Teresa Mollá Castells: Mujeres y pobreza
© Teresa Mollá
Castells
Entre los pasados
días nueve y veinte de este mismo mes de marzo ha tenido lugar el quincuagésimo
noveno período de sesiones de la Comisión de la Condición Jurídica y Social de
la Mujer en la Sede de las Naciones Unidas en Nueva York. En el período de
sesiones participaron representantes de los Estados Miembros, entidades de las
Naciones Unidas y organizaciones no gubernamentales (ONG) acreditadas ante el
ECOSOC de todas las regiones del mundo. En esta reunión al más alto nivel
mundial también de conmemoró el Día Internacional de las Mujeres y Beijing +20
o lo que es lo mismo se revisó la agenda que tanto la Comisión como la Plataforma
de Acción de Beijing definió hace veinte años.
Hemos de recordar
que la Plataforma de Acción de Beijing formuló amplios compromisos en 12
esferas de especial preocupación entre las que se encontraba “La mujer y la
pobreza“.
En septiembre de
2000, basada en un decenio de grandes conferencias y cumbres de las Naciones
Unidas, los dirigentes del mundo se reunieron en la Sede de las Naciones Unidas
en Nueva York, para aprobar la Declaración del Milenio, comprometiendo a sus
países con una nueva alianza mundial para reducir los niveles de extrema
pobreza y estableciendo una serie de objetivos sujetos a plazo, conocidos como
los Objetivos de Desarrollo del Milenio y cuyo vencimiento del plazo está
fijado para este mismo año.
A priori en este
año en el que estamos la pobreza en general y la pobreza de las mujeres en
particular debería haberse reducido en un 50% como mínimo a la vista de lo
definido por la ONU, a través de sus diferentes organismos. Pero aunque se ha
avanzado mucho, esos objetivos están lejos de ser alcanzados.
Si tenemos en
cuenta que la pobreza no es sólo un indicador económico podremos entender
porqué es tan difícil de erradicar, sobre todo en las mujeres. La pobreza está
cuando el derecho a la educación es arrebatado a las niñas porque han de
contribuir al sostenimiento de la familia de diversas maneras: caminar
kilómetros para traer agua, ser vendidas para obtener recursos económicos,
casadas o explotadas sexualmente con los mismos objetivos, verse abocadas a
trabajo infantil al tiempo que han de asumir tareas domésticas y cuidados de
hermanos menores, y así un largo etc.
Me niego a entrar
en datos porque son demasiado dolorosos, pero estas son algunas realidades y
otras muchas existen y abocan a niñas y mujeres a actividades de todo tipo para
obtener misérrimas condiciones de vida para sus criaturas y para ellas mismas.
Y encima los
grandes poderosos del mundo decidieron crear una crisis mundial para continuar
enriqueciéndose más y reforzar el capitalismo más feroz Y ya sabemos que patriarcado
y capitalismo van de la mano, con lo cual la situación de las mujeres ha
empeorado más si cabe.
La destrucción de
empleo es, en sí misma, una fuente de pobreza, pero no la única. El radicalismo
religioso de todos los credos que, como sabemos ha aumentado considerablemente
en los últimos años, ha colocado a las mujeres en una posición de
vulnerabilidad máxima al considerarlas seres inferiores y por tanto, carentes
de los más elementales derechos humanos.
La violencia de
género estructural que en sí misma constituye la pobreza de niñas y mujeres no
está siendo abordada como tal. Y esta violencia de género que promueve la
pobreza y la exclusión social es inducida por quienes pretenden reforzar su
papel en el mundo y redoblan sus esfuerzos para su propio enriquecimiento. Da
igual si utilizan armas o si toman decisiones de carácter político o económico.
El objetivo es el mismo: enriquecerse y doblegar a más de la mitad de la
población para convertirla en meros objetos para la reproducción y el cuidado
de la especie.
Los documentos que
se elaboran por parte de Gobiernos, Instituciones y ONG’s exploran realidades,
trazan soluciones, buscan estrategias y marcan rutas para obtener unos
objetivos mundiales que erradiquen solidariamente la pobreza. Pero en demasiadas
ocasiones quedan en papel mojado y esos objetivos definidos quedan aparcados
por nuevas necesidades más inmediatas, aunque no más urgentes.
He leído algún
documento de la ONU sobre este tema. Obviamente refuerza los (pocos) logros
obtenidos y se emplaza a continuar trabajando solidariamente para erradicar
este vergonzante tema transversalmente mundial. Pero mientras no se refuerce la
igualdad real entre mujeres y hombres, mientras no se destinen recursos para
combatir al patriarcado, mientras no se desmonte el androcentrismo en todas sus
vertiente (económica, religiosa, política, financiera, etc) y desde la escuela
más tierna se impartan valores de igualdad real, veo muy complicado que se
pueda erradicar la pobreza de mujeres y niñas.
Y en este caso soy
pesimista porque la pobreza femenina es una consecuencia directa del
patriarcado. Y mientras este no desaparezca, se pueden y deben seguir tomando
medidas para erradicarla, pero todas ellas deben ir acompañadas de lucha por la
erradicación de las desigualdades culturalmente impuestas y que en demasiados
casos marcan el destino de niñas y mujeres como carne de cañón del propio
patriarcado.
Mientras siga
habiendo tráfico de mujeres con fines de explotación sexual, mientras una sola
niña sea prostituida por un cliente poderoso, mientras se sigan practicando
mutilaciones sexuales, mientras haya una cultura naturalizada de la
inferioridad de las niñas en tantos lugares del mundo en donde son tratadas sin
derechos, no podremos hablar de erradicación de la pobreza.
Habrá indicadores
de todo tipo para medir la situación de mujeres y niñas. Seguramente se
seguirán diseñando políticas transversales para acabar con esta situación y
habrán miles de personas trabajando para su erradicación y es necesario que así
sea. Pero desde mi punto de vista, mientras no se erradique el patriarcado y
sus diferentes manifestaciones culturales y de todo tipo, las mujeres y las
niñas del mundo seguimos condenadas a ser los rostros de la pobreza.
Y las fauces de
este monstruo llamado patriarcado son muy poderosas como para marcarnos
objetivos a diez o quince años para conseguir su desaparición.
Pero a pesar de
ello no podemos cejar en el empeño de formarnos y de denunciar este tipo de
violencia desde cualquier espacio. Y sobre todo, no podemos olvidarnos de las
mujeres, de las hermanas sin voz. Aquellas secuestradas e incluso muertas sin
vida a quienes han condenado a ser poco más que animales y a vivir una vida de
privaciones y carentes de los más elementales derechos humanos. Y sí, estoy
pensando en las niñas secuestradas por los asesinos de Boko Haram o en las
mujeres que caen en manos de ISIS o de los Talibanes. No podemos olvidarnos de
ellas y hemos de continuar en la denuncia continua de su situación siendo sus voces
cada vez que podamos.
Trabajo por
delante tenemos y mucho, pero no lo enfoquemos únicamente a los aspectos
económicos. Tratemos de forma integral y radical el origen de la pobreza en su
conjunto, pero haciendo especial hincapié en la de las mujeres y niñas y en su
origen patriarcal. Mientras el enfoque no sea desmontar el patriarcado que nos
empobrece, el resto quizás sean parches.
Ontinyent, 22 de
marzo de 2015
Teresa Mollá
Castells
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