España: Las violaciones más ocultas
© Cristina
G. Lucio, El Mundo
Como
cualquier sábado, Carmen salió por la noche con sus compañeros de facultad.
Bebió dos copas, como había hecho otras veces, pero de repente empezó a
encontrarse mal, muy mareada y desorientada. Uno de los chicos del grupo se
ofreció a llevarla a casa -"porque así no puedes irte tú sola"- y la
metió en su coche. A partir de ahí, los recuerdos de esta estudiante de 20 años
que no quiere dar su verdadero nombre se vuelven borrosos e intermitentes.
Guarda una leve imagen del viaje, otra de una casa que no era la suya y una
tercera en la que se ve "en una cama sintiendo una presión sobre el cuerpo
que no podía evitar". Después, hay un agujero negro en su memoria.
"Me
desperté en una cama que no conocía con ese chico al lado, mirándome. Le
pregunté qué había pasado y me contestó: '¿Tú qué crees?'. Me sentí muy
avergonzada porque yo tenía pareja en ese momento y ese chico no me gustaba
nada. Así que cogí mis cosas, me vestí y me fui. Y decidí que no se lo iba a
contar a nadie", recuerda.
Carmen
sufrió una agresión sexual facilitada por drogas o fármacos; fue víctima de lo
que se conoce como 'sumisión química', un término que engloba cualquier
administración de sustancias psicoactivas con fines delictivos. La violación es
el objetivo más común, aunque su empleo para robos y anulación de voluntad o
sedación de niños y ancianos también es notable.
"El
fin es incapacitar a la víctima, disminuir su resistencia y que quede bajo el
control del agresor", explica Manuel López-Rivadulla, jefe del Servicio de
Toxicología Forense de la Universidad de Santiago de Compostela y uno de los
especialistas que más a fondo han estudiado el tema.
Cuando
las víctimas recuperan la consciencia, no recuerdan bien lo que ha ocurrido ni
cómo han llegado a esa situación, una circunstancia de la que se vale el
agresor. Aunque no existen datos
epidemiológicos de su incidencia en España, López-Rivadulla estima que la
situación en nuestro país es similar a la de otros países de nuestro entorno,
como Francia, que ha cifrado en un 15% los casos de agresión sexual en los que
interviene la 'sumisión química'.
A
menudo, estos delitos permanecen en la sombra principalmente por dos razones:
las víctimas no denuncian o tardan en hacerlo y fallan los medios para
demostrar el crimen.
Carmen
pensó que "nadie iba a creer" su versión y decidió guardar silencio
hasta que el malestar que sentía la obligó a contárselo a una de sus amigas,
que la acompañó a pedir ayuda psicológica y también a la policía, un paso que
no todas las víctimas dan.
"La
mayoría opta por no denunciar. Se sienten culpables, creen que han hecho algo
indebido y que la gente las va a juzgar. Incluso algunas piensan que no es un
delito punible porque no responde al estereotipo que tienen de lo que es una
violación", explica María Ángeles de la Cruz, psicóloga de la Asociación
de Asistencia a Mujeres Violadas (CAVAS), quien recuerda que en la gran mayoría
de los casos "el agresor es un conocido de la víctima". Si denuncian,
añade la especialista, suele ser días o semanas más tarde de que se produjera
la agresión.
Y ese
retraso complica tremendamente la persecución del delito "debido a la
rápida eliminación en el organismo de las sustancias empleadas".
El
alcohol, las benzodiacepinas y el gammahidroxibutirato (GHB; más conocido como
'éxtasis líquido'), entre otras drogas de abuso, son los psicoactivos más
utilizados porque provocan la amnesia y
sedación deseadas de una forma subrepticia (no tienen un olor u color que les
delate) y con una acción rápida y corta. El GHB, por ejemplo, se vuelve
indetectable en pocas horas para los análisis de sangre y orina convencionales.
Por
eso, la sospecha por parte de los profesionales sanitarios que atiendan a una
posible víctima es fundamental para la detección de las sustancias empleadas en
casos de sumisión química.
Sin
embargo, la realidad es que a menudo este delito "pasa desapercibido en el
entorno sanitario", tal y como señala Cesáreo Fernández, miembro de la
Sociedad Española de Medicina de Urgencias y Emergencias (SEMES) y co-autor de
una guía de actuación ante este tipo de casos que acaba de editar la Comisión
Contra la Violencia delHospital Clínico San Carlos de Madrid.
"Existen
una serie de indicios o indicadores de sospecha de que estamos ante un caso de
posible sumisión química. El perfil habitual de la víctima suele ser un
paciente joven, de sexo femenino que, al preguntarle qué ha pasado, verbaliza
frases como 'no sé lo que ha pasado' o 'creo que han echado algo en mi
bebida'", aclara Fernández. "Es frecuente que en algún momento manifieste
haber estado sola o con desconocidos. Cuando además refiere que se ha
despertado en un lugar extraño, con lesiones inexplicables en su cuerpo,
incluso desnuda o con ropa desarreglada, debemos sospechar agresión física y
sexual", añade.
Lo más
importante ante la sospecha es "actuar de forma protocolizada y afrontar
cuestiones médico-legales, entre las que destaca realizar lo más rápido posible
una toma de muestras biológicas para el análisis toxicológico", señala.
Porque, aunque las sustancias empleadas tienen una vida corta, sí pueden
detectarse a través de análisis de sangre, orina o incluso cabello.
"El
pelo es una matriz biológica que incorpora las sustancias química presentes en
la sangre. Y pone en evidencia la presencia de un tóxico que ya no se detecta
en sangre u orina", explica López-Rivadulla, quien recuerda que es clave
que las muestras se analicen en un laboratorio de toxicología apropiado, ya que
no todos tienen la capacidad para realizar este tipo de detecciones.
La guía
de actuación que acaba de editar el Hospital Clínico de Madrid establece un
protocolo para que la actuación ante un caso sospechoso sea lo más rápida
posible y las muestras no se pierdan por culpa de la burocracia.
De
cualquier forma, los especialistas coinciden en señalar que, por distintas
razones, no todos los casos de sumisión química van a poder confirmarse con una
analítica. Muchas víctimas admiten el consumo voluntario previo de algunas
sustancia, como el alcohol, o están en tratamiento con benzodiacepinas, por lo
que no siempre es fácil aislar la administración con fines ilícitos.
"Pero
un resultado negativo en la analítica no excluye que el delito se haya
cometido", señala López-Rivadulla, que lamenta que a veces en los juzgados
"se vea cierto escepticismo ante un negativo en los análisis".
De la
misma opinión es Mª Ángeles de la Cruz, que recuerda que, aunque el consumo de
sustancias incapacitantes haya sido voluntario -sin administración
subrepticia-, aprovecharse de la falta de consciencia de una persona para
agredirla es un delito de la misma consideración.
"Hay
que denunciar, pedir ayuda y saber que, si te esto te ocurre, no estás
sola", reclama la psicóloga.
En su
consulta, De la Cruz ha visto muchos casos de este tipo de agresiones. La mayoría
de las chicas llegan tiempo después de la agresión, sintiéndose culpables y
avergonzadas y con síntomas que se adscriben en el perfil del síndrome de
estrés post traumático.
"En
estas personas se rompe la seguridad en el mundo. Estaban en un entorno no
amenazante, y una persona, casi siempre conocida, las ha agredido. Se sienten
culpables porque ha habido un inicio de contacto voluntario con esa persona y
les cuesta hablarlo con su entorno, porque creen que la gente las va a
juzgar".
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