Coral Herrera Gómez: El amor no dura para siempre: acéptalo y elige el duelo corto

© Coral Herrera Gómez
Fuente: http://campusrelatoras.com/el-amor-no-dura-para-siempre-aceptalo-y-elige-el-duelo-corto/

El amor no es eterno, ni dura para siempre. Todo el mundo lo sabe, es una realidad constatable que la gente se junta y se separa en todo el planeta, y las estadísticas de divorcios y segundas y terceras nupcias nos lo demuestran: el amor empieza, cambia, se extingue, muta, evoluciona, o se estanca. A veces dura una noche, otras veces meses o años de nuestra vida: unas relaciones funcionan a las mil maravillas, otras mejoran con el tiempo, otras se deterioran, y otras, simplemente, no funcionan, o dejan de funcionar.

Sin embargo, y aunque lo tenemos muy claro en la teoría (el amor dura lo que dura), nos cuesta mucho separarnos de la gente a la que amamos. Nos duele en el alma si nuestro amor no es correspondido, o cuando nuestro amado o amada nos comunican que ya no quieren estar con nosotras. Todos sufrimos cuando se acaban etapas de nuestras vidas, pero hay gente que malgasta años de su vida hasta que logra aceptar la ruptura. Las claves de este sufrimiento horroroso están en nuestra cultura: vivimos en un mundo basado en la idea del éxito y el fracaso, el egoísmo y el egocentrismo, el miedo a la soledad, y además tenemos serias dificultades para aceptar la realidad tal cual es.

Los seres humanos posmodernos siempre estamos buscando escapar de la realidad cuando ésta no nos favorece, por eso nos encantan las películas, las novelas, las drogas, las fiestas, los videojuegos, y la magia. También es muy común, en estos tiempos que corren, que nos relacionemos con la realidad tratando de adaptarla a nuestras necesidades, con todas las dificultades y frustraciones que ello conlleva.

Negarse a asumir una ruptura sentimental, por ejemplo, es una empresa inútil, porque no sirve de mucho esforzarse en seguir con una relación con alguien que ya no quiere estar a nuestro lado. Por mucho que soñemos, la realidad sigue su transcurso, implacable, inevitablemente. Si nuestro amado o amada se está desenamorando de nosotras, poco podemos hacer para impedirlo: no sirve ponerse en plan guerrero, ni en modo servil, ni en modo víctima: nadie se queda al lado de alguien que no ama durante mucho tiempo, a no ser que le obliguen .

Ni aunque le pongamos toda nuestra energía y esfuerzo podremos lograrlo: los sentimientos y las emociones surgen y viven libres, y aunque podemos trabajar con nosotras mismas, no podemos modificar ni transformar las de los demás. Ni aunque seamos las mejores o los mejores manipuladores del mundo.

La gente que peor lo pasa ante las rupturas es la que tiene una escasa tolerancia a la frustración, es decir, gente a la que le cuesta mucho aceptar un “no”, un rechazo, un final. Como el amor no podemos comprarlo, y tampoco podemos mandar u obedecer sobre los sentimientos, las rupturas les generan mucha frustración e impotencia.

También lo pasan muy mal las personas que pasan mucho tiempo pensando e ideando el futuro, o las que se enfrentan al amor como una inversión a largo plazo: yo me entrego a ti y tú a cambio…., yo alimento el amor en nuestra pareja para que…

Y es que los romances y las parejas requieren de nosotras una gran cantidad de energía y tiempo, por eso si en el camino el proyecto se nos cae, sentimos que hemos perdido el tiempo inútilmente, como en cualquier otro proyecto en el que hemos invertido ilusión, recursos y horas de nuestras vidas.

Sin embargo, creo que sufriríamos menos si no considerásemos al amor como un proyecto con objetivos y metas que alcanzar. Para mí es un proceso en el que puedes disfrutar mientras dura, porque el futuro es impredecible y no tenemos ningún control sobre las emociones de las personas a las que amamos. Ni siquiera nosotras sabemos cómo van a ser nuestras propias emociones y sentimientos a mediano o largo plazo, ni podemos asegurar a nadie que jamás vamos a dejar de amarle, porque la vida da muchas vueltas y todo está en permanente cambio. Una cosa es que deseemos amar a la persona con la que estemos hasta el final de nuestras vidas y le juremos amor eterno ante el altar, y otra cosa es la realidad: las promesas románticas son eso, promesas de futuro que hacemos sin saber si realmente podremos amar a esa persona toda nuestra vida.

El proceso de aceptar el final de una relación puede ser muy corto, o muy largo: depende de nosotras, y de las herramientas que tenemos para asumir que las cosas son como son. Una de las técnicas para aprender a aceptar la realidad es disfrutarla en su máximo esplendor: las personas que disfrutan del presente con intensidad lo tienen más fácil para hacer frente a los finales, quizás porque no le piden nada al futuro.

Esta gente que vive el carpe diem también es más generosa para entender que las cosas empiezan y acaban, y por lo tanto agradecen más la oportunidad de vivir cosas bonitas con otra gente aunque sepan que el disfrute va a ser breve (una noche loca, una semana, o diez años…) También la gente que disfruta de su libertad y autonomía sufre menos. Las relaciones de dependencia son más dolorosas, especialmente aquella en la que los amantes se aíslan del mundo y no cultivan sus redes afectivas. Porque las rupturas les arrojan a la soledad completa, y en soledad es más difícil pasar el duelo: necesitamos a los demás siempre, tanto cuando estamos enamoradas, como cuando no lo estamos.

Se pasa mejor la ruptura cuando somos capaces de disfrutar del amor en sí, mientras dura, sin pedirle nada a cambio y sin proyectarlo hacia el futuro. Porque cuanto más mitificamos el amor y la gente, más nos decepcionamos con la vida, y más triste y aburrida nos parece nuestra cotidianidad.

Nuestro mundo está lleno de espejismos, de paraísos, de mitos que nos hacen soñar y navegar por otras realidades, por eso el choque con la realidad nos hace tanto daño, especialmente en la adolescencia, pero también durante nuestra vida de adultas. Cuando la distancia entre la realidad y nuestros deseos es demasiado grande, nuestro cerebro se cortocircuita, y por eso somos víctimas de tremendos sufrimientos psicológicos y emocionales de los que nos cuesta mucho recuperarnos.

Vivimos en una cultura individualista basada en el egoísmo: por eso nos cuesta aceptar que ya no nos quieren, o que no nos quieren como nosotras queremos. Se nos baja la autoestima y nos invaden sentimientos contradictorios y negativos (culpa, pena, rabia, confusión, victimización, desesperanza, desilusión, odio, envidia, deseos de venganza…) que alargan y complican el duelo por una ruptura. Porque supone no solo lidiar con la realidad, sino batallar con nosotras mismas también. Y ahí se nos va mucha energía…

El único modo de liberarnos de este dolor sería trabajar con la generosidad, es decir, ser generosa con la gente para que se sientan libres de acompañarnos un ratito en el camino de la vida, y para que sigan su camino propio cuando lo deseen. No es fácil amar la libertad de los demás, porque en nuestra cultura solo se ensalza la defensa de la libertad propia, especialmente la de los varones. Pero es preciso intentarlo, al menos.

Como no nos enseñan a querernos ni en los principios ni en los finales, solemos creer que el desamor es el inicio del odio. Como no nos enseñan a decir adiós, resolvemos las rupturas con batallas románticas, creyendo que todos los finales tienen que ser trágicos. No sabemos despedirnos tampoco de nuestros seres queridos cuando mueren, ni de las etapas que vivimos, ni de las relaciones que nos hacen felices.

No nos enseñan a lidiar con el sufrimiento ni a resolver los conflictos sin violencia: a nuestra cultura le parece muy romántico que alguien sufra hasta la muerte por amor, por eso se ensalza tanto el suicidio romántico, el sacrificio romántico, y los “crímenes pasionales”. Nos enseñan a adueñarnos de los objetos y las personas a las que amamos, a sentir que son nuestras, y que lo son para siempre, y aprendemos en el camino barbaridades como que podemos castigar a nuestras propiedades si deciden dejarnos, y que es legítimo enojarse y portarse mal con la gente que nos deja de querer. No nos enseñan a aceptar lo positivo de los finales, ni pensarlos como principios de otras cosas, por eso vivimos dramas tremendos y apocalípticos.

Nos hacen creer que somos unos fracasados si no logramos los objetivos que nos proponemos, como si pudiésemos hacer todo lo que nos propongamos en la vida con un poquito de esfuerzo y de tesón (enamorar a alguien o que te toque la lotería no son ejemplos, precisamente, de lo que somos capaces de hacer, pues en absoluto depende de nosotras).

Sufriríamos menos si aprendiésemos desde la infancia que todo cambia permanentemente, que nosotras también cambiamos, que las plantas florecen y se marchitan en un eterno proceso de vida y muerte, que en la vida unas puertas se cierran y otras se abren, y que lo mejor es afrontar los cambios con curiosidad, con valentía, y alegría.

Lo mismo que el amor no dura para siempre, los duelos tampoco. Sabemos que el tiempo todo lo cura, por eso siempre es mejor vivir los duelos cuanto más cortos mejor. Si al final vamos a olvidar y a recuperarnos, mejor que sea pronto y nos ahorramos meses o años de sufrimiento. Es una cuestión de sensatez y sentido práctico: la vida es muy corta para andar con duelos largos e interminables que no nos dejan disfrutar de otras cosas.

En las escuelas no solo nos deberían enseñar a hacer los duelos cortos y a decir adiós con alegría a la gente que amamos, sino también a amar la libertad de los demás para unirse a nosotras en el camino, o para alejarse y seguir el suyo propio. No hay mayor tesoro que saber que cuando alguien nos ama se siente libre, que cuando alguien nos compaña lo hace libremente, que nada le obliga a estar con nosotras y que por eso si está aquí y ahora, es porque realmente lo desea. Y al revés: también es maravilloso poder unirme y separarme cuando yo quiera, sin sentirme coaccionada o atrapada, sin ser castigada cuando ya no deseo acompañar o ser acompañada por mi amante.

Para poder separarnos con amor, tenemos que sacar lo mejor de nosotras mismas: terminar las relaciones con un inmenso abrazo de agradecimiento por el tiempo que hemos pasado juntos, y ahorrarnos el drama infernal en el que se convierten generalmente las despedidas románticas. Las rupturas cariñosas tienen la ventaja de que si terminamos bien una relación, es más fácil mirar con optimismo hacia delante.

Separándonos con amor, además, podremos disfrutar de otra manera de esa persona que ya no es nuestra pareja, pero a la que queremos porque hemos compartido muchos momentos hermosos. De hecho, yo creo que cuando has amado intensamente a alguien, puedes seguir queriéndole el tiempo que quieras, aunque cada uno escoja caminos muy distintos. Al fin y al cabo, ni la distancia ni la muerte nos impiden seguir queriendo a alguien para toda la vida. El romanticismo es otra cosa, y puede ser eliminado para construir una relación de cariño y amistad. Sólo hay que trabajárselo un poquito, y ser realistas en nuestra forma de entender y practicar el amor.

Si nos separamos con amor, además, la sensación de pérdida no es tan tremenda: una cosa es romper una relación sentimental con alguien, y otra cosa es no volver a verla jamás, sin duda mucho más doloroso que lo primero. Podemos seguir disfrutando de la gente aunque ya no nos amen pasionalmente, y construir un nuevo tipo de relación basado en la amistad o el compañerismo. Cuando dejamos irse a los demás sin asediarlos con batallas de odio, es más fácil quererse bien para toda la vida, sin las complicaciones de la vinculación romántica.

Porque aunque el amor romántico no dura para siempre, puede transformarse, reciclarse, mutar y convertirse en una relación bonita. Y también puede, sencillamente, apagarse, sin más. Y no pasa nada.

Sólo hay que saber cuándo es el momento de romper (para no hacerse daño mutuamente, para no sufrir inútilmente), quedarse con la maravilla de haberlo podido vivir bonito mientras ha durado, y pedir ayuda para superar el duelo, porque solas no podemos. Dejar ir a la persona que amamos suena muy lindo, pero no es nada fácil: necesitamos herramientas para superar el apego y para trabajarnos los cientos de miedos que nos poseen cuando termina una etapa de nuestras vidas (miedo a no enamorarnos de nuevo jamás, a que nadie se enamore de nosotras, a que no podamos vivir sin nuestro ser amado aunque lo intentemos…).

Para poder construir herramientas, necesitamos (aunque nos cueste mucho) pedir ayuda en nuestro entorno o a profesionales que nos guíen en el duelo, porque nadie nos enseñó a gestionar las rupturas cuando éramos niñas. Los duelos se pasan siempre mejor en compañía que a solas: con más mujeres podemos empoderarnos y desaprender colectivamente, aprender a hacer autocrítica amorosa, aprender a querernos más a nosotras mismas, a disfrutar de la soltería, a distinguir y valorar lo que es importante en la vida, y lo que no lo es. Es más fácil trabajarse lo romántico con compañeras diversas con las que poder hablar, sentirnos escuchadas sin miedo a ser juzgadas.

Solas no podemos: no somos super mujeres, somos personas de carne y hueso. Por eso es tan enriquecedor juntarse para trabajarse lo romántico, para compartir duelos, para acortarlos, para regarlos de risas y humor. Para escuchar otros puntos de vista, aprender a reírnos de nosotras mismas, o concedernos otra oportunidad para ser felices…


Y es que, como decía mi abuela, no hay mal que por bien no venga, y mejor soltera que mal acompañada. Como dice mi madre, no hay mal que cien años dure, ni cuerpo que lo resista. Como decía Mercedes Sosa, todo cambia, y como dijo Chavela Vargas, nadie muere de amor, ni por exceso, ni por defecto. Afortunadamente.

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