del movimiento antifascista, de la Iniciativa Feminista contra la violencia machista.

Y de Syriza. No sólo eso: por internet supe que, en el congreso fundacional del partido, en 2013 (en el que se disolvieron los 14 partidos que habían formado hasta entonces la coalición), fue la candidata a presidir la organización, frente a Alexis Tsipras.

Cuando llego a Atenas, me cita en la plaza Monastiraki, donde está repartiendo publicidad de Syriza para las elecciones del domingo. Tiene unos 60 años, aunque luego me entero de que son 65, y viste divertida: tiene el pelo corto, unos pantalones de tres cuartos que dejan ver calcetines de rayas y botines de tacón. Lleva unas gafas de sol amarillo fluorescente. Confirmo lo que ya intuía: que, con ella, va a ser imposible una simple entrevista, y que hay que pasar, directamente, a la charla –no en el sentido unidireccional de quien da una charla y sienta cátedra, sino en el sentido íntimo del charlar en sororidad. Así que nos citamos para el día siguiente, a la misma hora, en la misma plaza, donde estará haciendo exactamente lo mismo; y desde allí nos vamos a su casa.

De camino, me ayuda a comprar una tarjeta de teléfono, charla con el taxista sobre política –va a votar a Syriza, aunque no le gustan los inmigrantes, me dice luego–, se agacha a recoger un papel en el suelo y lo tira a la papelera. En el portal nos espera su amiga Katherina, una médica jubilada que ahora trabaja como voluntaria en la primera clínica social que se creó en Atenas –la segunda del país, implantada en una base militar que abandonó en los 90 el ejército estadounidense. Ha venido a peinarla para el mitin de cierre de campaña de Syriza, esa tarde, en la plaza Omonia.

Entre los libros de su salón, presidido por un retrato de Rosa Luxemburgo, hay varios lomos con estrellas rojas y un montón de archivadores con el símbolo feminista escrito con rotulador. Hay libros y tazas encima de la mesa, carteles en varias esquinas, y ella señala una bolsa de plástico grandísima que bloquea la entrada: lo siento, son ayuda humanitaria, las tengo que llevar a la cárcel. “Sissy no es una buena ama de casa”, dice riendo Katherina.

Lo que sí es Sissy es una comunicadora imponente. Cuando le pregunto por las reivindicaciones del movimiento feminista ante la crisis, me las dice de carrerilla y después cuenta con los dedos, por si se le ha olvidado alguna.

La lista iría así:

1) Conseguir que más mujeres accedan a puestos de toma de decisión. En el parlamento griego, por ejemplo, sólo hay un 21% de mujeres. Pero es aún peor en el caso de los sindicatos, que ella compara con el monte sagrado, aquel monasterio de Japón donde, desde hace siglos, está vetada la entrada a las mujeres.

2) La redistribución igualitaria de recursos entre hombres y mujeres. En la Grecia actual, las mujeres ganan un 75% de lo que ganan los hombres en los mismos puestos y con los mismos horarios.

3) La implantación de políticas más duras contra la violencia machista, que ha crecido exponencialmente con la crisis: la falta de recursos hace más difícil a las mujeres escapar de situaciones de violencia y las reformas laborales hacen que sea más difícil denunciar situaciones de acoso sexual en el trabajo.

4) La lucha contra la homofobia. En Grecia no están reconocidas las uniones civiles de las personas del mismo sexo. Syriza propuso una ley de parejas de hecho, pero no fue aprobada por el parlamento.

Sissy deja para el final el tema sanitario. La crisis, o, mejor, las políticas de austeridad que la Troika ha impuesto al gobierno griego con la excusa de la crisis, han empeorado considerablemente las condiciones sanitarias del país: el aborto –legal hasta el tercer mes de gestación, desde 1986–, que antes era gratuito, ahora cuesta 300 euros a las ciudadanas griegas. Para las extranjeras, 600: una ley aprobada hace tres años obliga a las personas extranjeras a pagar el doble que las griegas en los hospitales públicos. La píldora ha dejado de ser gratuita, han desaparecido los centros de planificación familiar.

La situación interna de Syriza respecto al feminismo no es muy optimista, me había advertido ya por email. Y ahora, en persona, le pido que profundice –uno de los motivos que me trajeron a Grecia fue aprender las lecciones de un país que estaba viviendo lo que viviríamos nosotras un año después. Sissy, claro, no tiene ningún problema en contarme la realidad de Syriza: hasta 2010 había sido más fácil presionar para que se incluyeran medidas feministas a nivel de funcionamiento interno, pero desde que se entró en la carrera electoral, otra vez le ha llegado el turno al “ahora no toca”. De hecho, Sissy abandonó su puesto como responsable de políticas feministas del partido en 2012, cuando la propia red de mujeres de la organización se disolvió. “Yo tengo como una doble identidad: milito en Syriza, pero también en el movimiento autónomo, y ahí es donde más cómoda me siento”.

Le pregunto por su candidatura a presidir el partido, en 2013, y me cuenta que fue una decisión personal, muy meditada, necesaria. Como en ese momento no había estructura de feminista, algunas compañeras dentro de Syriza querían visibilizar la precaria situación de las mujeres en el partido. En 1987, Synaspismos –antecesor de Syriza– había establecido una cuota mínima de 1/3 de mujeres en todas las estructuras de la coalición. En el congreso de 2013, esa cuota se llegó a cuestionar. A pesar de que fue ratificada, en la actualidad no se cumple en el consejo político del partido, donde las mujeres sólo representan el 16% del total.

En aquel congreso fundacional de 2013, obtuvo un 4.69% de los votos, frente al 74.08 % de Alexis Tsipras . Ella dice que fue toda una victoria, “teniendo en cuenta que Tsipras es dios”, dice seria. Después de presentarse tuvo que aguantar los intentos de marginalización por parte de algunos de sus compañeros, y hasta llegó a extenderse el rumor de que la habían expulsado de la tendencia a la que pertenecía, de orientación trotskista. Aun así, cuando le pregunto si Syriza se diferencia del resto de partidos griegos en cómo trata el feminismo, su sí es rotundo: a pesar de que sea baja, hay más representación femenina que en el resto de partidos, los derechos de las mujeres están presentes, y hay feministas que luchan a diario en la organización. No te olvides de que estamos en Grecia, me repite varias veces durante nuestras conversaciones.

Al irme de su casa, insiste en acompañarme hasta el metro, porque tiene que llevar unos folletos de Syriza a una amiga que los va a repartir en el barrio: “Necesitamos conseguir mayoría absoluta, y estos últimos días son clave, así que no podemos parar”. Entonces me doy cuenta de que vive al lado del bar To Pagaki, una cooperativa a la que llevaba días intentando ir pero que siempre me quedaba demasiado lejos y que ahora aparecía ahí, al cruzar la esquina, como por arte de magia. Ella sonríe y me dice que siempre tiene suerte y que me acostumbre porque esas cosas son normales en ella. Cuando nadie consigue aparcar, me dice, yo siempre encuentro un hueco.

Entiendo perfectamente esa sensación: de pequeña, yo siempre acompañaba a mi padre a aparcar porque creía que tenía poderes para encontrar huecos; y lo sigo creyendo. Así que me sale de manera natural, preguntarle qué día es su cumpleaños. Mi miedo a que se ría de mi esoterismo se esfuma cuando me dice que es el 7 de marzo. El mismo día que el mío. Considero que tanta complicidad me autoriza a pedirle un consejo. “Lo único que va a imponer políticas feministas en el ámbito institucional es la fuerza del movimiento fuera”, me dice, entre otras muchas muchas cosas.


Al día siguiente, cuando me despierto, tengo un email suyo en mi bandeja de entrada: Yesterday, wonderful, termina.

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