Testimonios de personas deportadas recientemente de EEUU: Rosalinda y Sonia


* * Copiado tal cual del informe “Los Deportados. Inmigrantes desarraigados del país que consideran su hogar” de Human Rights Watch que se puede leer aquí: https://www.hrw.org/es/report/2017/12/05/los-deportados/inmigrantes-desarraigados-del-pais-que-consideran-su-hogar.

Rosalinda C.: Una madre es deportada después de ser detenida mientras conducía

En una oscura noche de fines de mayo, Rosalinda C., de 29 años, estaba viajando por el Río Grande en un bote inflable. Era la única mujer en un grupo de 41 migrantes. Al cruzar el desierto a primera hora de la mañana, casi pisa una serpiente de cascabel —”no las oías”, dice recordando el suceso— pero siguió adelante, y más tarde, luego de dos días de caminata, fue interceptada por la Patrulla Fronteriza. Pasó 25 días en un centro de detención en Encino, Texas, y luego fue deportada a Nuevo Laredo, México. Al igual que cerca del 15% de las personas deportadas por la Patrulla Fronteriza, Rosalinda es madre de hijos con ciudadanía estadounidense.

“Supuestamente, si lo intento de nuevo, me darán tres meses” de cárcel, dijo a Human Rights Watch en Nuevo Laredo, en alusión a la advertencia que le dio un agente de la Patrulla Fronteriza. “Para mí no cambia nada. Tengo que volver para estar con mis hijos”, dijo, mientras se secaba una lágrima en la mejilla.

Los delitos inmigratorios, incluido el ingreso ilegal, representan la categoría individual con mayor número de casos en la justicia penal en todo el país, y muchas de estas personas son padres de ciudadanos estadounidenses.

Estados Unidos fue el hogar de Rosalinda desde que ella tiene memoria. Cuando tenía apenas 4 años y su hermano Martín tenía 3, se fueron de Matamoros, México, a Georgia, Estados Unidos. Sus padres trabajaron en el campo durante diez años, cosechando pepinos, zapallos, tomates, arándanos, duraznos y tabaco por todo el sur del país.

Poco tiempo después, Rosalinda pasó a ser simplemente Linda, hablaba inglés y era otra niña más que daba vueltas en el patio de la escuela primaria a la que asistía. Terminó la escuela media, pero no la educación secundaria. Finalmente, la familia emprendió una nueva vida en Corsicana, Texas, donde el padre de Linda encontró empleo en la construcción. Su madre se quedó en casa mientras su hermano asistía a la escuela. Linda se casó con su novio de siempre, Abel, quien también había nacido en México. Un año después, tuvieron a su primer hijo, Justin, en Dallas, donde Abel estaba trabajando en la construcción. Poco tiempo después llegaron Anthony y Axel.

La tranquilidad en la vida de Linda terminó poco después de que nació Axel, en 2015. La policía interceptó a su padre, Martín Sr., por conducir con un farol trasero roto, y posteriormente fue deportado por el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas. En Matamoros, Martín Sr. estaba cruzando una calle para entrar a una tienda cuando se produjo una balacera, y murió alcanzado por el fuego cruzado.

“Ni siquiera pude ir a su funeral porque no podía arriesgarme a cruzar la frontera y que me separaran de mis hijos”, dijo Linda. Ese mismo año, el matrimonio de Abel y Linda concluyó con un divorcio amistoso. Linda se quedó con los niños, se mudó con su madre viuda y empezó a trabajar reparando teléfonos para Samsung. Trabajaba en el turno de 10 a.m. a 8 p.m., los sábados llevaba a los niños a pasear, hacer compras o al cine, y los domingos, cuando Abel tenía a los niños, ella y su madre limpiaban la casa y lavaban la ropa. Linda tiene en el brazo izquierdo un tatuaje que representa una paloma volando desde el nombre de su madre, escrito en cursiva: Rosalaura.

Linda hubiera querido postularse a la Prórroga de Procedimientos Migratorios para Personas Llegadas en la Infancia (Deferred Action for Childhood Arrivals, DACA) que, desde 2012, ha permitido que algunas personas indocumentadas que ingresaron a Estados Unidos durante la niñez postergaran la deportación y recibieran un permiso de trabajo si terminaron la escuela secundaria. Linda no tiene antecedentes penales que podrían excluirla de reunir las condiciones para la DACA, aunque su hermano Martín Jr. sí los tiene. Pero, entre los niños y el trabajo, Linda estaba demasiado ocupada para terminar su Certificado de equivalencia de educación secundaria y postularse para la DACA.

El 18 de abril de 2017, Linda y su madre estaban llevando a Justin al médico cuando su vehículo Ford Explorer fue interceptado por la policía de Dallas. “No creo haber estado excediendo el límite de velocidad... estaba con mi mamá y mi hijo, pero ellos dijeron que circulaba a 45 millas por hora en una zona donde la velocidad máxima es de 40”. Mientras Justin lloraba e imploraba “¡por favor no se lleven a mi madre!”, arrestaron a Linda por conducir sin licencia.

Luego de tres días en la cárcel del condado de Richardson, y 25 años viviendo en Estados Unidos, Linda fue deportada a un país en el que no había estado desde los 4 años. “Nunca antes había sido deportada”, dijo. “No conocía México”. Pero una tía la acogió en Monterrey. Durante aproximadamente seis semanas, habló continuamente por teléfono con sus hijos, que la extrañaban. Deseaba traerlos con ella. Sin embargo, México no sería una alternativa para su anterior pareja, Abel, que ahora está formando una familia con otra mujer. Linda entiende la situación: ir a México y separarse de su padre tampoco sería algo positivo para sus hijos estadounidenses.

Entonces, pagó USD 2.000 a una persona para que la ayudara a cruzar la frontera de contrabando, y esa noche de mayo, mientras atravesaba con calzado deportivo un desierto donde abundan las serpientes de cascabel, casi logra cumplir el objetivo de reunirse con su familia.

Cuando la vimos en Nuevo Laredo, estaba comprando un pasaje de autobús para volver de nuevo con su tía de Monterrey. Pero solo por algún tiempo, insistió. Tiene confianza de que, la próxima vez, conseguirá reunirse con sus hijos.

“Sonia H.”: “Madre preocupada por hijo de nueve años en hogar para niños

“David”, el hijo de 9 años —y con ciudadanía estadounidense— de “Sonia H.”, ha estado viviendo al cuidado de monjas en un hogar para niños en Laredo, Texas, desde que en agosto Sonia fue deportada al otro lado del Río Grande, a Nuevo Laredo, en México. Sonia consideró que dejar a su hijo a cargo de las religiosas para que pudiera continuar su educación en EEUU era la mejor opción que tenía.

“Es duro, muy duro”, afirmó. “Pero voy a tener que contentarme con estar aquí, y verlo cada vez que pueda”.

Su plan, según contó en el centro de ayuda para migrantes, era quedarse en Nuevo Laredo y que David viajara desde Laredo los fines de semana para visitarla. No le ha resultado sencillo instalarse. A esta camarera de 39 años no le fue fácil obtener los documentos mexicanos necesarios para poder acceder a un empleo.

Hace quince años, Sonia, que nació en Hermosillo, Sonora, viajó a Texas con una visa de turista de EEUU para cuidar a su abuela, que tenía residencia permanente en ese país. A Sonia no le renovaron la visa, pero se quedó de todos modos, incluso después del fallecimiento de su abuela. Se casó con un ciudadano estadounidense y se dedicó a limpiar casas, a cuidar ancianos a domicilio y a trabajar como mesera.

Contó que para la época en que David tenía alrededor de dos años, su esposo se comportaba de manera dominante y abusaba verbalmente de ella. Se separaron y él se mudó a Indiana. Según Sonia, su esposo nunca se encargó de la manutención del menor, porque sabía que ella, como inmigrante indocumentada que era, se encontraba en una situación de vulnerabilidad y, así, podía “extorsionarla”.

Las monjas a veces cuidaban a David después del colegio para que Sonia pudiera trabajar la cantidad de horas suficientes como para llegar a fin de mes. Pero la mayor parte del tiempo trabajaba de noche para poder estar con David, llevarlo a andar en bicicleta, a patinar, a la iglesia o a jugar con amigos en el parque.

Relató que hace aproximadamente tres meses, el 22 de julio —”después de que Trump dijera que iban a adoptar medidas drásticas contra los inmigrantes”—, agentes de la Patrulla Fronteriza la detuvieron cuando bajaba de un ómnibus urbano a las 3 de la mañana, mientras volvía a su casa luego de trabajar su turno en Denny’s. El Servicio de Inmigración y Control de Aduanas la confinó en un centro de detención inmigratoria y diez días más tarde la deportaron.

Sonia no sabe si los trámites de su divorcio han finalizado y teme que, si su expareja descubre que ha sido deportada, se lleve a David. Sin embargo, dice, con suerte, David puede quedarse con las monjas hasta que cumpla once años; a partir de esa edad, en el hogar solo se alojan niñas. Sonia cuenta que David es buen alumno (maneja muy bien las computadoras) y espera que cuando tenga que dejar el hogar pueda ir a un internado que las monjas tienen a su cargo en Nebraska.

“Nunca he cometido un delito, nunca estuve en la cárcel”, dice Sonia. “No manejaba porque no tenía licencia; nunca violé las leyes, salvo por el hecho de no tener papeles.” Sonia intentó contener las lágrimas. “Trump no debería expulsar a quienes lo único que pretenden es cuidar de sus familias”.

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